The book is Brown

IGNACIO ALCURI

Uruguay es una isla. No lo digo en el sentido literal, porque está más que claro que no estamos completamente rodeados del líquido elemento. Nos une un importante cacho de tierra con Brasil, y con Argentina formamos una suerte de herida en cicatrización, donde los puentes internacionales hacen las veces de puntos quirúrgicos (uno de ellos está infectado desde hace años).

Me refería a esa costumbre uruguaya, que no es buena ni mala, de correr en paralelo que otros sucesos de índole mundial. Nos metemos en las Guerras Mundiales quince minutos antes de que terminen, seguimos jugando al fútbol que se practicaba a principios del siglo pasado, y todavía no tuvimos contacto con seres extraterrestres. Porque no sé si sabían que en el resto del planeta esto es moneda corriente. Los yanquis comercian con los venusinos desde 1957 y en la mayoría de los países de las Naciones Unidas hay un representante diplomático de estos bichos que llegaron del cielo.

En este momento, los orientales estamos obsesionados con el balotaje. Balotaje para aquí, para allá y para los costados. Como si el destino de la humanidad se decidiera el último domingo de noviembre. Claro que no. Allá afuera se habla de otra cosa.

No de extraterrestres (ese tema pasó de moda después de la Tercera Guerra Mundial en 2003), sino de Dan Brown. El autor que hizo temblar los cimientos de la Iglesia Católica con El Código Da Vinci volvió a la carga con El Símbolo Perdido, que no habla sobre la ubicación actual de aquel grupo musical llamado "El Símbolo", sino que es otro thriller de sociedades secretas y tal.

Cuando todavía no había salido de la imprenta, los lectores de los ciento y pico de países del planeta ya hacían cola frente a las librerías para ser los primeros en adquirir su ejemplar. Como ocurrió con los libros de Harry Potter. Esos llegaron a Uruguay, ¿no? Son las aventuras de un niño mago que vive miles de travesuras mientras enfrenta a su peor enemigo: la pubertad.

Volviendo a Dan Brown, este último título llegó casi al mismo tiempo a nuestras costas (si fuera una sola costa seríamos una isla, y en el primer párrafo quedó claro que no). Yo me lo compré el otro día.

Soy de esos que leyó El Código Da Vinci en un par de días. Este Brown escribe unos capitulillos cortos, y cuando está por terminar... ¡zas! El protagonista queda colgado de las patas de un acantilado o un dirigible está a punto de estrellarse sobre su cabeza. Así te atrapa.

Ojo. Esto no es alta literatura. No es Cinemateca; es una película de Jason Statham. Tengo mi buena cantidad de libros "respetables" encima, aunque no se note. Pero a veces está bueno dejar por un ratito La Metamorfosis (la leí hace años) y poner piloto automático con estas historias trepidantes de acción y aventura.

Está bien querer ver todos los fines de semana los partidos del fútbol inglés, con pases milimétricos sobre estadios que parecen pintados a rodillo. Pero cada tanto viene ese deseo de ir a sentarse a una tribuna de hormigón, gritando como desaforados a once tipos mal alimentados que no hacen tres pases seguidos.

Y en el momento en que el delantero, que salió de las inferiores y que nunca jugó en el exterior (un Jason Statham del fútbol), le pega a una pelota que picó mal por una mata de pasto y se cuela contra el palo imposible de atajar, te olvidás del Manchester y gritás como loco.

Seguramente Brown no llegue a tanto, pero seguro revienta un cabezazo contra el travesaño. A veces es todo lo que se necesita para divertirse un rato.

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