Puede besar a la laica

IGNACIO ALCURI

El octavo día, Dios separó el Estado de la Iglesia. No tenía tiempo de lidiar con los hombres y mujeres de poca voluntad, y se lo estaba comiendo la burocracia desde que Adán había empezado a nombrar a las especies animales y vegetales en unas hojas membretadas que guardaba en pesados biblioratos.

Decidió entonces que lo mejor era mantenerse al margen de esa parte de la vida terrenal que tiene que ver con cómo nos organizamos, en qué ventanilla se retiran los formularios y dónde empadronamos nuestros vehículos.

Así, el templo religioso y el centro comunal se transformaron en dos criaturas bien diferentes, excepto por ese barrio en el que el templo y el centro comunal comparten el mismo padrón; ahí no se sabe bien dónde termina uno y empieza el otro.

No contento con inventar a los laicos, Dios inventó a los ateos, pero no dejó de existir sino que, para ellos, él nunca había existido.

Esta forma de afectar hechos previamente establecidos de una historia se llama "continuidad retroactiva" y es muy común en los cómics de superhéroes (¿Superboy? Clark Kent nunca fue Superboy).

Unos y otros, divididos por su creencia o la falta de ella (como demostramos anteriormente, ambos tienen razón), llevaron sus vidas con normalidad durante varios siglos, en los cuales hubo pirámides, peste bubónica y la pasteurización de la leche, entre otros sucesos destacados de la humanidad.

Pero si algo los une (en más de una manera) es el casamiento, porque de los dos lados hay una cantidad enorme de gente a la que le pica el bichito de comprar un anillo y desposar a otra persona.

Los católicos están de parabienes. Tras comprometerse, los espera una ceremonia cargada de simbolismo, con la novia de vestido blanco, entrando por una enorme puerta con los acordes de la Marcha Nupcial. En el otro extremo, el novio vistiendo un traje y esperando a su amada para darle un beso.

¿Y los ateos? Van a la Ciudad Vieja al mediodía bañaditos, firman unas hojas membretadas que se guardan en pesados biblioratos, y a la salida los amigos que consiguieron hora libre en el trabajo les tiran arroz (con estos datos, es fácil deducir por qué la mayoría de las guerras están protagonizadas por ateos y la religión jamás causa conflicto alguno).

La única solución que encontraron aquellos que no tenían fe, fue fingirla. Fingir es algo que hacemos a diario, desde que contestamos "bien" a cada persona que nos pregunta cómo estamos, hasta los datos falsos que utilizamos al llenar formularios en Internet, sabiendo que igual todo es una excusa para bombardearnos con publicidad no deseada.

Con tal de lucir un esmoquin y un vestido con cola, los ateos son capaces de afirmar a Dios tres veces antes de que cante el gallo.

Estas herejías pueden terminarse gracias a mi idea. Es increíble que a nadie se le haya ocurrido antes.

Anoten bien, porque no pienso cobrarles un solo peso por ella.

Es sencillo: salones de fiesta con forma de iglesia. Idénticos hasta el último detalle.

Con vitrales en las ventanas y decenas de hileras de asientos. Para dar el toque final hay que vestir al funcionario del Registro Civil con una túnica blanca abrochada en la espalda.

De esta forma, los novios sentirán que están en el día más especial de sus vidas, y no en el día que fueron a hacer un trámite en la calle Sarandí y descubrieron que llovía arroz.

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