La práctica hace al práctico

IGNACIO ALCURI

Si en este momento estoy vestido es gracias a la gente que me rodea. De no ser por ellos, sería uno de esos niños lobo que encuentran en el medio de la selva, abandonados en su infancia y criados por manadas de estos animales salvajes: totalmente desnudo, salvo por algún pelaje en brazos, piernas y los cuartos traseros.

No se trata de una inclinación al nudismo. De hecho nunca me bañé en las duchas compartidas de clubes y gimnasios.

Prefiero caminar dos kilómetros con la ropa empapada de sudor, ese sudor que se va enfriando hasta dejarte al borde de la neumonía... Cualquier cosa antes que andar mostrando pieles adelante de extraños.

Lo que sucede es que soy esa clase de persona que jamás se compra ropa, y por eso depende de la generosidad de mis parientes, no en forma de beneficencia sino de regalos en onomásticos y otras fechas regalonas. Allí aprovecho para reponer mi guardarropa.

Hay un razonamiento lógico: si nunca me compro ropa (salvo por un pantalón hace varios meses y bastante alharaca hice por haberlo adquirido por mi cuenta) termino usando lo que quieren los demás y no lo que dicta mi gusto en vestimenta.

La realidad es que soy un tipo práctico. Bastante práctico. Demasiado práctico. Me visto con lo primero que encuentro. Abro el placard y tomo la remera que haya quedado más arriba al momento de guardarla.

Ahora, con los calores, tengo que chequear que no se trate de una de esas remeras que quedan impregnadas en sudoración y con los primeros movimientos quedan como después de una maratón. Yo las llamo "remeras radioactivas".

Pero más allá de utilizar el contador giger con las prendas, poco me importa el diseño o el color. Es más, estoy considerando seriamente el comprar al por mayor veinte remeras blancas, lisas, para no elegir.

Viniendo de un tipo que, entre otras tareas, se dedica a la comercialización de remeras estampadas, dice bastante de mi filosofía de vida.

Por esa misma filosofía dejé de hacerme cortes con tijera en la peluquería. Es mucho más práctico pasarse la máquina ni bien el pelo crece lo suficiente como para tener que peinarse. ¿Quién quiere perder tiempo peinándose todas las mañanas?

Con la barba pasa lo mismo, me paso la máquina. Otra máquina. Cada diez o quince días esquilo mis carnecitas del rostro, y como nunca quedo afeitado a cero, más o menos parezco siempre en el mismo grado de cabellosidad.

Y recuerdo aquella vez que me compré (técnicamente "me compraron") una suerte de calzado deportivo negro, parecido a los que se utilizan en el bowling. Lo pedí especialmente para poder utilizarlo tanto en las tareas de todos los días como en los casamientos. No necesitaba dos pares de zapatos.

Cabe aclarar que hay tareas de todos los días que cumplo religiosamente, como ducharse o lavarse los dientes.

Aún así, hay un momento de cada mañana, cuando corro la cortina de la ducha con mi mano izquierda y abro la canilla del agua caliente con la derecha, que me doy cuenta de lo repetitivo de esa tarea, y deseo encontrar alguna chicana, algún atajo para eso.

Y que no venga Chávez a decirme que una persona se puede duchar en tres minutos. Tardo ocho o nueve, y haciendo mi mayor esfuerzo.

No quiero imaginar la cantidad de chicanas que el presidente venezolano debe tomar a la hora de darse un bañito. ¡Eso sí es practicidad! Pero no nos metamos en política. No es el mejor momento.

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