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El cuarto hijo

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IGNACIO ALCURI

La famosa frase atribuida a José Martí (quizás en aquellos tiempos en que las calles de Pocitos pedían para hablar y pronunciaban frases célebres) dice que "un hombre, para ser completo, ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro".

Esto de inmediato dispara varias observaciones. Una de ellas es que Martí le daba una importancia excesiva a los árboles.

Seguramente Martí -la calle- quería que los pocitenses plantaran árboles en su anatomía, para que los perros no hicieran de las suyas sobre las baldosas. No sé, me cuesta razonar como un enorme objeto inanimado.

A primera vista lo del hijo y lo del libro suena bastante más complejo. Más de uno podrá comparar el acto de "poner la semillita" en el caso de la concepción, similar al de la plantación.

Pero un árbol puede sobrevivir en un terreno baldío y un niño no (pese a los ejemplos que aparecen en nuestros noticieros con regularidad), así que Martí o le está errando feo, o es uno de esos padres ausentes.

Lo que explicaría la gran cantidad de pequeñas callejuelas en Pocitos.

Tampoco es que escribir un libro sea algo imposible.

Corín Tellado escribía un promedio de 16 novelas de 300 páginas por semana, así que es posible que escribiera mientras cocinaba, planchaba o dormía. Y ni que hablar mientras plantaba árboles o tenía hijos.

Claro que no todos son como la vieja Corín y su ejército de escritores fantasmas.

Para otros autores, el proceso de creación de un libro tendrá sus vicisitudes al igual que un embarazo. Se los digo yo, que estoy esperando un nuevo vástago en la biblioteca de mi vida. Sí, estoy esperando mi cuarto engendro (y antes de saltar como resortes, busquen en el diccionario la definición de "engendro").

En los primeros meses de gestación, pude continuar mi vida con normalidad, salvo por algunas tareas que implicaban un gran esfuerzo físico, como levantar objetos pesados. Tenía miedo que al hacerlo, se me cayera el borrador del libro que llevaba debajo del brazo y se enchastrara todo.

Pero luego fue ocupando un espacio cada vez más importante en mi vida. Tuve que elegirle un nombre, que es algo que todo padre hace.

Cuesta un poco más, porque no voy a llamarlo como a mi padre, que es una salida rápida en estos casos. Que me perdone el veterano, pero "Alejandro" a secas no es muy vendedor para la góndola de una librería. Los árboles no suelen tener nombre, y esa es una prueba más de que Martí no estuvo del todo certero.

Elegir la tapa es como elegir la decoración de su dormitorio. Ordenar los cuentos es como decidir qué escala de valores pretendo inculcarle para el resto de su existencia. Bueno, quizás no sea tan así, pero si leyeron lo de la calle de Pocitos y todavía siguen acá es porque tienen mucha imaginación o mucha paciencia. Me sirve cualquiera de las dos.

A esta altura ya se me nota la panza. Pero volvamos a lo del libro.

Desde hace unos días vengo sufriendo los dolores de parto.

El alumbramiento está a la vuelta de la esquina y es casi de lo único que puedo hablar.

En cuestión de días o semanas -porque los obstetras y los imprenteros tienen tiempos muy diferentes- llegará un nuevo libro a este mundo, y deberá vérselas con una sociedad que con suerte lo ignore y seguramente lo rechace.

De mi parte no tendrá más que amor. Aunque quede mal encuadernadito, lo voy a querer igual.

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