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Crisis infinita

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IGNACIO ALCURI

Todos recordamos aquella escena inicial de la primera Terminator. Una supercomputadora inteligente llamada Skynet comanda a las máquinas en una lucha sin cuartel contra la humanidad. Después vendrían los viajes en el tiempo, Arnold Schwarzenegger bueno en lugar de malo, un montón de latiguillos para repetir con los amigos y la excesiva esperanza depositada en John Connor, que sólo quería escapar del colegio para ir a las maquinitas (¡oh!, la ironía).

Crecimos temiendo el Apocalipsis. Si no eran los robots, eran los simios que se revelaban contra nosotros y encerraban a Charlton Heston -y su trasero al aire- en una jaulita. O una enfermedad que transformaba a los hombres en vampiros y dejaban a Will Smith solo, corriendo picaditas en Manhattan.

Todos estos escenarios tienen una característica común: son mucho más divertidos que la triste realidad en la que nos tocó vivir. Esta realidad en donde no hay un asteroide que nos parta al medio, ni una raza extraterrestre que nos extermine. El mundo está al borde de la aniquilación, es cierto, pero por culpa de una crisis económica relacionada con bancos de inversiones, compañías de seguros y préstamos hipotecarios.

¿Existe algún cataclismo más aburrido que éste? Quizás un virus transportado por el aire que nos transforme en emos. O una plaga de escribanos mutantes dando fe de un montón de cosas. O un dictador alienígena que nos obligue a ver los partidos de fútbol uruguayos. No, nadie puede ser tan sanguinario.

De los eventos apocalípticos surgen civilizaciones apocalípticas y en ellas siempre hay héroes. Como Kevin Costner, buscando desesperadamente tierra firme en Waterworld. En nuestro mundo aburrido, con suerte podremos disfrutar de las aventuras de un ex yuppie que busca desesperadamente a alguien que le salga de garantía para alquilar una cueva.

Mad Max tenía luchas de gladiadores en la Cúpula del Trueno. Nosotros tenemos corredores de bolsa que se pelean por ser el que pierda menos fortunas en el lunes negro, el martes negrísimo, el miércoles negrototote y así sucesivamente.

La verdad, un embole.

La mayoría de los críticos le baja el pulgar a la actualidad sin proponer una alternativa. Así que yo digo que es hora de reventarnos de alguna manera más simpática. Apuremos el desarrollo de la inteligencia artificial, y en lugar de programar a los autómatas con las Tres Leyes de la Robótica de Asimov, programemos envidia, odio y rencor en sus sistemas operativos. Y rayos láser en la punta de los dedos. Eso, rayos láser.

Capaz que ligamos bien y nos guardan en capullitos para generar electricidad. Mientras tanto, soñamos que nos vestimos de cuero y somos maestros de kung-fu. Pero parece que en lugar del cinturón negro, lo único que se viene es otra apretada de cinturón.

Cualquier cosa es mejor que esto. Llenemos el planeta de basura y dejemos a Wall-E limpiando. O hagamos algo para que el sol reviente más rápido y nos consuma.

No sé, prenderlo y apagarlo muchas veces suele funcionar con las lamparitas de mi casa. No perdemos nada con intentarlo.

Porque vale la pena soñar con un mundo de monstruos, cataclismos naturales y el Armagedón. Un mundo cuyo descenso a lo primitivo pueda ser divulgado por la revista Gente y no por AméricaEconomía.

Yo lo voy dejando por acá. Es hora de que empiece a diseñar mi taparrabos y talle unas cuantas puntas de flecha.

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