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Crónica de afectos al servicio de gran actriz

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Pareja: la historia de un amor de primavera/otoño.

Estos franceses. Siguen teniendo cierta puntería y una cuota de elegancia para las historias entre románticas y eróticas, que no inventan la pólvora pero que siguen estando habitadas por seres humanos y no por superhéroes o robots que rompen cosas.

Esta película de Marion Vernoux (de quien el espectador uruguayo ha llegado a conocer Personne ne maime, 1996, con Bernadette Laffont y Bulle Ogier; Nada que hacer, 1999, con Valeria Bruni-Tedeschi, y Reinas por un día, 2001, con Karin Viard, es decir tres de sus once películas como directora, muchas de las cuales también ha escrito) se ubica en esa línea: la de una historia cotidiana, con un toque de drama y algo de humor, con algún filo de diálogo y un poco de sexo.

A la protagonista (Fanny Ardant) el paso del tiempo le está jugando una mala pasada, y su familia se empeña en agravarlo. Hace no mucho que murió su mejor amiga; hace menos se vio obligada a jubilarse de forma anticipada, y por si todo eso fuera poco sus hijas le han hecho, con la mejor intención del mundo, el peor de los regalos: una inscripción a un centro ocupacional para gente de la tercera edad. Puede optar por la alfarería, el teatro, el encaje, la informática y otros aburrimientos, hasta que en su camino se cruza la oportunidad un poco más estimulante del adulterio en la forma de un profesor de matemáticas más joven y sexualmente más activo que ella (Laurent Laffitte). Como los protagonistas de Los puentes de Madison de Clint Eastwood, los dos saben que se trata de un asunto a término y que ni siquiera van a tener que decirse algo cuando haya terminado: simplemente, van a saberlo. Pero mientras dura, Ardant y Laffitte pasean su romance por vistosos paisajes de Dunquerque, apoyados por los esmeros de fotografía de Nicolas Gaurin, la buena música de Arnaud Boivin, y Fanny Ardant.

Sobre todo Fanny Ardant. Muchos la queremos desde películas como Los unos y los otros (1981) de Claude Lelouch; La mujer de la próxima puerta (1981) o Confidencialmente tuya (1983) de su pareja de entonces Francois Truffaut; La vida es una novela (1983), El amor a muerte (1984) y Melo (1986) de Alain Resnais, hasta La familia (1986) y La cena (1998) de Ettore Scola o Tres hermanas (1998) de Margarethe von Trotta.

Era una espléndida actriz hace treinta y cinco años y lo sigue siendo ahora: en eso se diferencia de Catherine Deneuve, que salvo excepciones podía ser muy sosa cuando joven aunque ha crecido en madurez con el paso del tiempo. De cualquier manera, la madurez le sienta muy bien a Ardant: se la sigue viendo muy segura de sí misma en la pantalla, firme en medio del cuadro, irradiando un aura que hace casi desaparecer al resto del elenco cada vez que está en cuadro. El correcto libreto y la prolija aunque no genial dirección de Vernoux le proporcionan todas las oportunidades que necesita, y Ardant no desperdicia ninguna. Por cierto la acompañan adecuadamente Laffitte como galán que no se la merece, y Patrick Chesnais como veterano entrañable. Pero el centro de la película y su justificación es Ardant. Ella es, literalmente todo el show.

Mis días felices [***]

Francia 2013. Título original: Les beaux jours. Dirección: Marion Vernoux. Guión: Marion Vernoux, Fanny Chesnel, sobre novela de la segunda. Fotografía: Nicolas Gaurin. Música: Arnaud Boivin. Intér- pretes: Fanny Ardant, Laurent Lafitte, Patrick Chesnais, Féodor Atkine, Emilie Caen, Alain Cauchi, Marc Chapiteau.

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cinecríticaGuillermo Zapiola

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