ALEJANDRO PÉREZ.
Las escaramuzas entre Uruguay y Argentina, datan de finales de la primera década del siglo pasado, cuando Montevideo se aprestaba a inaugurar su moderno puerto, vale decir, con la profundidad suficiente para cobijar en sus muelles buques de gran calado y recobrar, por consiguiente, una importantísima zona de influencia que había perdido y que llegaba hasta Rio Grande do Sul.
Los diferendos iniciales surgieron por las embarcaciones pesqueras argentinas que operaban en aguas jurisdiccionales uruguayas, originándose, en 1907 una importante batalla periodística en ambas orillas.
Ese año, casi de inmediato, sucedió que un vapor argentino, el "Constitución", naufragó a dos kilómetros y medio del puerto de Colonia. Y cuando una empresa uruguaya de rescate acudió en su auxilio, fue detenida automáticamente por la policía fluvial argentina. El problema era de distancias: el "Constitución" había naufragado a dos kilómetros y medio del Puerto de Colonia; a unos 15 de la isla de Martín García (zona Argentina) y a 40 kilómetros del puerto de Buenos Aires.
En Montevideo, sectores del partido de gobierno (colorados riveristas) convocaron a la población a militarizarse. El canciller de la República, Dr. Jacobo Varela, ante la indiferencia del presidente José Williman optó por renunciar a su cargo.
Finalmente, la cancillería uruguaya pidió "obtener la satisfacción que naturalmente procede" del gobierno argentino. Pero lejos de retractarse, el gobierno argentino de Figueroa Alcorta, a través de su canciller, Estanislao Zeballos, dijo que no había sido de interés del gobierno argentino el lesionar la soberanía de "la Nación hermana". Y quedó por esa.
Al año siguiente, en septiembre de 1908, cuando faltaban sólo 11 meses para la inauguración del nuevo Puerto de Montevideo, las aguas volvieron a caldearse.
Fue de casualidad. Al embajador uruguayo en Argentina, Eduardo Acevedo Díaz, le llegó un discurso del canciller argentino, ante una junta de notables en 1906. Allí, Zeballos había manifestado, sin hesitar, que la República Oriental del Uruguay no tenía derecho alguno sobre el Río de la Plata. Acotaba su soberanía "hasta la línea de las más bajas mareas de sus costas".
Eduardo Acevedo no tuvo mayor ocurrencia que publicar íntegramente la llamada "doctrina Zeballos" agregando, eso sí, notas y comentarios de su autoría. El opúsculo se tituló "Correndo o Veo" y se publicó en setiembre de 1908.
A todo eso se sumó un hecho que fue catalogado de "gravísimo": el gobierno de Figueroa Alcorta no tuvo mejor ocurrencia para acallar las pasiones orientales, que enviar a una flotilla de acorazados argentinos a hacer maniobras entre la Isla de Flores y el Banco Inglés. Frente por frente adonde a la postre sería la playa Carrasco. Incluso se practicaron tiros de cañón.
Uruguay pidió explicaciones. En un memorando manifestaban que si el país tuviese "la fuerza para hacerse respetar, fácil hubiera sido un conflicto originado por ese olvido de nuestra soberanía".
Aunque Uruguay no contaba con medios para la defensa, "el país tampoco está dispuesto a tolerar en silencio el desconocimiento de sus derechos, que hieren doblemente la susceptibilidad patriótica, porque la inconsideración parecería amparada en una abuso de la fuerza". El gobierno argentino desoyó, otra vez, los reclamos uruguayos. Respondió que las maniobras fueron en los canales de navegación y por ende estaban abiertos a una y otra nación. El gobierno de Figueroa Alcorta culminó en octubre de 1910 y su sucesor, Roque Saenz Peña, no compartió la política exterior de Zeballos y dio muestras de amistad hacia el "hermano pequeño".
El 13 de julio de 1932, las sirenas de los principales periódicos atronaron los cielos casi al unísono. De inmediato los pizarrones de las grandes casas, llámese La Nación, o La Prensa de Buenos Aires, El País, El Día, o La Tribuna Popular de Montevideo se llenaron de letras informando nada más y nada menos que el gobierno uruguayo, con Gabriel Terra a la cabeza, había resuelto cortar las relaciones diplomáticas con Argentina. Desde hacía ya un cuarto de siglo, no habían existido incidentes que ameritaran una medida como la tomada.
De inmediato se supo que "el agravio a la dignidad uruguaya" que ameritaba el rompimiento, se había originado unos días atrás y con motivos de la celebración del aniversario de la independencia Argentina.
Sucedió, que estando el crucero oriental "Uruguay" a punto de zarpar -en la mañana del 7 de julio de 1913- rumbo a Buenos Aires a fin de tributar los honores correspondientes a los "hermanos argentinos", fue visitado de improviso por dos generales. Uruguayo retirado uno; argentino, degradado y prófugo de la justicia de su país, por subversión el otro, Severo Toranzo.
Ambos navales se entrevistaron con el Comandante del "Uruguay" y tras tomar una "copa" con éste, abandonaron la nave instantes antes de su zarpada.
De todo tuvo conocimiento el embajador argentino en Montevideo quien no tardó en entrevistarse con el presidente a fin de exigir una explicación, ya que se pensaba que el general conspirador argentino viajaba a bordo del "Uruguay". De inmediato Terra ordenó una investigación y se corroboró que efectivamente el ex general Toranzo había visitado el "Uruguay" pero que había descendido del mismo antes de que zarpara. Y que junto a su compinche habían visitado de inmediato el buque "Capitán Miranda".
A partir de entonces la versión se bifurca.
Atento a lo denunciado por Uruguay para justificar su proceder, el crucero llegó al antepuerto de Buenos Aires y fue mal recibido por cuatro embarcaciones de guerra argentinas. Una de las cuales iluminó la nave oriental con "proyectores de guerra" durante toda la noche. Al día siguiente el buque uruguayo entró a puerto sin los honores de rigor y la oficialidad uruguaya cuando desembarcó y visitó Buenos Aires fue seguida de cerca en todo momento por policías de investigaciones; como si todo esto fuese poco, tampoco se los había invitado al "engalanado" del Puerto Madero del 9 de julio.
Estos fueron los argumentos aducidos por el gobierno de Terra para justificar el imprevisto rompimiento de relaciones diplomáticas. Que como dijimos fue comunicado el día trece de julio de 1932, por el Canciller , Juan Carlos Blanco, al embajador argentino en Montevideo
El gobierno de Juan B. Justo hizo sus descargos.
Observó primero, la actitud del comandante del "Uruguay" al recibir a bordo y brindar con un prófugo de la justicia argentina por el delito de "subversión".
Pero de inmediato, dijo haber cumplido ampliamente con todas las formalidades que exigían los protocolos de bienvenida. Por lo que invocaba el Art. 1°, de una escueta Resolución de tres numerales , fechada también el mismo 13 de julio , que "el Presidente de la Nación Argentina decreta: Desestimar como infundados los motivos que invoca el Gobierno de la República O. del Uruguay en su comunicación de la fecha para cortar las relaciones diplomáticas con el Gobierno argentino".
Rotas las relaciones diplomáticas, las autoridades uruguayas confiaron sus asuntos y los intereses de sus súbditos, a la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica con sede en Buenos Aires. El gobierno argentino, por su parte, confió sus intereses en el Uruguay a la embajada británica.
La ruptura de relaciones fue pura y esencialmente política, manteniéndose el diálogo. Incluso al día siguiente de ser tomada la medida, una comitiva universitaria argentina visitó Montevideo para reafirmar la unión y hermandad de ambos pueblos.
En 60 días, las relaciones diplomáticas entre Argentina y Uruguay estaban restablecidas sin más trámite.
Como perro y gato
Capítulo aparte merecen las disputas que durante casi una década mantuvieron Juan Domingo Perón y Luis Batlle Berres.
Incluso la historia registra un episodio único y genial. Porque las disputas y los diferendos entre estas dos personalidades que gobernaron ambos países -con interrupciones- entre 1946 y 1955 habían comenzado incluso antes de que uno y otro fuesen electos y tenían como base una profunda y antagónica posición política. Demócrata a ultranza uno, amigo y simpatizante de los regímenes totalitaristas de derecha el argentino, habían comenzado sus disputas en programas radiales.
Por eso cuando Batlle Berres asumió, en 1947, no encontró lugar más genial para encontrarse con Perón que en medio del Río. Cada uno en su yate, Perón con la mítica Evita a su diestra y Batlle Berres con engalanada sonrisa, estiraron sus cuerpos y se saludaron en medio de las aguas platenses. Estando siempre cada uno en su embarcación se llevó a cabo la conversación. Se conoce que se habló de permitir una importación de bovinos desde Argentina y de que esta última nación permitiese también o concediese a su población una política cambiaria aceptable para fomentar el turismo de argentinos a Montevideo y también de límites.
Cuenta Perón en sus memorias, La fuerza es el derecho de las bestias, "que en el transcurso de la misma, Batlle Berres le solicitó que Argentina permitiese pasar 40 mil vacas más, de las 80 mil que ya habían pasado, sin pagar impuestos en dólares para abastecer la plaza uruguaya que se encontraba desprovista de vacunos.
Un par de páginas más adelante, tras pasar a relatar una "campaña periodística radial insidiosa" que provenía de Uruguay y era financiada por un furibundo antiperonista, de origen judío, Perón agregaba: "En esa oportunidad explotó una bomba. Resultó que quebrantando su palabra, el presidente Batlle Berres con alguno de sus allegados, habían realizado un negociado con las 40 mil cabezas de ganado, pedidas en nombre de su pueblo. Las habían hecho faenar en el Frigorífico Nacional y las habían exportado en competencia con nuestras carnes, lo que trajo una disminución en los precios". Y acota: "Hicimos saber ese hecho a la Embajada y como era natural no recibimos ni contestación".
El enojo del gobierno argentino en dicha oportunidad llevó a cortar el siempre necesario abastecimiento de trigo para los uruguayos. Los memoriosos recuerden de su infancia, el haber tenido que desayunar y merendar con un duro y áspero pan negro de harina de sorgo.
El otro importantísimo incidente que eclipsó casi hasta el colapso las relaciones entre ambas naciones fue la acogida de los cadetes navales golpistas argentinos, en junio de 1955 por el gobierno -ahora Colegiado- de Luis Batlle.
La intentona golpista, para derrocar a Perón tuvo lugar un 16 de junio de 1955. Ese día, veintinueve aviones de la Aviación Naval Argentina -con apoyo terrestre- arrojaron sobre la Casa Rosada y alrededores de Plaza de Mayo algo así como diez toneladas de explosivos causando 350 muertes y 2000 mil heridos.
La revuelta, empero la pirotecnia desplegada, de inmediato fue sofocada y catorce caza bombarderos y seis bombarderos bimotor cruzaron el Río y se refugiaron momentáneamente en el Uruguay.
Esa misma tarde y por cadena radial el mandatario argentino expresaba: "Señores uruguayos: han perdido el derecho de invocar el honor porque su gobierno ha conspirado contra un vecino y ha participado en la lucha por el mismo móvil que los revolucionarios argentinos. Ellos lo cobraron en efectivo, ustedes en vacas, turismo y radios. Dios los perdone."
La suerte no le concedió una segunda oportunidad a Perón y en septiembre de ese mismo año, 1955, fue derrocado por otro general, Pedro Aramburu, que arrastró su dictadura hasta 1958. Una vez restaurado el Estado de Derecho, asumió Frondizi, quien a través de su embajador en Uruguay, el viejo socialista Alfredo Palacio, restableció los lazos de unión con la otrora Banda Oriental.
Perón, quien había dicho que "la buena vecindad la entienden siempre que nosotros seamos los buenos y ellos los vecinos"; quien en su enemistad con la política de Batlle llegó a exigir a los uruguayos visa para ingresar a Argentina, se redimió para con los orientales en su segunda etapa presidencial. En 1973 firmó con el gobierno de Juan M. Bordaberry el Tratado del Río de la Plata, otorgando voluntad propia a Uruguay la mitad de las aguas tanto del Río de la Plata como del Río Uruguay.
Relaciones en caída libre
Los argentinos son una manga de ladrones, del primero al último", dijo en 2002, el por entonces presidente uruguayo, Jorge Batlle, en un exabrupto que él calificó de off the record y falso, para la cadena Bloomberg. El incidente no pasó a mayores, principalmente porque el presidente Batlle pidió unas lacrimosas disculpas a Eduardo Duhalde en el que dio una larga explicación personal y nacional, sobre los vínculos entre uruguayos y argentinos.
Ese hubiera sido el punto más bajo de las relaciones bilaterales en la historia reciente, de no ser por la instalación en territorio uruguayo de un par de plantas de celulosa. Eso llevó a una serie de medidas desde Argentina incluyendo el bloqueo civil de los puentes que unen a ambos países, principalmente el de Fray Bentos-Puerto Unzué, ya que la protesta es encabezada por un grupo de exaltados vecinos de Gualeguaychú. El gobierno argentino ha tolerado esa medida, pese a que Uruguay ha insistido que no dialogará "con los puentes cortados". El conflicto está dirimiéndose en La Haya, un destino un tanto lejano para dos naciones con muchos lazos históricos. Actualmente las relaciones están peor que nunca. Durante una cumbre iberoamericana en Santiago de Chile, el presidente Tabaré Vázquez ordenó que se autorizara la puesta en marcha de la planta de Botnia, un hecho que el presidente argentino, Néstor Kirchner, definió como una "puñalada por la espalda". Hoy Uruguay mantiene, oficialmente, los puentes cerrados para evitar el paso de activistas, mientras Vázquez prepara su viaje para la asunción de Cristina Fernández de Kirchner, la nueva presidenta argentina.