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Alegría sin la sombra del 50

| Tras 40 años sin grandes logros, la selección nacional volvió a dar motivos de festejo. Llegó la hora de disfrutar del fútbol sin la carga de la historia, asegura un sociólogo.

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GABRIELA VAZ

Uruguay no celebra segundos puestos. Uruguay fue campeón del mundo cuatro veces. Uruguay logró la hazaña deportiva más famosa de la historia. Uruguay es un rival temido por las mayores potencias futbolísticas. Uruguay es un elegido: está predestinado a la gloria.

Navegando entre los datos concretos y la mística, esas premisas se fundaron en la primera mitad del siglo XX, a la luz de los triunfos del seleccionado nacional en 1924, 1928, 1930 y 1950. De ahí para adelante, la realidad se volvió mito. El fútbol uruguayo asumió el mandato histórico y lo convirtió en su sombra eterna, una carga demasiado pesada. "Maracaná nos hizo un daño terrible", reflexiona el sociólogo Leonardo Mendiondo, docente de Sociología del Deporte en la Facultad de Comunicación de la Universidad ORT.

Pasaron 60 años desde aquel mojón histórico; más de medio siglo de medias tintas asumidas como flagrantes fracasos. Fue suficiente para acostumbrarse a no esperar demasiado. O lo fue hasta Sudáfrica 2010, cuando el combinado celeste renovó una esperanza que la mayoría había resignado. ¿Y ahora qué?

"Todavía mucha gente dice que no hemos ganado nada y no tenemos motivos para celebrar, pero sí tenemos. Sobre todo la gente joven, de las nuevas generaciones. Me parece tonto que desperdiciemos una ocasión de felicidad. Esa es la marca del fútbol: nos da ocasiones de felicidad, ocasiones para celebrar. La maldita costumbre nacional nos ha enseñado que no podemos festejar otra cosa que no sean campeonatos. A raíz del desempeño formidable de la selección en el 24, el 28, el 30 y el 50 se generó un denso tejido discursivo, sobre todo por parte del periodismo deportivo, según el cual teníamos una suerte de mandato histórico, una predestinación especial. Lo dice una canción: `Celeste el destino te eligió`. Y eso contribuyó -junto a la pujanza del país de la primera mitad del siglo XX, `la Suiza de América`- a que como sociedad nos sintiéramos soberbios. A tal punto, que éramos incapaces de celebrar segundos puestos", opina Mendiondo.

-De hecho, en el Mundial de México en 1970, la última vez que Uruguay obtuvo un cuarto puesto, se dice que a nadie se le movió un pelo.

-Claro. Éramos "los elegidos": nos había elegido el destino para jugar al fútbol. Pero lo cierto es que cuando ganamos, del `24 al `50, Europa estaba destruida por las guerras. Generaciones de hombres murieron y armaron sus equipos con cualquier cosa. Nosotros teníamos una ventaja superlativa en ese sentido. Y, además, jugábamos mejor. Esa era la clave. Es verdad: el fútbol uruguayo se ha caracterizado por momentos extraordinarios en circunstancias puntuales como el campeonato de 1950. Esos elementos nos dotaron de una soberbia increíble. Pero hicimos historia hasta el 50. De allí en adelante, nos comimos las joyas de la abuela. Pensamos que esos campeonatos eran la carta de triunfo que nos permitirían obtener otros triunfos deportivos. Y de ahí, ese mamarracho del mandato histórico que decía que teníamos que ganar siempre. No nos dimos cuenta que no estábamos escribiendo la historia, estábamos viviendo de esa historia. ¿Por qué hoy festejamos? Porque estamos volviendo a escribir esa historia. Y hay un cambio generacional importante, de chicos pero también de gente de 40 años, que no han vivido absolutamente nada desde el punto de vista del seleccionado nacional, salvo alguna Copa América. Y es legítimo celebrar, está bueno, porque implica que se tienen expectativas más realistas.

-Puede decirse que la gente se había acostumbrado a perder. Nadie apostaba mucho por esta selección. Ahora, ¿se parte de cero o se retoma "el mandato"?

-Maracaná nos hizo muy mal. Nos pensamos invencibles y durante 60 años vivimos de eso. ¿Qué pasa con las nuevas generaciones, para quienes los jugadores del 50 no significan nada? O significan lo mismo que puede significar Artigas. Es tan distante, ha pasado tanto, en especial en el tipo de sociedad que vivimos actualmente, donde la percepción del tiempo se ha transformado y diez años es una vida. Las nuevas generaciones no se identifican con aquellos jugadores. Los jóvenes necesitan representaciones colectivas, como diría Durkheim, adecuadas a su época, con ideas del mundo adaptadas. Tienen una felicidad que está de acuerdo con un cierto conjunto de expectativas razonables. Ya no pensamos en salir campeones del mundo. Sólo llegar al Mundial, en un país de tres millones de habitantes, es algo hazañoso. Y la gente festeja más allá del resultado final, porque es una felicidad desprovista de ese mandato histórico, es una felicidad sin dientes apretados. Se cobran los placeres al contado: disfruto el Uruguay de hoy, no el que fue hace 60 años.

-No es una "recuperación" de algo…

-No, yo creo que no. Creo que Uruguay debería reinventarse a partir de claves distintas a las que siempre nos pensamos. Y me parece que hoy tenemos una oportunidad fantástica para reinventarnos desde el punto de vista futbolístico. Sí hay una historia que nos ha dado prestigio y un lugar en el mundo, pero también, como decía Obdulio Varela, al pasado hay que dejarlo quieto. Él dijo que ganamos de casualidad. Yo no quisiera que mi país tuviera un mandato histórico posado en el azar. Y más allá de que la humildad de Obdulio era gigantesca, el tipo era realista. Se dio cuenta que si jugaba cien veces contra Brasil, no le ganábamos ni cerca. La historia después nos mostró que reeditar esa hazaña iba a ser prácticamente imposible. Creo que ahora es una fantástica posibilidad para refundarnos como uruguayos, con una expectativa realista de lo que el futuro nos va a traer. Hace unos años festejamos el vicecampeonato del mundo juvenil y mucha gente preguntaba "qué están celebrando". Está genial festejar eso, porque demuestra que las nuevas generaciones tienen un criterio realista de lo que podemos alcanzar: están dándole una patada al mandato histórico. Estamos empezando a disfrutar del fútbol sin toda esa pesada carga de la historia.

-¿Por qué el fútbol genera tal nivel de euforia y contagio?

-El fútbol tiene un poder de igualación, de generación de identidad, que ninguna política pública jamás va a tener. Ningún aspecto de la realidad va a contar con tantas adhesiones. En un mundo donde cambiamos todo: el empleo, la dirección, la pareja, el partido político -algo que cambió ahora, antes el que nacía blanco moría blanco, ahora hay desplazamiento para ambos lados- y hasta el sexo, el equipo de fútbol no. Después de que alguien se autodefine como hincha de un cuadro, jamás lo cambia. Esa es una propiedad del fútbol, la perdurabilidad institucional, sumada a una capacidad de convocatoria muy superior a la del sistema político, que es más puntual. Y luego está la capacidad de éxito, que no ofrece la vida cotidiana. Ahora, que la campaña de esta selección no sea excusa para que en cuatro años pensemos: "que se cuiden de nosotros". Después de todo, el fútbol son 11 contra 11, hay tres resultados posibles y cualquiera se puede dar.

Paralelismo disparatado

Mientras los seleccionados europeos favoritos se despidieron temprano, varios latinoamericanos superaron todas las expectativas. Dada la actual crisis financiera en el Viejo Mundo, la tentación de caer en un paralelismo entre lo deportivo y la realidad coyuntural es grande. ¿Es posible esa lectura o se trata de un disparate sociológico? Para Mendiondo, es lo segundo. "Es una idea muy tirada de los pelos. Si bien tenemos una economía con buena salud, de ahí a que haga un efecto derrame en la sociedad y estemos todos bárbaro hay una distancia muy grande. No alcanza con eso. Es necesaria una cabeza que se ocupe del deporte", opina el sociólogo.

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