El lejano Este

IGNACIO ALCURI

Llegó a mis oídos el rumor de que en este momento Rocha parece el centro de Tokio. Que miles y miles de personas transitan por sus calles durante las veinticuatro horas del día, sin temer por la llegada de Godzilla, que no se acerca a estas latitudes (¿será un tema de corrientes marítimas? Buscaré en Wikipedia).

Y vuelvo a lo de "llegó a mis oídos", no porque haya escuchado de primera mano los gritos de adolescentes desenfrenados ni las frenadas de las camionetas que evitan pisar a los citados adolescentes, sino porque la información me llegó de parte de terceros.

Sí, soy una de las tantas personas que se quedó en Montevideo. Para ser más exactos, una de las 1.608 personas que permanecemos en la capital durante este mes de enero. Las conté una por una, créanme. El margen de error podrá ser de ocho o nueve tipos que se me habrán escapado, pero no más.

Ustedes seguramente estén leyendo el diario tirados panza arriba en alguna playa del Este, pensando "pobrecito, no tuvo licencia así que se quedó allá". Pero una vez más, como vengo haciendo desde mi infancia -y con casual ensañamiento hacia mis padres-, voy a defraudarlos.

Estoy (o estuve, dependiendo de cuándo lean esto) de licencia, pero tomé la decisión adulta y consciente de permanecer en la ciudad capital. Teniendo la posibilidad de buscar mejores pasturas y un aire renovador, elegí el cemento y el aire con smog (porque el único automóvil que quedó en Montevideo tiene problemas con el caño de escape).

¿Por qué? Porque con grandes poderes vienen grandes responsabilidades, como dijo el Hombre Araña cuando era humilde. Ahora se codea con Barack Obama y si te lo cruzás por las calles de Manhattan no te da la hora. Las cosas que tienen algunos superhéroes de algunas compañías editoras de cómics.

Alguien tiene que mantener la ciudad en funcionamiento. Y ese "alguien" soy yo, y los 1.607 montevideanos restantes. Asegurando de que en el momento en que ustedes regresen, encuentren la cosa tan linda como la dejaron.

Somos nosotros los que recorremos todos los barrios, abriendo las ventanas de cada casa un ratito cada día, para que las viviendas se aireen y no tengan ese tufo a encierro que suelen tener las casas de verano el día que uno llega (será que en Rocha no tienen gente como nosotros).

No van a encontrar cuentas sin pagar, porque ya nos encargamos de eso. Nos tomamos el atrevimiento de abrir la correspondencia con vencimiento, y pagar (en la única ventanilla disponible) todos los servicios de primera necesidad.

Una aclaración al que se pensó que lo hicimos con dinero de nuestro propio bolsillo. Angelito. Corazón. No somos la madre Teresa ni el padre Coraje. Tomamos la plata de esos lugarcitos especiales en donde ustedes la tenían guardada. Esos que pensaron "acá no la encuentra ni Magoya". Esos mismos.

El año pasado tuvimos denuncias de que en cierto número de inmuebles (alrededor de 10.000) faltaron objetos valiosos y dinero en efectivo. La persona responsable ya no trabaja más con nosotros. No llegamos a echarlo, se compró una pequeña isla en la Micronesia y desde allí me manda postales cada semana.

Pero ni siquiera son postales de su isla. Son de París, Roma, Londres y otras capitales europeas. Las debe haber tomado de una casa que aireó. Si alguno de ustedes las reconoce, avisen que se las devuelvo.

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