IGNACIO ALCURI
Se le llama "MacGuffin" a ese elemento de la trama que hace que avance la historia, aunque no sea más que una excusa. Como Rosebud en el Ciudadano Kane (no voy a revelar lo que significa por más que la película sea de 1941; no se jode con esas cosas). Un ejemplo más cercano sería el maletín de Pulp Fiction.
En la película de Quentin Tarantino (un capo, no sólo por haber nacido un 27 de marzo), los personajes andan atrás de una valijita, y cada vez que la abren lo único que el espectador ve es un brillo medio anaranjado, además de las caras embobadas de quienes contemplan el contenido.
Algunos dicen que se trata de un alma, la maldad pura o una bomba nuclear. Yo tengo firmes sospechas acerca de lo que había ahí dentro.
Hasta hace poco tiempo, el baño de mi casa era un lugar gélido, particularmente a la hora de salir de la ducha. Mi única arma contra Mr. Freeze era una estufita del tipo calo-ventilador, cuya mitad izquierda (mirando desde adelante) era solamente ventilador.
Además, los dos niveles de calor eran no-lo-suficientemente-caliente y demasiado-caliente. Así que ideé un sistema basado en los tipis, esas famosas carpas de los nativos norteamericanos, tan comunes en Lucky Luke y los dibujitos de la Conquista del Oeste.
Me sentaba en la alfombrita (generando dos manchas glutáceas en la misma) y con la toalla armaba un tipi conmigo como Toro Sentado. Así, el aire demasiado-caliente no me pegaba directamente, sino que circulaba dentro de la estructura.
¿Y el MacGuffin? Si no lo traigo a colación, no me avanza la columna. Les decía que descubrí lo que tenía el maletín de Pulp Fiction, cuando me regalaron la compañía perfecta para enfrentar las tormentas de nieve de mi lavatorio: una estufa halógena.
No sé para qué quería Marsellus Wallace una estufa halógena, pero era lo que llevaban para aquí y para allá. Ahora que tengo una, reconocería ese brillo de inmediato. Sé que los críticos podrán decirme que ahora que la quiero, la veo en todas partes. Puede ser, pero este flechazo (porque la estufa prende enseguida) es puro y de corazón.
Seguro que habrá mejores opciones para calentar un baño. Igual tendrían que conocerlo. Para empezar, la puerta tiene 1,50 de altura. Lejos de molestarme, le da ese toque de "acá hacen caca los hobbits" que gusta a todos mis amigos.
Lo importante es que ahora salgo de la ducha, me enfundo en la toalla (que mientras escribo estas líneas está frente al deshumidificador, porque ya parece una ballerina) y me paro frente a esa pequeña fuente de vida.
No fue el único electrodoméstico que recibí de regalo. Mi viejo adjuntó a la estufa un calientacamas, adminículo que parece de lujo pero que está al alcance de la mano (al de la suya, al menos).
El mismo se coloca entre la sábana de abajo y el colchón. Toda mi vida creí que iba como una manta, arriba del todo. No me pregunten por qué.
Todavía no lo uso mucho. Lo prendo un rato antes y siempre lo apago antes de entrar a la cama.
El manual dice que podría usarlo toda la noche, siempre y cuando no lo deje en el máximo de potencia, y aclara que no se puede usar a la altura de la almohada. Con eso me alcanza para tenerle un miedoso respeto.
Igual lo mejor de todo, quizás la frase que mereció todo este MacGuffin de electrodomésticos, fue la frase de mi padre cuando me lo entregó. "Es de una plaza. Si alguien más duerme ahí, que se arregle".
Y por una vez en la vida, él me dejó sin palabras a mí.