IGNACIO ALCURI | NADA PERSONAL
La definición de "prójimo" es "cualquier persona respecto de otra en la colectividad humana", al menos según un diccionario online que yo siempre consulto, tanto que lo tengo entre mis botones favoritos en el navegador de Internet.
Se me ocurrió hablar del prójimo, pero la idea no me llegó cuando "webeaba" sino unas horas antes, en el Teatro de Verano. Inspirado por el humo del cigarrillo que tenía la mujer sentada a mi lado. Humo que venía derecho a mi rostro, donde lo inspiraba hacia mis pulmones (inspirado inspirar... ¿coincidencia? Otro misterio que deberé investigar algún día, con tiempo. Con mucho tiempo).
No voy a criticar ese caso en particular, porque quien sostenía el cigarrillo es la misma persona que puede darme un codazo en los riñones mientras duermo, si saben a lo que me refiero.
Pero sí voy a hablar del prójimo en general. El otro. Sobre todo ese otro que la sociedad de hoy siempre olvida. Como pude comprobar hace unos pocos días, cuando fui prójimo y sufrí el desprecio en carne propia.
Todo ocurrió en esa enorme superficie donde dejamos salir nuestra parte más salvaje: el supermercado. Un lugar en el que todos los días cazamos y recolectamos como unos cavernícolas.
Allí estaba yo, cargando con varios productos alimenticios procesados, prontos para su consumo. Porque si hay algo que me revienta a mí, son los ingredientes. Yo trato de no tocarlos. Que vendrían a ser todas esas cosas que Uruguay exporta. Cuando te pregunten en el liceo, vos respondé: "Uruguay exporta ingredientes".
Me coloqué en una de las filas para la caja, detrás de un fulano que llevaba carro. Cuando llegó su turno, sacó las cosas del mismo, las pagó y se fue lo más tranquilo.
El carrito quedó ahí. Exactamente entre la caja registradora y mi propio carrito. Trancando todos mis movimientos. Y al tipo no le importó en lo más mínimo. Ya sé que muchas personas dejan el carro al momento de pagar, pero al menos tienen la decencia de correrlo a un costado para no molestar al que viene detrás.
"¡Indecente!", podría haberle gritado. Pero opté por callarme, reforzando su comportamiento negativo. Pero, demonios Jim, soy un escritor, no un psicólogo conductista (si usted es de las 15 personas que entendió la referencia a Viaje a las Estrellas... me compadezco).
Por último, voy a referirme a otro caso de omisión a los deberes de la Prójima Potestad: los fulanos que escuchan música con el altavoz del celular.
Justo cuando aquellos viejitos que escuchaban la Spica sin auriculares empezaban a... bueno, a... no ir más al estadio, y justo cuando los conductores de ómnibus bajaban el volumen de la radio para no marearse con la máquina expendedora del futuro, aparecieron ellos.
Una generación entera de muchachitos que contaminan nuestros aires con su música. No importa el estilo musical, ya que no hay algo más molesto que escuchar canciones que uno no eligió. Por eso en los casamientos me quedo en la mesa. Por eso y por los "sánguches".
Hay celulares tuneados con música tropical sonando a todo trapo, pero también hay celulares modernísimos pasando punchi-punchi, y celulares de arce de los que sale una fuertísima cantata de Johann Sebastian Bach.
Lo bueno es que si seguimos así, terminaremos con el peligrosísimo calentamiento global. Eso sí, tendremos 7.000 millones de calentamientos individuales, pero ya no nos va a importar el calor que esté pasando el tipo que tenemos al lado. El otro. El prójimo.
Hasta el prójimo domingo. No, el otro.