Primero compuso en inglés porque pensaba que su música no saldría de su cuarto, “entonces no me interesaba mucho que se entendiera”.
Alfonsina Álvarez recuerda aquella Release (Soltar) y se percata de que “era como una versión vieja y en inglés de No es mi primera vez, incluso rítmicamente tienen algo que ver”. Hoy esas melodías en inglés están guardadas y archivadas, elige no tocarlas en vivo porque solo entiende la música en términos de comunicación con el otro, para ofrecer algo. “Si me voy a poner a cantar es porque tengo algo para decir”.
—La guitarra es una aliada al subirte al escenario, ¿qué te generó más temor en tu primera experiencia y cómo la recordás?
—La primera vez que me subí con una guitarra fue en Cabo Polonio, un show que me consiguió un amigo pensando que estaba más preparada para poder hacerlo y al final me terminó preparando él. Tenía un temor tan grande que no sabía dónde estaba bien mi cuerpo, ni mi guitarra.
—¿Cuánto cambió esa sensación con el paso de los toques?, ¿te cuesta menos subirte?
—Me cuesta cada vez menos pero no significa que no sienta miedo. Siento pila de miedo porque aunque salga con el corazón lleno, no estoy segura si voy a poder comunicarme. Si no logro atravesar hacia el público, si veo que la gente se pone a charlar, si pasa algo que da cuenta de que el momento de conexión no se está dando, mi misión está rota.
—¿Te frustra?
—Me frustra porque canto para la conexión, sino no me sirve hacerlo.
—¿Sentís esa conexión?
—Siento una enorme conexión con el público y es lo que me lleva adelante, lo que me da ganas de hacer el siguiente show.
—Un día dejaste de componer en inglés y pasaste a hacerlo en español, ¿cuándo hiciste ese clic?
—Cuando pareció que iba a empezar a tocar, que podía haber un público acá que le podría interesar, cuando me decidí a mostrar la música. Ahí dije, esto no es solamente para mí, entonces no me quiero esconder atrás de un idioma ni de nada, me quiero comunicar. Si me voy a poner a cantar es porque tengo algo para decir, no sólo porque quiero cantar.
—A los 16 años te empezó a gustar el jazz y dijiste que te entusiasma mucho más aquello que no lográs comprender porque tiene una magia especial…
—Sigue siendo así, el misterio es un motor. Todavía me pasa con la conexión con el otro: cuándo nos vamos a conectar, cómo nos vamos a conectar. Es un ida y vuelta: en el silencio del público hay un montón de información que me está llegando en el momento en que nos estamos comunicando a través de la música y difiere según la gente, el ambiente, entonces todavía sigue siendo misterioso y me llevo de un show al otro una experiencia y aprendizaje totalmente distinto.
—Esos silencios te dan información, ¿qué lees en el público?
—Hay cosas que puedo leer que tienen que ver con la sensibilidad y empatía. Es como un salto desde la soledad hacia la conexión otra vez. Pero hay otro montón de sensaciones que no las puedo traducir en palabras, de repente es solamente un intercambio energético.
—¿Sentiste algo parecido a eso en ese primer show en Cabo Polonio o no pasó nada?
—Estaba tan nerviosa y estresada que lo pude sentir menos. Los nervios te encierran en vos. Lo que sí sentí fue el apoyo de la gente, de repente me equivocaba en una canción y decía, ¡ay no! ¿Puedo volver a empezar? Tenía un grado de inocencia enorme, pero si me abría a mi propia vulnerabilidad, la gente no iba a ir a cavarme un pozo, me iban a dar una mano. Al darme cuenta de eso la satisfacción fue muy grande y me impulsó a hacer algún otro show.
—Los disparadores para componer son situaciones no resueltas. Dijiste que terminar una canción te sirve para entender esas situaciones, ¿es una sensación de alivio cuando eso sucede?
—Es una sensación de goce porque no es como que me saco un peso, sino que es como que algo que no entendía del todo se revela de cierta forma: quizá yo con mi cerebro todavía no pueda resolver esa situación de la que hablo pero por expresarse en una canción presenta que no hay miedo y que en ese conflicto hay belleza, color.
—¿Se revela cuando lo ves escrito o hace falta que lo toques?
—Tocado. Para componer una canción primero hago una música, luego la improviso cantando y en esa improvisación es cuando empieza a salir el material.
—En tu disco debut primero aparecieron la música y luego las letras. Dijiste que una evolución sería que te pasara al revés…
—Me puede pasar. Quebrar fue la única canción en que primero hice la melodía y después busqué la armonía en la guitarra, pero prefiero partir de esa sensación menos definible, un poco más confusa que me da cuando encuentro algo en la guitarra que no sé bien qué es lo que quiere decir con palabras; es una sensación de que algo está correcto, de que es extraño: primero lo encuentro musicalmente y luego vienen las palabras a hablar sobre ese carril. Si empiezo por las palabras ato mucho a la música.
—Creaste un estilo para cantar en base a imitaciones que hacías de chica cuando te encerrabas en un cuarto con la música al palo. Y dijiste que querés que cambie esa forma de cantar, que no querés quedarte quieta en un lugar, ¿sentís que está evolucionando?
—Sí, estoy trabajando en material nuevo y la forma de cantar es muy muy diferente, me da gusto eso, siento que tengo muchas voces que son muchos estados o muchas personalidades y hacer uso de eso y no definirme ni en un estilo, ni en un género, ni en nada me da más y más libertad. Creo que cuando salga mi segundo trabajo discográfico va a llamar mucho la atención el enorme cambio.
—Decís que tenés muchas voces, ¿cómo es eso?
—La cantidad de voces que hay adentro mío creo que viene por la cantidad de voces que he escuchado con las cuales me identifico: Eduardo Mateo, PJ Harvey, Zitarrosa, Charly García, la música electrónica, una pieza de Piazzolla, el jazz. Son realmente una cantidad de sonidos y posibilidades que me tocan el corazón y de alguna forma son una escuela. Al tener una escuela amplia, vas a poder estarte moviendo en todas esas frecuencias.
—No te gusta escucharte en un disco, decís que las canciones se hacen para los demás y para el momento de cantarlas, ¿cómo es ese momento?, ¿qué tiene de especial?
—El momento de cantar una canción es el momento irrepetible, es el momento en que el cerebro se tiene que silenciar totalmente porque no podés estar pensando en cuál es la letra que viene: la estás encarnando, es aquí/ahora, como si la canción hubiera sido recién escrita y la estás vivenciando palabra a palabra, acorde a acorde, como si estuviera naciendo en este momento. No hay una música que logre cantar físicamente si no la estoy sintiendo. Soy muy instintiva y si no me conecto, no puedo hacer uso de mi instinto. No tengo técnica, preciso estar conectada con el propósito de cada canción para que mi cuerpo se acomode y pueda sacar esa voz.
—Le mostrás las canciones a tu mejor amigo porque no sos muy segura, ¿no?
—Sí, es muy así. Hay cosas que me cuesta darme cuenta si el valor que tienen es solo para mí o si a otro también le puede gustar. Esa es una duda que poco a poco tengo que ir eliminando: es un conflicto entre lo mucho que me interesa conectarme con el otro (no me subo a un escenario a cantar para conectar solo conmigo) y a su vez, tengo que conectarme desde lo más profundo de mí, entonces tengo que hacerlo desde lo que yo siento que está bien. Es un proceso de evolución poder afirmarme en lo que siento que está bien para no sentir esa inseguridad.
—Si no podés activar algo en el otro no cantás más esa canción, ¿cómo te das cuenta de que algo se activa?
—Lo siento. Si ahora pongo una canción, nos ponemos a escucharla y tengo la sensación de que si te conectás con la canción y conmigo, yo la escucho y está viva. Si esa conexión no se está dando, la canción está muerta, la escucho y me molesta, es como que la quiero apagar. Es una sensación.
—Encontraste en el disco la posibilidad de seguir tocando y justamente conectar con las personas, ¿qué buscás a nivel personal con esa conexión?
—Conocer más, conocer otras sensibilidades, tener otras conversaciones, evolucionar. Está primero para mí crecer como ser humano y luego es una consecuencia crecer como artista.
—En un momento te encerraste en tu casa a escuchar, pensar y escribir mucho y ahí descubriste qué querías decir, ¿descifraste un mensaje en este disco?
—Este discos tiene 11 canciones, el 11 es en la numerología un número maestro. La canción número 11 se llama Que hable sola y dice, quiero imaginar que todo lo que vi queda en otra piel, salgo sola. Apenas ese disco termina, yo me lo quito, me voy, se terminó, aunque no es así cada vez que lo canto en vivo, pero es como una forma de cambiar la piel. El mensaje es: hagamos todo este recorrido, todo este aprendizaje, vivamos esta complejidad de relaciones y todo lo que hay en el disco y salgamos a otro lugar nuevo.
—De niña tu abuelo te mandaba cartas y poemas que te estimulaban a responder, ¿qué recordás de eso?
—Recuerdo recibir con mucha alegría las cartas de mi abuelo. Recuerdo una vez que le dije a mi mamá, yo te dicto y le escribís al abuelo y me dijo, no, escribile tú. Yo me estaba muriendo de ganas de escribirle y eso fue un impulso importante para la escritura. Hay cosas que no recuerdo pero están tatuadas. Hace poco mi abuelo me regaló una poesía que él escribió y dije, me reconozco, el estilo de la escritura es muy similar. Él vive en Paysandú, es maestro y pintor; es una persona que sin tener que hablarme me educa mucho en la humildad, la sensibilidad, es un personaje bien importante.
—Tu abuela conserva tus reflexiones poéticas de cuando tenías 8 años, ¿sos de ir a buscar esos apuntes?, ¿te gusta releerlos?
—Me gusta sí. Cuando encuentro algo disfruto de darme cuenta de que las reflexiones siguen una línea para toda la vida o que han sido siempre las mismas preguntas y cuestiones.
—De chica no parabas de escribir hasta conseguir sentir una verdadera emoción en el cuerpo, ¿te pasa igual hoy?
—Igual, no compongo si no es a través de una emoción fuerte.
—Las palabras en el disco tienen un peso importante. Contaste que al cambiar una palabra en una poesía cambia tu yo simultáneamente, ¿cómo explicás eso?
—Es como un tipo de terapia medio mágica. El momento de inspiración para la poesía o el momento en que la canción va a nacer es un momento de apertura donde no estás en tu lugar de todos los días. En esa creación no solo es la canción que se está abriendo, sos vos también: las fichas que movés ahí adentro se pueden re configurar y cuando se cierra, comprendiste algo, cambiaste algo, evolucionaste si pudiste, te quitaste un miedo.
—¿Te marcás esos momentos de creación o llegan?
—Me llegan. Soy una persona muy anti rutina. Para la creatividad la disciplina no me sirve.
—Estás más motivada durante la mañana, ¿no?
—En la mañana estás tan cerca del momento en que estabas dormido que el cerebro está en un lugar en que sigue soñando: hay menos pensamientos en palabras, hay más imágenes que están cerca, acabás de soñar, acabás de venir del mundo sub.
—Cualquier conflicto interior te despierta ganas de escribir, ¿cuál fue el último disparador que motivó que escribieras algo (una poesía, una estrofa, un apunte)?
—El vacío que a veces siento en las relaciones. No digo que siempre estén vacías pero hay partes que permanecen encubiertas en una relación que podría ser más transparente, más directa, pero hay siempre roles, expectativas, poses, cosas que dificultan el vínculo, eso me da una sensación de vacío y ha sido un motor para escribir algunas cosas. Me gustaría que no fuera tan difícil, poder comunicarnos con simpleza, con humildad, no hay nada que esconder.
—No cantaste para nadie hasta los 19 años, ¿por qué?
—Antes canté pero para la bandita del liceo que nunca tuvo público. La primera vez fue en Cabo Polonio y después en el Tartamudo en una jam de jazz. Después de ver cómo disfrutaban de la improvisación -el jazz tiene eso de aquí y ahora, esta improvisación no se repite nunca más- me generó una intensidad bien linda que me llamó a que participara.
—¿Tampoco cantabas en eventos familiares?
—No, cantaba en mi cuarto encerrada, mi familia me oía de costado y muchas veces no les gustaba lo que oían.
—¿Y qué te decían?
—Que era un perro.

alfonsina