CÉSAR BIANCHI
El inspector principal José Victoria camina por la Escuela Nacional de Policía hasta llegar a bedelía y ahí le pide a un agente: "Pasame las llaves del salón de Técnica, donde están las puertas del Liberaij y todo eso". El muchacho le contesta: "¿Usted dice las llaves del laboratorio?", y le entrega un manojo de llaves.
El mentado depósito cuenta con un par de elementos de la mejor memorabilia de la crónica policial de antaño y otras puestas en escena que recuerdan viejas formas de trabajo de la Policía Técnica.
Hay dos botiquines con tijeras "para cortar la ropa de cadáveres o heridos", según Victoria, ácidos, espátulas, cuentagotas y otras herramientas de criminalística, sobre una mesada de mármol. Hay plaquetas que distinguen los disparos de revólveres .38 y .22, o pistolas. Hay huellas de botas sobre yeso, tomadas hace décadas. O un viejo laboratorio de fotografía (dentro del laboratorio) con los rollos que se revelaban cuando todo era en blanco y negro. También microscopios con los que antes se estudiaban detalles que pudieran revelar una identidad, como un tipo de sangre.
"Todo esto tiene fines didácticos para los policías de la Escuela", dice Victoria. Los futuros policías se encuentran aquí con la vieja usanza de la Policía Técnica, y valoran más las nuevas metodologías modernas.
Pero eso no es todo.
También hay, como tiradas contra una pared y frente a varias plantitas, cuatro puertas de madera absolutamente arruinadas por balazos más que por el paso del tiempo. Son cuatro puertas del edificio Liberaij, que atestiguan el feroz tiroteo de 14 horas que sostuvieron tres delincuentes argentinos y un comando de policías montevideanos el 5 de noviembre de 1965.
Con un sylvapen rojo se identificó a una puerta como "cuarto de baño de ap 9", en otra se alcanza a leer (haciendo esfuerzo) "puerta principal ap 9", la tercera dice "puerta exterior" y la cuarta "puerta de ap 11". Hay marcas de fusiles Mausen y ametralladoras ZB 30, ambas de 7 por 57 milímetros (mm), orificios que hicieron revólveres .38 y pistolas 9 mm, así como subfusiles Star 9 mm. Al intentar mover las puertas, siempre se cae algún nuevo trozito de madera.
En el apartamento 9 del edificio de la calle Julio Herrera y Obes se parapetaron Roberto Dorda, Marcelo Brignone y Carlos Merelles; en el 11 se escondieron algunos policías que se enfrentaron a los pistoleros porteños. Considerando que Dorda, según la autopsia, murió con 16 heridas de bala y Brignone con 19, el lector se puede imaginar cómo quedaron las puertas de madera.
Lástima que no están a disposición del público en general, de los curiosos que siguieron la balacera en tevé blanco y negro o de los nuevos aficionados pos-libro y película que dieron en llamarse Plata Quemada. Las puertas estaban en el Museo Policial que se inauguró en 1931 y fue clausurado por el gobierno de facto en 1979. "Muchas cosas desaparecieron y no se sabe quién se las llevó, ni a dónde. Las propias jerarquías militares de la época agarraban un sable, o una pistola de algún policía o maleante, y se la daban a algún conocido, como regalo", dijo Victoria, ayudante de la dirección de la Escuela Nacional de Policía.
Las puertas transformadas en "colador" son de las pocas piezas sobrevivientes a aquel museo, que ya no existe. Otra "obra" de aquel acervo que todavía se conserva (muy deteriorada) e inaccesible para el público es el baúl donde se encontró muerto y descuartizado el criminal de guerra nazi Herbert Cukurs el 6 de marzo de 1965 en el balneario de Shangrilá, ajusticiado aparentemente por la Inteligencia israelí.
Al baúl se le sale la tapa y dentro de él las telarañas evidencian que pasaron más de cuatro décadas. Es el mismo baúl que salió en todas las fotos de los diarios de Montevideo al otro día de su hallazgo. Está, también, escondido en un laboratorio de la Escuela Nacional de Policía de Camino Maldonado.
Hay una plaqueta con un croquis y fotos del prontuario de la banda de los hermanos Moretti, unos anarquistas que se fugaron del Penal de Punta Carretas y salieron a la carbonería El Buen Trato en 1931.
Y un cuadro con una foto del delincuente Maximiliano Araújo, alias "Caoba", quien con una navaja asesinó a la meretriz Julia Uriarte el 24 de diciembre de 1928. La navaja está allí, con manchas añosas de sangre, dentro de un cuadro con vidrio. Debajo del arma de "Caoba" Araújo se pueden ver fotos de la reconstrucción del hecho realizada recién el 2 de febrero de 1930, con actores de la Comedia Nacional haciendo de víctima y victimario. Al parecer el matador envolvió a la prostituta con un colchón, luego de degollarla.
Nada está exhibido. Más bien está tirado ahí como quien abandona algo en un depósito. La desidia y el olvido le ganaron a la memoria. Según Victoria, es casi imposible que las puertas sobrevivientes del tiroteo del Liberaij o el baúl donde la Mossad guardó las partes del cuerpo de Cukurs puedan estar accesibles a los ojos de los amantes de la crónica roja y la historia policial uruguaya. Una pena.