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Dueño de la cuadra por unas monedas

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Hay 3.000 cuidacoches en Montevideo. Foto: F.Flores.
Nota a cuidacoches en el Prado, Mvdeo., ND 20150330, foto Francisco Flores
Archivo El Pais

Va en el trato: yo saco hasta 1.700 pesos en una jornada", asegura José de los Santos (43), un hombre de cara rojiza y modo cortés. De su pecho pende una gran tarjeta, casi un cartel, que indica que es un "cuida-coches" profesional, reconocido por la Intendencia de Montevideo, no un pedigüeño cualquiera. 

"Fui el primero en trabajar, desde 1992, en la feria de los jueves en Camino Tomkinson y Alfredo Moreno, en Paso de la Arena", cuenta con orgullo. "Ahora cuido unas 90 motos y 80 autos". Los sábados se desplaza hacia la feria de Gregorio Suárez y Ellauri, en Punta Carretas, donde trabaja de 7 a 16 horas. Redondea sus ingresos con otras changas en ferias de la periferia montevideana.

En Montevideo hay al menos 3.000 cuidacoches, no siempre tan formales como José de los Santos. Su número va en aumento, tanto como crecen el desorden callejero y el parque automotor y se reducen los espacios para estacionar. Es una actividad rentable, igual o más que buena parte de los trabajos de baja calificación que ofrece el mercado. Recaudan al mes desde 7.000 pesos hasta 15.000 e incluso más de 20.000, según la calidad de su "cuadra" o "parada", término éste de reminiscencias tangueras, propio del proxenetismo.

Hermanas sombras.

Es una manera de mendicidad más o menos encubierta, masiva y tolerada por las autoridades. Molesta a la mayor parte de los automovilistas, que se sienten chantajeados, o sienten culpa, y es también una de las tantas caras de la marginación social. Un cuidacoches es, en esencia, alguien que se aferra a los últimos bordes del sistema social. Vive "en eterno altercado con hermanas sombras, o con el hambre, esa otra loba", al decir de Jorge Luis Borges. Para ellos, un paso más allá están la indigencia, la cárcel o alguna otra forma de internación compulsiva.

Son hombres, aunque hay mujeres, de mediana edad, aunque los hay viejos y muy jóvenes, que se apropian de una cuadra, o de un cantero o de un sector muy transitado, y solicitan dinero a quienes estacionan su automóvil, con el compromiso de cuidarlo. A veces, mediante amenazas implícitas, refuerzan su pedido. Cuando la demanda por espacio es muy alta, como en las inmediaciones del Estadio Centenario en hora de grandes espectáculos, actúan en equipos de inspiración mafiosa, ubican los vehículos en espacios verdes o en las veredas, e intiman: "Aquí estamos cobrando 50". O cien. En general los automovilistas acceden a darles dinero, incluso por adelantado, más por temor que por caridad.

El servicio que ofrecen es harto relativo, aunque hay personas que lo aprecian, e incluso les piden que laven sus vehículos.

Los cuidacoches "formales" hasta cierto punto son responsables de lo que ocurre en la cuadra que les ha sido asignada. Pero los informales, que son por lo menos la mitad, suelen ofrecer otra cosa: proteger los coches de sí mismos.

Con carné.

Cualquiera que conduzca un vehículo tiene mil historias de abusos que contar, en particular si es mujer. Narración de Cristina en su página de Facebook: "Martes, 9:45 y 10:00, en Eduardo Acevedo casi Uruguay, y Uruguay esquina Ejido. Dos cuidacoches, sin distintivo alguno, libreta en mano, apuntan las matrículas de los autos que estacionan. Le pregunté al de la primera ubicación (que además acababa de llegar justo cuando yo me iba) para qué anotaba. Me dijo que era para llevar la cuenta de cuántos autos estacionaban en esas cuadra en su horario. Yo lo sentí como medida intimidatoria. ¿Qué pasa si no se da propina? ¿Qué dice la Intendencia?".

Sonia responde: "Justo hace un rato, en la zona del (Hospital) Pereira Rossell, por la calle Gastón Ramón, fui intimidada por uno y no estacioné. A la vuelta, por Lord Ponsomby, había lugar. Al irme, el veterano que estaba me explicó, en afable charla, que efectivamente sacan en cada turno unos 1.500 pesos por día. Y si lavan coches a 100 pesos, mucho más… Por supuesto sacan el agua de una casa, no pagan impuestos ni nada. ¡Ahhh!: y me mostró una autorización municipal..."

A fines de marzo la Intendencia tenía registrados más de 1.600, incluidas sus cuadras en usufructo. "Somos 1.900 formalizados", dice sin embargo José de los Santos, quien, durante la Semana de Turismo, cuida autos en la Criolla de la Rural del Prado. La diferencia radica en que la Intendencia da de baja de sus registros a quienes no cumplen las reglas.

Para obtener su permiso, los cuidacoches deben presentar un certificado de antecedentes penales y carné de salud. También concurren una vez al mes al Palacio Municipal para firmar y mantener su registro. De vez en cuando se les realizan espirometrías y controles de aseo. Deben pagar un monotributo al Banco de Previsión Social, que va de casi 1.000 pesos a unos 2.500, según tenga o no cobertura médica, para sí y para sus hijos. Estas personas son responsables, hasta cierto punto, de lo que sucede en su cuadra.

Tarea de guapos.

No sólo la Intendencia de Montevideo extiende permisos. También suelen hacerlo caudillos callejeros, guapos de parada o "referentes" del barrio. "Los mismos vagos de la calle te la complican, te meten prepo", dice Waldemar (49), nativo de San Ramón, quien el lunes abría puertas de vehículos en la Criolla del Prado. Pero su forma de vida habitual es cuidar coches sobre la esquina de Rondeau y Valparaíso, en las inmediaciones de los juzgados de Familia. "Saco entre 500 y 800 pesos por día, según la cantidad de horas que meta", dice. No puede formalizarse porque tiene antecedentes penales. Vive en la calle o duerme en refugios del Mides, donde —asegura— "me robaron todo". A su lado, un amigo reparte tarjetas que publicitan un prostíbulo entre la gente que ingresa a la Criolla.

La mayor parte de los cuidacoches informales o esporádicos tiene antecedentes por "todo tipo de delitos", dice el abogado Jorge Pírez Bello, quien lleva casi dos años al frente del Juzgado de Faltas de 2º Turno. Unos cuantos padecen trastornos mentales, muchas veces vinculados con el alcoholismo o adicción a drogas; y cometen delitos propios de oportunistas. Unos cuantos viven en la calle y en lo más duro del invierno se hospedan en refugios del Ministerio de Desarrollo Social (Mides). También suelen trabajar en ferias barriales de compraventa de frutas y verduras y en "changas" por el estilo. No mucho más. Ya sea por sus antecedentes judiciales, por hábitos anárquicos o por su escasa instrucción, el mercado formal de trabajo les está vedado.

El fenómeno se gestó hace tres décadas en las zonas más abigarradas del Centro y Ciudad Vieja, se extendió luego por el área metropolitana de Montevideo y se trasladó a ciudades del interior como Maldonado y Colonia, y hacia las calles de free shops en Rivera, Chuy y Río Branco.

Montevideo está congestionada y es difícil estacionar en casi cualquier parte, incluso en zonas tarifadas. En los últimos diez años se vendieron 360.000 automóviles nuevos. Más de la mitad quedaron en la capital del país y se incorporaron al parque preexistente. En Montevideo circulan más de 400.000 automóviles y vehículos comerciales livianos, además de ómnibus, taxis y camiones.

Los sitios más rentables para los cuidacoches son aquellos en que no sólo hay muchos automóviles sino que rotan rápidamente: estacionan, hacen un trámite y se van. Entonces pueden recaudar entre 700 y 1.500 pesos por día.

Los lugares más codiciados son la zona de hospitales en torno a Tres Cruces, Pocitos, Centro, Cordón, casas de estudios que realizan postgrados como la Universidad Católica, la Universidad de la Empresa o la Universidad de Montevideo, algunos puntos de La Aguada entre la torre de Antel y el Palacio Legislativo, y las ferias barriales.

Perfil de los cuidacoches.

Los cuidacoches son una expresión más de la informalidad económica, propia de países de menor desarrollo relativo. En muchos países se prohíbe su acción. En muchas ciudades de Rio Grande do Sul no existen pues no son tolerados por las autoridades. En otros se los admite como un mal menor. Son los "trapitos" de Buenos Aires, los "flanelinhas" de Rio de Janeiro y del nordeste de Brasil, los "gorrillas" del sur de España.

La Intendencia de Montevideo, a través de la Unidad de Registro de Cuidadores de Vehículos, entrega permisos de cuidacoche en un intento por formalizar la informalidad. Los resultados son parciales y dudosos. Por un lado se ordenan ciertas áreas; por otro se generan derechos y se eternizan situaciones.

Pero difícilmente la Intendencia pueda controlar el fenómeno por sí sola, sin respaldo legal, policial y de los organismos de seguridad social del Estado.

Según un estudio finalizado en agosto en el seno de la Facultad de Ciencias Empresariales y Economía de la Universidad de Montevideo, "el 31% (de los cuidacoches) declara que existen personas de referencia a las que hay que solicitarle su beneplácito antes de poder trabajar (cuidacoches que ya están en la zona, por ejemplo). Los cuidacoches que no poseen el permiso de la Intendencia es más probable que tengan que solicitar el beneplácito de algún referente de la zona para poder trabajar (36%) en comparación con los que declaran tener permiso (26%)".

El estudio de José María Cabrera y Alejandro Cid, ambos del Departamento de Economía de esa Facultad, se basa en entrevistas a 520 cuidacoches realizadas en el invierno de 2013. La mayoría se concentra en el sur de Montevideo, la zona de mayor poder adquisitivo y escasez de espacio para estacionar vehículos. La mitad de los encuestados no contaba con permiso municipal, en tanto 11% eran mujeres. La edad promedio era 46.8 años y el 60% tenía sólo educación primaria. Las principales razones para trabajar como cuidacoches fueron estar desempleado (58%), tener "problemas de salud" y "trabajar libremente, sin jefe".

El 67% dijo que deseaba dejar el trabajo de cuidacoches por otro más formal. El 14% afirmó que en la calle ganaba mejor que en otras opciones laborales.

La violencia en las calles es moneda corriente. Algunos sostienen su derecho sobre una calle mediante el carné municipal y, eventualmente, el respaldo de la Policía. Pero muchas veces han debido utilizar la fuerza.

"Yo siempre anduve con una cachiporra y pocas veces tuve problemas", afirma Hilario Mesa (82), quien de lunes a viernes obtiene un jornal promedio de 700 u 800 pesos. Lleva 26 años de cuidacoches frente a la Cooperativa Bancaria, en Zabala entre Sarandí y Rincón, Ciudad Vieja.

La formalización ante la Intendencia de Montevideo reporta grandes beneficios a los usufructuarios: "La cuadra es mía y nadie me la puede sacar", repiten con cierto orgullo. Cristian Quintana (30), quien empezó de niño como cuidacoches junto a su madre en el barrio Peñarol, dice que "si algún pesao me mete prepo, yo llamo a la Policía". Es una de las ventajas de ser cuidacoches con carné municipal: se puede recurrir a las autoridades para que protejan sus derechos. Quintana se revuelve todos los días en el microcentro comercial del cruce de Aparicio Saravia y Coronel Raíz. Allí es intocable.

Según el estudio de la Facultad de Ciencias Empresariales y Economía de la Universidad de Montevideo, los cuidacoches formales llevaban en promedio casi 12 años en la tarea, contra poco más de siete de los informales.

Los "formales" también tenían en general mejor aspecto, propio de quien debe cuidar su puesto de trabajo, aunque esa sea una apreciación muy subjetiva. Además, entre los cuidacoches informales hay más ex presidiarios, lo que muchas veces, aunque no siempre, impide el reconocimiento municipal.

El hombre nuevo.

La travesti Stephania Mirza Curbelo regentea la cuadra de Zelmar Michelini entre Maldonado y Durazno. Su parada no es de las mejores. Está llena de vehículos, sí, pero no hay mucha rotación. Casi todos pertenecen a personas que llegan por la mañana y se retiran de sus trabajos al caer el sol. Stephania, más conocida como "Nicaragua", es una cuidacoches informal que también se prostituye. Duerme en un cuarto de pensión, en la calle o en un refugio del Mides: tanto da. Sus padres adoptivos eran militantes políticos de izquierda que a fines de los 70 pelearon en Nicaragua contra el régimen de Anastasio Somoza. El año pasado el cineasta uruguayo Aldo Garay recorrió su vida en un largometraje documental de título ambiguo y burlón: "El hombre nuevo".

La película, que fue presentada en febrero en el Festival Internacional de Cine de Berlín, no reportó grandes beneficios para Stephania. "Una película no te cambia la vida", dice. "Sigo en la calle, pero al menos regresé a Nicaragua y ahora me voy a París a una nueva presentación".

No es sencillo probar la mendicidad abusiva.

La penalización de la mendicidad, muchas veces vinculada a la vagancia y el consumo de alcohol o drogas, es tan vieja como el Derecho penal. En Uruguay hay normas al respecto desde la independencia.

Los niños que pedían dinero en las calles de Montevideo desaparecieron después que las autoridades obligaron a sus padres a cumplir con los deberes de la patria potestad -y los amenazaran con quitarles beneficios como las “asignaciones familiares”. Mientras, diversas figuras penales permitieron a la Policía desalojar a cuidacoches y limpiavidrios particularmente agresivos, como los que hasta hace algunos años se reunían en el cruce de avenida Rivera y bulevar Artigas. Allí muchas mujeres fueron desplumadas y varios hombres mantuvieron discusiones e incidentes violentos.

En el mundo se han probado diversas recetas: sanciones económicas, nuevas leyes y faltas, campañas de concientización para automovilistas, rondas policiales. Los resultados, al final, siempre dependen de la voluntad política de hacer cumplir las leyes, y de la complementación con organismos de seguridad social, que brindan alternativas y sostén a los mendicantes.

En 2013 se reimplantó en Uruguay la penalización de las faltas (delitos menores), cuya sanción había caído en desuso. Se concluyó que la tolerancia ante las faltas incentivó los desórdenes en espectáculos y en la vía pública, además de la mendicidad, los basurales, la ebriedad en las calles y los abusos en el tránsito.

La ley Nº 19.120, de “Faltas y conservación y cuidado de los espacios públicos”, aprobada en agosto de 2013, penaliza por ejemplo la “solicitud abusiva con acoso o coacción”, el “abuso de alcohol o estupefacientes” en lugares públicos, el vandalismo, la “ocupación indebida de espacios públicos” y el defecar y orinar en ciudades y suburbios, entre otros actos. El juez debe resolver el caso en una sola audiencia, que se realiza muy poco después de la denuncia.

En octubre de 2013, a poco de iniciarse la aplicación de las nuevas normas, 28 personas habían sido procesadas. El 12 de octubre nueve de ellas barrieron la plaza Matriz y limpiaron bancos. El 70% de las sanciones correspondían a faltas de tránsito (manejar sin habilitación o alcoholizado). Luego había casos de consumo de drogas y alcohol en sitios públicos y descarga de basura fuera de los contenedores, pero ninguno por “solicitud abusiva” de dinero. Entonces se especuló que los jueces actuaban sobre los transgresores fáciles de identificar y castigar, como los automovilistas, quienes en general poseen bienes y un trabajo que cuidar.

“El problema es la prueba”, dice Jorge Pírez Bello, juez del Juzgado de Faltas de 2º Turno. “Algunos automovilistas que se sienten perjudicados, hacen denuncias pero luego no concurren al tribunal” a testificar. Otras veces no es posible hallar al acusado. Cierta vez “un comerciante denunció a un cuidacoches que molestaba a su clientes”, cuenta Pírez Bello. El comerciante concurrió al tribunal con sus testigos, pero la Policía no encontró al cuidacoches.

En diciembre de 2014 el empresario, periodista y político Esteban Valenti fue robado por “motochorros” en las inmediaciones del Parque Batlle y Ordóñez. Valenti, un personaje conocido, especuló que los ladrones podrían actuar en connivencia con algunos cuidacoches. “Ahí en la calle Canning pasa algo turbio, con gente que marca a las posibles víctimas”, escribió Valenti.

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Hay 3.000 cuidacoches en Montevideo. Foto: F.Flores.

Profesión Cuida-cochesMIGUEL ARREGUI

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