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Suela contra suelo

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IGNACIO ALCURI

Hay fechas clave, de tal importancia para el funcionamiento de nuestra economía, que si el gran público las conociera de antemano, harían colapsar el mercado casi de inmediato.

Como cuando liberaron al dólar. Aquel día en que le abrieron la jaulita a ese tímido pajarillo, que resultó ser un ave rapaz y atacó con ferocidad a ese indefenso gusanito que es nuestro bolsillo.

Pero esa fue puntual. Me refiero a un hecho que ocurre cada año, y cuya fijación permanece en el mayor de los secretos hasta pocos días antes. Hablo, claro está, del fin de semana de los descuentos.

Durante dos días, los centros comerciales de Montevideo se coordinan para bajar el precio de la mayoría de sus ítems. Parece una tontería, pero es importante que la información permanezca clasificada.

¿Por qué? Pensemos por un instante que vamos a comprar un artículo que no es de primera necesidad. Pensemos ahora que sabemos que dicho artículo costará un 82% de su valor dentro de un mes.

Esperar haría que la economía entrara en una suerte de era glacial del comercio, que explotaría como un volcán el fin de semana marcado, con corridas dentro de los shoppings, grescas generalizadas y otros desmanes.

Yo tuve suerte. Estaba por comprarme calzado deportivo (Nota del traductor: championes) cuando me enteré del mencionado fin de semana. Bueno, no cualquier calzado deportivo; el primero que compraría en mi existencia.

No crean que anduve descalzo como un chimpancé durante 28 años. Simplemente aproveché los deberes de la patria potestad (primero) y los regalos de los parientes (después) para nunca estar falto de prendas con las cuales cubrir mis horrendos pies.

Pero a falta de cuatro meses para mi cumpleaños, y sin mucha fe en el viejito pascuero (Nota del traductor: Papá Noel), me vi obligado a dar ese gran paso. Dos, técnicamente, porque compré un par completito.

El calzado que utilicé hasta la semana pasada ya no cumplía con la función de protegerme ni de hacerme más fácil el caminar. La suela era tan fina, que al pisar una moneda podía saber si era cara o cruz (este chiste viejísimo sólo hizo reír a la vendedora de la zapatería, que seguramente no quiso perder un cliente).

Cuando pisar el pedregullo del cantero de Bulevar Artigas se convierte en una sesión de reflexología, es hora de cambiar. Y qué mejor momento que en el fin de semana del descuentazo.

El trámite fue sencillo: primero elegí un modelo barato de la vidriera, luego la vendedora de risa fácil me dijo que no lo tenían en mi talle, y por último compré un modelo bastante más caro de lo que tenía pensado. No porque haya comprado un zapato ultramoderno, sino porque soy un rata.

No terminé ahí. Ya me había pegado el bichito de las ofertas, así que decidí cumplir con uno de los grandes sueños de mi vida y me compré un mouse inalámbrico. Se me habían enredado las gambas con el cable del ratón por última vez.

Saqué cuentas y me decidí por uno ergonómico. No sé qué significa la palabra "ergonómico", pero suena bien, como "sinergia" o "democracia".

Mi imaginación ya estaba sentada en el sillón del living, abriendo carpetas de la PC (sin ver un pomo porque el monitor es chiquito), cuando una cajera me avisó que los productos de informática de ese local no entraban en la promoción.

Me lo llevé igual. Me dio mucha vergüenza quedar como un boludo, pero mucha más vergüenza me hubiera dado devolverlo.

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