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Un vocabulario ecléctico

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Lucía Chilibroste

ALOS 17 AÑOS, ante la muerte de su padre, la vida lo puso frente a una encrucijada: continuar con el negocio familiar que éste le dejaba, lo cual según el sentido común parecía lo más lógico, o comenzar de cero una carrera artística. Pero en cambio Mauricio Wainrot eligió el arte. Se volvió bailarín, director artístico y quizás el más conocido coreógrafo de Argentina.

En concreto, es director del dinámico Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de Buenos Aires desde 1999, y también coreógrafo. Trabajó en el Royal Ballet de Flanders durante once años, en el Royal Winnipeg Ballet y el Ballet Jazz de Montreal. Ha montado unos 200 espectáculos en unas 47 compañías en todo el mundo, fue maestro invitado de la escuela Mudra Internacional cuando era dirigida por el gran Bejart y jurado de importantísimos premios como el Benois de la Danse (Moscú) y la New York International Dance Competition.

A pesar de saber que iba a estar cansado por el estreno de Un tranvía llamado Deseo con el Ballet Nacional del Sodre, con muy buena disposición aceptó esta entrevista al día siguiente. A media mañana, en la cafetería de su hotel, lo encontramos con la mirada un tanto perdida. Aunque en una primera instancia sus fatigados ojos verdes hacen pensar que tal vez no fuera el mejor momento para la charla, en pocos minutos todo ese agotamiento se transmutó en energía pura.

MARCA REGISTRADA.

-¿Considera que tiene una marca como coreógrafo?

-Yo creo que no somos muchos los coreógrafos que tenemos una marca, pero creo que sí la tengo. Mis obras son muy ricas de movimiento. Barrocas generalmente, que es algo que a mí me encanta, porque me encanta el movimiento, me encanta la danza, me encanta el fraseo. Por más que sean obras teatrales necesito que la esencia de nuestro trabajo sea el movimiento. El tipo de música que utilizo es muy fuerte siempre. Son muy diferentes mis obras abstractas de mis obras con historia. Pero hay una marca, un estilo. Hay un vocabulario que yo creo, que invento, que me imagino. He pasado por diferentes técnicas de danza contemporánea, de danza clásica y no tengo ningún prurito en mezclar los estilos.

-También en la escena lo identifican los grandes números.

-Sí, me encanta trabajar con masas y no somos muchos los coreógrafos que lo hacemos. También hago solos y dúos, pero me encantan las grandes masas. Y eso es algo que siempre es muy bienvenido en las compañías, porque en mis obras todo el mundo baila. Siempre hay muchos solistas.

-¿Como coreógrafo qué busca en un bailarín?

-Cuando voy a otra compañía me interesan las personalidades. Qué es lo que un bailarín tiene para decir con lo que yo le estoy dando. Cómo pueden transformarlo en algo propio. Me interesa su imaginación, su fantasía, su ductilidad y su técnica, por supuesto. Pero a la técnica yo la doy como un hecho. Eso es como hablar una lengua. Después que sabés hablarla podés ser escritor, redactor, o usar tu lengua para escribir una carta o un mail. Para un bailarín, lo básico es su técnica, pero para llegar a ser un artista se necesita mucho más que la técnica que tiene. También me interesa mucho cómo los bailarines se miran entre sí. Todo el tiempo les pido que se miren, que salgan de esa soledad, de esa cosa de encierro y que participen entre sí. Porque el bailarín está muy solo, muy desnudo en el escenario. Busco personalidades que sean capaces de transformar el material de movimientos, de gestos, la historia que yo quiero contar.

-¿Prefiere obras abstractas o contar historias?

-He hecho muchas obras contadas aunque la mayoría son abstractas. Pero sean abstractas o contadas, todas tienen un porqué, y ese porqué hace que la obra no sea tan abstracta como uno dice que son. Nacen por una necesidad de hacer determinada música, o determinado bailarín o bailarina que me encanta. O porque quiero hacer una obra o tengo una sensación especial, que es difícil de definir. Me gusta mucho la danza por la danza en sí. Por el movimiento. Yo sé que a la gente le gusta mucho ver historias. Pero a veces a mí me gusta hacerlas y otras veces no. Y a veces trabajo con Bartók y a veces con Piazzolla. O con Janis Joplin o Shostakovich. Así como soy ecléctico en el vocabulario también lo soy en los músicos que elijo.

PROCESO DE CREACIÓN.

-¿Deja espacios librados a la improvisación?

-Hay coreógrafos que trabajan sólo con improvisaciones y van eligiendo y armando la obra. Yo por lo general trabajo con frases ya construidas, que las hago yo. Sí hay momentos de improvisación cuando actúan. Pero no trabajo desde la improvisación para hacer una obra. Los bailarines tienen un libreto, donde están marcados los movimientos, están escritos y hechos sobre la música. Y ellos se mueven de acuerdo a la música. Son otro instrumento más de la música.

-¿Cómo hace para que los bailarines se compenetren con sus obras?

-Como coreógrafo, como todos los coreógrafos del mundo, dependo ciento por ciento de la ductilidad de los bailarines y de cómo encaran el proyecto. En general, a los bailarines con los que trabajo en todas partes del mundo les gustan mucho las obras, entonces hay un compromiso, creen en el trabajo, creen en el proyecto y se entregan.

-Una vez creada una obra, ¿después tiene vida propia?

-Siempre. Ya desde que el bailarín se sabe la obra, ésta le pertenece. Yo corrijo cuando veo cosas que pueden mejorarse o que se fueron modificando. Pero la obra ya le pertenece al bailarín, a la compañía, al público que la ve. Y está bien que sea así. Tiene que ser así.

UN BALLET COMPROMETIDO.

-Ud. ha creado obras como Anna Frank, ha participado en 18-J, la serie de cortos en que se homenajea a las víctimas de la AMIA, ¿Se podría decir que se siente un artista comprometido?

-Ante ciertos temas sí soy un artista comprometido. Y además Anna Frank y 18-J han sido hechos políticos muy importantes para mí. No puedo decirte que soy un tipo de artista comprometido… me cuesta expresarte esto. Pero hay ciertos temas, como el holocausto, con los cuales estoy absolutamente comprometido y que me importan muchísimo. Por eso me encanta hacer Anna Frank. Es un hecho artístico y político. Y es cómo que las voces de las Annas Franks no se pueden callar ante los gobiernos totalitarios.

-¿Cree que es función o responsabilidad de las artes o los artistas denunciar determinados hechos?

-No. Depende de cada uno, no lo sé. Para mí, mi función es el holocausto, porque toda mi familia fue asesinada allí. Del lado de mi papá eran seis varones y el único que se salvó fue él. Sus cinco hermanos y sus padres fueron asesinados en campos de concentración. Y del lado de mi madre también, cuatro hermanas, un hermano y mis abuelos terminaron en campos de concentración. Mis padres se fueron de Polonia dos meses antes de la invasión nazi. En mi casa se vivía tristeza y angustia por los desaparecidos, muertos y torturados; mi papá se murió a los 52 años, fruto del dolor y angustia. Soy infinitamente pro Israel porque sé lo que significa para los judíos. Aunque eso no quiere decir que no haya muchas cosas de Israel que yo puedo criticar.

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