Debate cerrado

IGNACIO ALCURI

El primer debate de la historia se llevó a cabo entre dos machos cavernícolas, que pugnaban por ser jefes de la tribu ante el fallecimiento del viejo ¡Uk!, a los 27 años. Después de varias lunas de negociaciones (el cavernícola que iba ganando se negaba a debatir), se encontraron frente a frente.

El pueblerío estaba atento a cada gruñido, cada gesto, cada propuesta sobre el rumbo que debía tomar la política macroeconómica de la tribu en el futuro cercano.

Veinte segundos después, había terminado. Un garrotazo certero del colista impactó en el cráneo del favorito, dejándolo sin aspiraciones (ni la capacidad de alimentarse por sus propios medios). Nacía la lucha electoral.

Los periódicos de la época -Rupestre News, La Cueva Hoy, El Heraldo de Piedra- pintaron aquel encuentro con todos los colores. Algún artista llegó a agregar mamuts enfurecidos a la crónica, lo que demuestra que desde la prehistoria existía el periodismo de exageración.

Desde entonces, el debate se civilizó un poco, pero no tanto. En el Antiguo Egipto se celebraban en un clima de paz. Algo lógico, ya que consistían en el faraón hablando solo, por espacio de dos o tres horas, rodeado de soldados dispuestos a decapitar a cualquiera que le realizara una pregunta incómoda. Nacía el moderador poco comprometido.

Famosos fueron los debates espartanos, donde quien no lograba rebatir las críticas de su contrincante era arrojado por un acantilado, hacia la ciudad en donde vivían todos los tullidos que habían desechado durante su historia. Una ciudad que no figuraba en el medallero de los Juegos Olímpicos, pero cuyos "nerdos" (palabra que en griego significa "arrojado por un acantilado"), se destacaban en física, química y matemáticas.

Los más alegres fueron los debates desarrollados en Roma. Era imprescindible estar borracho como una cuba para entrar a un debate, por lo que siempre terminaban en abrazados, diciéndose que se querían y obviando cualquiera de las consignas políticas por las que se había organizado la charla.

Pero los debates no estaban reservados exclusivamente a los dirigentes. En pleno Renacimiento, Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti tuvieron un recordado encuentro para determinar qué tonalidad de verde se usaría, de ahí en más, para representar los pastizales mediterráneos. Después de que Leonardo (que era luchador grecorromano) obligara a su oponente a beber cinco litros de un verde que no convencía a nadie, optaron por el "Verde Leonardo", que el propio Da Vinci vendía en su pinturería (era experto en la materia).

En el lejano siglo XIX, la cosa era completamente diferente. Los debates eran cosa de caballeros. Aquello era un ejemplo de refinación y buenos modales. Para aprovechar el resto del día, los políticos debatían a primera hora de la mañana, usualmente en espacios abiertos. Llegaban en compañía de sus "jefes de campaña", cuya presencia era clave para que todo sucediera con orden.

Cada jefe llevaba un maletín con lo que se conocía como "programa de gobierno". Los debatientes elegían un programa, se colocaban espalda con espalda y caminaban tres pasos. Luego se daban vuelta y disparaban con el revólver-programa, procurando que las balas-ideas impactaran en las zonas más débiles del rival, para "convencerlo". Quien sobrevivía "tenía la razón", como se decía antes.

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