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Una dama auténtica

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Mercedes Estramil

UN MEMORABLE texto de la escritora estadounidense Elizabeth Hardwick (1916-2007) fue la biografía que publicó sobre Herman Melville en el año 2000. El aventurero osado devenido oscuro oficinista, creador de Moby Dick y de criaturas humanas no menos extrañas, adquiría en la versión de Hardwick el halo derrotista del hombre que no ha podido compaginar su ADN de genio con su destino de simple mortal. Su biografía de Melville podía leerse como una novela capitulada en base a sus obras, recorridas y mixturadas con los episodios de su vida (aventura marítima, matrimonio, hijos, trabajos, etc.), y armada desde una admiración incondicional tanto hacia el Melville exitoso como hacia el fracasado.

En Noches insomnes (1979), la vida es la de la propia Elizabeth Hardwick, observada por ella en un movimiento ficcional que no se resigna a ser autopsia, que por momentos adquiere un vuelo casi de poesía suicida y en otros se repliega. El resultado es un texto híbrido, que no es biografía ni es estrictamente novela y que se parece más a una crónica, con episodios brillantes que en general no son los dedicados al personaje que crea para sí misma.

Es en retratos como el de la cantante Billie Holiday donde la prosa de Hardwick se hace dolorosa y real: "Gente auténtica: nada que ver con tu padre o tu madre, nada que ver con tus amigos de toda la vida que ahora viven solos en la casa que fue de sus padres, con la plata y los retratos, un par de lámparas nuevas y el techo reparado: con la vida finalmente resuelta, preparándose para morir". O en los de neoyorkinas anónimas, como la chica de buena familia que sin apremio económico, sin aparentes motivos, se hace prostituta; o la que desciende los peldaños de la buena vida para terminar en la calle; o la académica divorciada que llama a su hijo cada jueves; o la de varias de sus empleadas domésticas.

Dedicado a su hija Harriet (nacida de su matrimonio de más de veinte años con el poeta Robert Lowell) y a su amiga la también escritora Mary McCarthy, el libro atraviesa varias instancias personales de Hardwick, deteniéndose en algunas relaciones amorosas y amistosas, en flashes sobre sus padres y sus viajes, y citando de pasada (sin mencionarlo por su nombre) y con un distanciamiento casi frío la figura atormentada y enfermiza de Lowell (1917-1977). Y atraviesa, sobre todo, el tiempo, yendo y viniendo, acomodándose a un flujo de recuerdo seguramente falso pero verosímil, que sabe cómo pegar, humillando al sentimentalismo barato en fragmentos como éste: "Mi madre, con quien tan cercana me sentí durante más de treinta años, se me aparece esta mañana más borrosa que la amiga de una amiga".

Nueva York, ciudad idolatrada por esta mujer que nació en Lexington (Kentucky), es el gran lugar emocional de estas "noches insomnes" donde la escritura intenta contar o reflexionar sobre lo inefable -el tiempo, la vida, el amor, los divorcios- sin querer convertir del todo en ficción el asunto, pero sabiendo de sobra que cualquier relato de la memoria será una manipulación, y que la tarea de esconderse detrás de las palabras es tan seductora como complicada. Es una Nueva York señorial aun en medio de la miseria, lírica y profundamente solitaria. Si algo recoge y transmite la prosa ingeniosa, irónica y sensible de Hardwick es ese esplendor de la soledad citadina, ese imperio del individualismo que lucha con garra para no desmoronarse: "¿Qué importa que esté sola? Ahora mismo, cuando acaban de dar las ocho, los camiones ya empiezan a repartir el Times del domingo". Seguramente mucho solitario, solo o acompañado, al leer las crónicas o ensayos de Elizabeth Hardwick en The New York Review of Books, pudo sentir lo mismo.

NOCHES INSOMNES, de Elizabeth Hardwick. Ed. Duomo, 2009. Barcelona, 115 págs. Distribuye Océano.

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