IGNACIO ALCURI
Promoción válida hasta el 15 de setiembre de 2009 y/o hasta agotar stock". ¿Cuántas veces escuchó esta frase en televisión, o la vio sobreimpresa debajo de una publicidad de productos en oferta? Muchísimas, y por más que el locutor hable rapidito o las letras sean de color blanco sobre fondo blanco, nuestro cerebro decodifica esas palabritas.
Hoy pienso referirme a una de ellas. No es "setiembre", aunque sobre ella podría escribir muchas cosas, entre ellas, que durante un mes entero Argentina y Uruguay viven en universos diferentes. Ellos viven en sePtiembre pero nosotros no, y no deberíamos tratar de vivir allí. Tampoco decir "a la tarde" y "a la noche", aunque creo que esa es una batalla perdida.
Se podría generar una polémica sobre "agotar" o sobre lo curioso de la expresión "y/o", que se pronuncia parecido al "uy" del ".com.uy", en aquellas personas que acentúan en la segunda letra. Pero no, hoy pienso zambullirme al universo del stock.
El diccionario lo define como el "conjunto de mercancías en depósito o reserva". Algo frío, como toda definición de diccionario. Pensar que "conjunto de sentimientos que ligan una persona a otra" es AMOR suena espantoso, pero ahí tienen.
De cualquier manera, toda nuestra vida nos enseñaron que stockear es bueno. Basta con recordar aquella fábula de la Cigarra y la Hormiga, donde el pequeño insecto (la hormiga, cabe aclarar, porque ambos son pequeños) sobrevivía el invierno en base al ahorro. O el juego del Jenga, donde quien tomaba alguno de los maderos "ahorrados" en la torre, sufría la derrota.
Quienes hayan tenido una educación católica (somos muchos y hemos salido muy variados, así que no se escondan) recuerdan aquel sueño que tuvo José, con siete vacas gordas que eran manducadas por siete vacas flacas. Debió ser el sueño menos simbólico de la historia, porque hasta yo lo pude descifrar.
Resulta que se venían siete años de bonhomía y luego siete de los peores tiempos para el reino de Egipto. Así que el faraón stockeó sus almacenes con granos y vacas (no me pregunten cómo, si no se habían inventado las heladeritas de espuma plast) y de esa manera sobrevivir.
Claro que para cuando terminó la malaria, habían pasado catorce años desde la predicción de José y nadie le dio una miserable palmadita en la espalda. Snif.
Volviendo al mundo real, todo el tiempo atravesamos situaciones en las que, para coronarse victorioso, hay que saber cuándo stockear. Piensen cuántas veces se quedaron sin papel de impresora y hubiera sido más fácil comprar una resma de hojas A4. Así no hay que preocuparse.
Porque una de las ventajas más importantes del stock es la tranquilidad. Se los dice alguien que vive solo, y por lo tanto debe planear sus movimientos como un trapecista que sabe que no tiene una red debajo.
Es por eso que cada vez que voy al supermercado compro seis rollos de papel higiénico. Es bastante, considerando que concurro varias veces por semana. Y que vivo solo.
Quizás si alguien abre el pequeño armario del baño y encuentra las decenas y decenas de rollitos, piense que estoy algo chalado. Eso pensaron todos los que abrieron el pequeño armario hasta ahora. Pero a todos nos llega ese día de frío polar en que los retortijones nos despiertan a las tres de la mañana y es imperioso acudir al sanitario. Ese día en la pared al lado del inodoro solamente colgará el cilindro de cartón de un rollo de papel higiénico terminado.
La única esperanza será lo que haya dentro del pequeño armario. ¿Adivinen quién va a estar tranquilo?