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Puro teatro

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IGNACIO ALCURI

Sobre las diferencias entre argentinos y uruguayos se han escrito libros enteros. O por lo menos me imagino que así fue. La verdad es que últimamente ando bastante lector, pero no se me ocurre ir por las librerías pidiendo títulos que versen sobre las diferencias entre argentinos y uruguayos. Estoy más enfocado a los cuentistas y a novelas que tengan algo de humor.

Pero asumo que esos libros fueron escritos. Así como creo que existen infinidad de libros sobre recetas de cocina, numerología, patinaje artístico y el ciclo reproductivo de los mamíferos marinos. Aunque nunca los haya visto, sé que en alguna góndola deben estar.

Volviendo a los pueblos separados por el río ancho como mar (y cortito como patada de chancho, cabe agregar), uno de los ítems que marca la diferencia es la temporada estival.

El verano argentino y el verano uruguayo son dos bestias muy distintas, como Bestia de los X-Men, que al principio era un tipo con manos grandes y terminó siendo un mono peludo azul. Pero basta de hablar de los personajes de una modesta editorial de cómics.

Los principales balnearios de nuestro territorio (salvo Punta del Este, que podríamos discutir si se trata de nuestro territorio, si pertenece a Argentina o si es un principado independiente) gozan de veranos tranquilos, al menos "mediáticamente".

Sí, está la barra de 40 monos en la pequeña casucha que hace ruido hasta las cinco de la mañana, pero al menos no pululan los movileros del famoso "periodismo de espectáculos". Hasta donde tengo entendido. Del otro lado, sí. Es el paraíso de cualquier chimentero que se precie de tal. Villa Carlos Paz, Mar del Plata, Buenos Aires... Cada una de estas ciudades prepara un caldo instantáneo cuyos croutons son las peleas prefabricadas, los escandaletes de estación y los bozales legales. Toda una gran ficción cuyo objetivo final es llevar a la gente en masse al teatro.

Pero no cualquier teatro. El teatro de revistas. Un bicho autóctono de la República Argentina, cuyo cuerpo está recubierto de plumas y que disfruta la compañía de los felinos. Quizás para su público el encanto sea cuando la vedette de cuarta baja esa inmensa escalera y todos se codean, susurrando: "esta es la que le dijo a la otra que bailando parecía una cabra hemipléjica".

Y la otra respondiéndole a esa en un inglés troglodita e imponiendo frases en el imaginario colectivo.

Nuestra escena teatral capitalina está en el otro extremo. Le falta color, en mi humilde opinión. Se podrían instalar marquesinas en cada sala, así los actores tendrían una excusa para pelearse.

"Ya sé que él hace de Hamlet y yo estoy treinta segundos en escena, pero tengo más años en el medio. Mi nombre tiene que estar en letras más grandes". Cosas por el estilo.

El resto de los cambios llegaría de manera orgánica. Los elencos de La cantante calva y Esperando la carroza se disputan el título de la obra más taquillera. Para resolverlo hará falta la presencia de dos escribanos, dos contadores y dos estudios de abogados. Habrá cartas documento por doquier.

Por último, empezaremos a ver primeras actrices tirándose de las mechas de sus pelucas coloniales, la grave denuncia de un cigarrillo encendido en los camerinos por un popular capotrágico, y muchas actricitas en ascenso llorando en el programa de Omar Gutiérrez.

Que comience la disfunción.

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