Perdido por perdido

IGNACIO ALCURI

En los informativos se ven con bastante frecuencia noticias sobre "vigilias". Esos acontecimientos tan anticipados por un puñado de personas, que pasan días y días acampando en fila para ser de los primeros en disfrutarlos, sea el estreno de una nueva entrega de la saga de ciencia ficción más popular, o la entrega de números para un préstamo del Banco Hipotecario.

En este último caso es fácil de comprender porqué todos esos ciudadanos pernoctaron varias noches bajo las estrellas; irónicamente, lo hicieron para dejar de hacerlo. Pero la otra situación es bastante diferente.

Porque los fanáticos de Harry Potter (aquel niño mago de anteojos, choreado descaradamente de Tim Hunter, el protagonista de los Books of Magic) saben que si no consiguen el último libro el día en que sale a la venta, podrán obtenerlo incluso más barato en las jornadas siguientes. La oferta siempre cubrirá la demanda, a diferencia de lo que ocurre en el mercado de los préstamos inmobiliarios.

Asimismo, los seguidores de Star Wars, Star Trek, o Startac, saben que las películas estarán en cartel durante varias semanas, así que podrán disfrutarlas en el horario que más les convenga y desde una ubicación medianamente decente en la sala cinematográfica. Nada de primeras filas.

¿Por qué, entonces, se apilan el día del estreno? ¿Por qué cuando la librería abre sus puertas a las ocho de la mañana, entran en estampida como señoronas en la Noche de los Descuentos?

Una respuesta repetida sería: "para ser de los primeros". Y es cierto, porque es común ver a los tempraneros exhibiendo con orgullo su copia de "Harry Potter y las Piedras en el Riñón", o la entrada para ver "Episodio XVII: el Imperio entra en Default". Pero es sólo una parte de la verdad.

El ser humano es un animal chismoso, siempre lo fue. Hace poco se descubrió que las pinturas rupestres, lejos de contar hazañas de los autores, cotilleaban asuntos vergonzosos de los cazadores de otras tribus.

Una parte de nuestro cerebro nos obliga a compartir la información que nos resulta más interesante, sea el color de tintura que compró la vecina de al lado o un secreto de Estado del que dependen las vidas de millones.

"¿Viste la última de Star Wars?", pregunta el tipo. Y uno sabe que no tendrá tiempo de interrumpirlo antes de que revele información crucial para el disfrute de la película.

"¡Casi me muero cuando dijeron que Jar Binks es el padre de Han Solo!".

A esa altura, uno se quiere cortar las venas con las semillas de sésamo que vienen sobre el pan de la hamburguesa con queso. Ya no tiene sentido ir al cine. Es como ver un film de M. Night Shyamalan sin los últimos tres minutos.

Por eso los fanáticos quieren estar en la primera función. Para no tener que esquivar durante semanas a los otros fanáticos, que están deseosos de charlar y buchonear los detalles más oscuros de la trama.

Ni que hablar si se trata de alguna obra más popular; nada podría ser peor que estar viajando en ómnibus y escuchar que la muchacha de adelante le comenta a su amiga: "Casi me muero cuando dijeron que el bicho de las orejas largas es el padre del otro que anda con chalequito negro".

Más que bajarse en la parada siguiente, uno acciona las famosas palancas rojas de emergencia y se tira por el hueco.

Por eso, señor Juez, es que me bajé los primeros capítulos de Lost. Espero acepte mis disculpas. Le juro que no se volverá a repetir.

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