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Imaginar ciudades

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Álvaro Buela

ES INCREÍBLE el esfuerzo que hace este libro para ocultar los prodigios que posee en sus entrañas. A un título banal (es decir, el opuesto exacto de sus contenidos) se le suman una carátula anodina y la curiosa inclusión en un sello colateral de la firma editora HUM. Hasta ahí los enigmas materiales. Luego vienen otros misterios y otros ocultamientos, aunque ya éstos pertenecen al terreno de lo literario y, por ende, al resbaloso sistema narrativo que desarrolla en sordina cada uno de los diez relatos, como en un eco somnoliento de lo real.

Si hay algo invalorable e intransferible en la escritura de Leandro Delgado (Montevideo, 1967) radica en la cualidad de tomar prestados signos reconocibles, casi estereotipos -de "lo uruguayo", de la época, de la historia- y practicar con ellos una subversión de la carga original para ubicarlos en nuevos niveles de sentido. Sentidos oblicuos, indirectos, que se desmarcan nítidamente de los trillados caminos de la ironía fácil o la catarsis con causa. En su lugar, Delgado practica una suerte de desapego emocional poblado de un humor zumbón y de una sinuosa emergencia de lo extraordinario.

A LAS PRUEBAS. Una condición de extranjería sostiene cada texto, no sólo originada en la nacionalidad o la biografía de sus personajes sino, sobre todo, en la otredad sensorial, paródica o "antropológica" para abordar el Uruguay contemporáneo, tan igual y a la vez tan distinto del anterior: el habla coloquial, el imaginario en crisis, la carga pesada del mito, los viejos y nuevos ideales, los viejos y nuevos hábitos sociales. Así, desde una zona border entre lo local y lo global, ni naturalista ni abiertamente fantástica, se va construyendo a media voz, relato a relato, una poética subliminal y discreta.

Un ejemplo de ese estado limítrofe a varias puntas se encuentra en "Al lector peninsular". El narrador, un hijo de padres militantes forzados al exilio, se ha convertido en escritor de ciencia ficción y se presenta ante sus eventuales lectores en lo que podría ser el prólogo de su primer libro. Según confiesa, ese género literario opera en él casi como coartada para construirse la identidad (la nacionalidad) que le ha escatimado su biografía, además de oficiar de ancla simbólica para su fragmentación vital: "La ciencia ficción me permitió seguir de cerca un mundo que se volvía paradójicamente más lejano, (…) como un astronauta que sale a caminar por el espacio sin perder contacto con la nave."

En "Ideaal", otro ejercicio metaliterario sobre el desarraigo, un periodista llamado Leandro Delgado entrevista a un ex crack de fútbol devenido escritor e instalado en Holanda. Del diálogo surgen justificaciones culposas, no del todo convincentes, y las consecuencias de romper con un proyecto que se auguraba glorioso, pero también fatal, prefabricado, impuesto. El relato finaliza con su protagonista soñando inquieto con "una zona geográfica imposible, una mezcla de Ámsterdam y la playa del Cerro", con lo cual el libro gana un nuevo exponente para su galería de parias existenciales.

El alienígena se vuelve literal en "El asado", una extraña mixtura de grotesco rabelaisiano y leyenda de Lovecraft, que narra el encuentro cercano entre un personaje de vacaciones, carnívoro impenitente, y un ejemplar monstruoso, mitad hombre, mitad bestia, que "seguro se alimentaba de las sobras que encontraba en la Costa de Oro". Cercano a esa línea sobrenatural, "Violeta y la falsa erudición" se maneja en dos tiempos paralelos, uno físico y otro metafísico, que se unen justo en el momento en que irrumpe una tercera voz y desvía el relato hacia una inesperada oscuridad.

Hay rastros de William S. Burroughs en el cut-up discursivo de "09002776" (un gozoso experimento extraído de un programa radial orientado a la superchería y la vulgata psicológica) y de Kurt Vonnegut en las tragicomedias alucinadas de "Dos días en la vida de Adhemar A." y "En la vida hay amores que nunca". En el primero, el territorio fronterizo se establece a partir del desvarío febril de un personaje y el cambio de sexo de otro; en el segundo, a través de los trastornos de conciencia que sufre el narrador al ser interceptado por diversas voces simultáneas, desde Osho hasta las telefonistas de una "Oficina Central de la Alegría Universal".

FIN Y PRINCIPIO. Pero tal vez el influjo conceptual más poderoso -y no el más evidente- sea el de Theodore Sturgeon, cuya novela Más que humano aparece citada al pasar en uno de los relatos. Al igual que los capítulos de esta obra magna de la ciencia ficción, y aún más allá, estos Cuentos de tripas corazón poseen una naturaleza fractal, indivisible y autónoma, pero también guardan una comunión secreta que explota en el último capítulo, explicita la conexión subyacente y resignifica el conjunto.

Aquí se trata de "Perdido en la ciudad perdida", donde Delgado da rienda suelta al lirismo, hasta entonces moderado, y construye un panegírico a Montevideo, ese refractario continente de fabulaciones, pesadillas y misterios: "Luego entendí que Montevideo era una ciudad imaginada en los tiempos en que se imaginaban ciudades perfectas en futuros perfectos por unos habitantes que no comprendieron que la utopía sólo puede existir en el presente." Inclasificable, "alienígena" (¿prosa poética?, ¿ensayo literario?, ¿antropología urbana?), el texto constituye la mejor conclusión posible, acaso el reinicio, de un libro magnífico.

Profundizando la convicción autoral ya obtenida en sus obras previas (los poemas de Tres noches bajo agua, la novela Adiós Diomedes), aquí Delgado se arriesga a explorar en los intersticios del ser uruguayo, o del no serlo completamente, y obtiene los réditos reservados a los verdaderos autores: dejar en suspenso las certezas, enlazar mundos no reconciliados, inventar a su lector. Ante tamaña conquista, título, carátula y editorial son pecados insignificantes.

CUENTOS DE TRIPAS CORAZÓN, de Leandro Delgado. Estuario, 2010. Montevideo, 156 págs. Distribuye Gussi.

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