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Soy leyendo

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IGNACIO ALCURI

Mi relación con la lectura tiene sus idas y vueltas, como el Gusano Loco. Bueno, en realidad sería más parecido al Gusanito Manzana, su versión para niños más chicos, que se mueve bastante más despacio y al nivel del piso. Porque tampoco es que la lectura y yo andamos girando vertiginosamente en el aire. Es mucho más aburrido que eso, pero entretenido al mismo tiempo.

Con la excusa de la Feria del Libro, me propongo repasar mi errática historia. Arranqué desde pequeño, con la misma voracidad con la que me alimentaba. Y al igual que los alimentos, los libros los comía con los ojos. Por eso siempre me gustaron los cómics más que los libros "de letritas".

No entremos en consideraciones de calidad: ambos medios pueden ser utilizados para el bien o para el mal, como un anillo de poder que cae en manos de un ser humano normal.

En mi más tierna infancia me sentí acompañado por las historietas de Disney (hoy me siento impuro, ya que Disney compró Marvel, así que por retroactividad estuve leyendo cómics de Marvel), en especial los viajes de Rico Mc Pato alrededor del mundo, y las clásicas aventuras de Mortadelo y Filemón.

Pero también hubo lugar para la lectura "de letritas", como aquella colección del Barco de Vapor, y los de Elige tu Propia Aventura. ¿Se acuerdan? Era igual que algunas decisiones electorales, donde sin importar qué página eligieras, terminabas con una lenta y dolorosa muerte.

Más tarde llegaron las revistas de divulgación científica, la mayoría de las cuales no sobrevivió hasta estos días. A excepción de Muy Interesante, que sigue llegando a las salas de espera de los dentistas, siempre varios meses después de ser editadas.

Dejé de leerlas cuando descubrí que todos esos maravillosos inventos nunca pasaban del papel a la vida real. Patrañas. Estaban más cerca de Semanario de lo Insólito que de Scientific American.

Cuando entré en el mundo laboral, me encontré tomando dos ómnibus para ir a trabajar por las mañanas, y dos para volver por las noches. Así que lo aproveché y durante los siguientes ocho años, terminé tres libros. No, no soy el lector más lento del mundo. Terminé de ESCRIBIR tres libros.

Pero leí unos cuantos más, salvo cuando me sentaba muy cerca del fondo del vehículo y todo temblaba demasiado.

Pero quiso la historia (historia mínima, como esas películas argentinas en las que sólo hablan) que cambiara de trabajo, a uno mucho más cerca de mi hogar. Me había quedado sin mi biblioteca móvil. Y Dios sabe (porque supuestamente sabe todo) que no puedo leer en casa. La televisión y la computadora me distraen.

Así que me las tuve que ingeniar para tener unos minutos de lectura, en el camino de regreso a casa. Caminando.

En invierno no se puede andar con las manitas fuera de los bolsillos, así que perdí el hábito de la lectura "de letritas", los cómics son compañeros inseparables de cada visita al excusado.

La separación -en buenos términos- terminó durante los últimos días, cuando compré casi una decena de títulos, la mayoría a precios promocionales.

El problema es que no encontraba tiempo para leerlos, y vengo entusiasmado, así que empecé a visitar la plaza de comidas de mi shopping con más asiduidad, y me quedo una horita y pico adelantando páginas del libro de turno, entre niños gritando, conversaciones vacuas y música funcional. Perfecto.

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