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Hombre que canta

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EN LA década de 1930, un grupo de quinceañeros se reunía en una suerte de galpón a los fondos del hoy Museo Zorrilla de Punta Carretas, en Montevideo. En aquella guarida, la "barra" se bautizó con apodos elegidos del repertorio tanguero. Enrique Estrázulas, quien luego sería escritor, fue "Langosta"; otros se llamaron "Cachafaz", "El Zorro" o "Caburé". Raúl Montero (1942) comenzó siendo "Ciruja", un alias que hasta hoy lo acompaña y que hace referencia a un tango de 1926 con letra de Alfredo Marino.

Montero es tenor. Paseó su arte por varios lugares del mundo. Estuvo radicado en España y Alemania. Fue intérprete de ópera y cultivó una faceta muy particular para cantar tangos. Hoy vive, como desde su infancia, a los fondos de la casa que perteneció a la familia Zorrilla.

MEMORIA GARDELIANA.

"Canto desde que tengo uso de razón. Recuerdo perfectamente la primera canción que aprendí a cantar en mi vida. Fue un bolero que se llamaba `Dos almas`. Al tiempo, el primer tango que canté fue `Alma en pena`. Qué curioso, dos canciones que tienen que ver con el alma", explica Montero, que se entusiasma y comienza a cantar aquel primer bolero a viva voz, con una energía inusual. Luego explica que, desde muy joven, el canto de Carlos Gardel lo impresionó. "En un momento de mi niñez y adolescencia sentí veneración por Gardel. Tuve una locura gardeliana que me llevó a comprar todos los discos que encontraba por ahí. Fui un gardeliano furibundo, igual que mi primo Enrique Estrázulas, aunque él no tanto como yo. Veneré tanto a Gardel que investigué todo lo que pude sobre él y me aprendí casi todas sus canciones de memoria. Tengo una memoria única, como una computadora, no así para la gente. No conozco a nadie por la calle." (Risas)

Con quince años participó en un concurso de preguntas y respuestas que dirigían Jorge Nelson Mullins y Mirtha Acevedo. El premio mayor eran diez mil pesos. "Yo contesté sobre Carlos Gardel. El muchacho que alcanzaba la pregunta era Alfredo Zitarrosa. Fue la primera vez que mi nombre se conoció."

"Yo cantaba en todos lados. Aquí a la vuelta, en la calle Riachuelo, había un lugar que se llamaba Villa del Reposo a donde iba a cantar; también en el Bar Tabaré, que en aquella época era una pulpería. Canté mucho en un boliche en la calle Benito Blanco y Martí que se llamaba Chamadoira. Un bar de intelectuales y mamados". Allí, hasta Obdulio Varela lo acompañó silbando, "porque silbaba muy bien."

El motivo por el cual Montero llegó a la música clásica fue un amor efímero. "A comienzos de 1960 me enamoré perdidamente de una bailarina del Sodre. Entonces comencé a frecuentar todo el ambiente vinculado a ese mundo que para mí era desconocido. Por ejemplo, el Café Boston, que el dueño era el padre de Hugo García Robles. A los pocos meses de frecuentar a esta muchacha, en ensayos y conciertos, terminé audicionando en la escuela de repertorios del Sodre. Ese año entré a la Escuela de ópera del Sodre. Aquel noviazgo duró muy poco, pero me permitió conocer el mundo operístico y comenzar a cantar un estilo musical totalmente diferente al que cantaba hasta el momento. A partir de allí alterné, en mis interpretaciones, canciones populares, tango y clásicas provenientes del repertorio operístico. Mi primer trabajo profesional con un contrato para cantar por temporadas fue en la llamada Boite del Migues, en Punta del Este, que en su momento había sido de Tania y Discépolo. Cuando yo fui, el dueño era el actor argentino Jorge Porcel, que en aquel momento se dedicaba a pintar, me acuerdo, unos payasos tristes".

En 1964 se va a Europa. Primero Roma, luego Venecia (donde un gondolero le pagaba por cantarle a los turistas). Después Milán. "Allí, me convocó un amigo que fue cónsul en Uruguay, Germán Leix Barreiro. Él ayudó a varios uruguayos a instalarse en Europa. A mí me hizo el puente para hacer una prueba y terminé cantando en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Allí me quedé casi cuatro años. Tuve la suerte de alternar con un Plácido Domingo desconocido en aquella época, con Montserrat Caballé y Victoria de los Ángeles. Todavía no había aparecido José Carreras, con quien canté muchos años después."

REGRESO E INCENDIO.

Ya consagrado como cantante de ópera, Montero regresó a Uruguay en 1967. Inauguró el primer programa de tangos de la televisión dirigido por Miguel Ángel Manzi. "Allí canté, junto a Omar Giacosa, con la orquesta del `Pocho` Oldimar Cáceres. Participaban también Horacio Loriente, el polémico periodista Avlis (Erasmo Silva Cabrera) y al tiempo ingresó Olga Delgrossi."

"Ciruja" Montero nunca encontró incompatibilidad en los dos estilos musicales que interpretaba. "Pero lo que nunca me pasó en Europa, sí lo sufrí en Uruguay. Los del tango me decían que yo era muy amanerado para cantar, que era muy de ópera y los de la música clásica me acusaban de cantar ópera como si fuera un tango. Para mí era todo muy natural. Esas acusaciones cruzadas me incomodaron mucho, sobre todo porque las dos cosas las hacía con mucha pasión. Fue una época en que me hicieron la vida imposible. Aún hoy algunos me ubican en el palo de la lírica y otros del lado del tango."

"Se veía mal que un chiquilín le hubiera ido bien en Europa. Me hicieron dar un montón de concursos para poder lograr las óperas que canté. Fue el momento en que se incendió el Estudio Auditorio, el 18 de setiembre de 1971. Cuando el incendio estábamos haciendo Un Ballo in Maschera. Yo había cantado el viernes, me tocaba el domingo, pero el sábado todo se quemó. Fue muy traumático".

En 1978 partió de nuevo a Europa. Allí retomó sus actuaciones en Barcelona y luego trabajó en Alemania. "Tuve que aprender a prepo a hablar alemán". Durante toda la década del 80 tuvo una activa participación en panorama musical alemán. En los 90, Montero comenzó a componer sus propios temas, tanto en música como en letra, y musicalizó la poesía de Estrázulas, Ignacio Suárez, Roberto Bianco y Jorge Arbeleche, entre otros.

Ya radicado en Uruguay, sus últimas actuaciones en grandes escenarios fueron en el Teatro Solís antes de su remodelación. "Lo último que hice fue Lucía, convocado por ProÓpera. Luego de eso, corté todo vínculo institucional. La única ópera que me interesaría montar sería Marta Gruni, de Jaurés Lamarque Pons. Sería hasta un justo, perfecto y necesario homenaje. Fue un músico talentosísimo que, a no ser por músicos aislados como Eduardo Fernández y Elida Giancarelli, a nivel oficial no se recuerda. Lamarque Pons es el referente más importante que tenemos dentro de la música culta y popular, aunque me parece odioso hacer esa diferenciación. La ópera criolla, ciudadana por excelencia, es Marta Gruni, que fue escrita un año antes que María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, la primera ópera tango que se escribió." Lamarque Pons compuso para el propio Ciruja Montero un ciclo que se llamó "La ciudad gris", sobre poesías de Estrázulas, y que se estrenó en la Alianza Francesa en 1976. "Estábamos juntos en el escenario. Sólo queda de ese espectáculo una grabación casera, en un cassette, donde se escucha hasta el reloj cucú."

Ahora sólo canta en lugares pequeños acompañado por la guitarrista Ana María Pierotti. Sigue también en la composición. "No paro de escribir. No sólo tangos, sino canciones, baladas, de todo un poco. Lo que no sé es para quién carajo compongo."

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