IGNACIO ALCURI
El otro día estábamos conversando con un amigo y él no paraba de contarme sobre sus últimas vacaciones. Había ahorrado durante todo el año para poder irse un par de semanas a un Hotel Cinco Estrellas. Pero no de esos estereotípicos, con mil habitaciones y un botones corto de vista que se tropieza con las valijas; todo lo contrario.
Era una de esas casas rústicas, de dos o tres habitaciones, en donde uno pasa los días con la familia dueña del lugar, comiendo ahí y recibiendo todo su cuidado.
Mi amigo estaba loco de la vida. Parecía que había descubierto la pólvora.
Yo le dije que había vivido con mis padres hasta principios de año.
Para mí, fueron 28 años de vacaciones en uno de estos establecimientos. Allí tenía una habitación completamente amueblada, pensión completa, ropa limpia y ayuda con el aseo más pesado. Todo eso sin tener que invertir los ahorros de todo un año ni dar propina al botones corto de vista.
Pero como todo en esta vida, un día se terminó. Porque vivimos en un mundo donde ni siquiera el padre de Superman puede vivir tranquilo.
El otro día la quedó, en uno de los cómics de su hijo. Ya sé que no es la primera vez que se muere (estas historias se reinician cada tantos años para captar nuevos lectores), pero si criar un hijo superpoderoso no alcanza para tener una vida digna, es que ya no hay nada seguro.
Disculpen si a veces me voy por las ramas, especialmente cuando me pongo a hablar de cómics. Es que son mi perdición. ¿Cuántos dedican el lunes entero a reflexionar sobre 22 fulanos disputándose un balón? Exacto.
Lo cierto es que hice el check-out del hotel regenteado por mis progenitores y me sumergí en la aventura de vivir de manera independiente. Y no es casual el uso del verbo "sumergir" de parte de alguien que le tiene terror al agua.
En las series de televisión lo hacen parecer como algo hermoso, pero es tan falso como la relación entre Hugh Hefner y las tres conejitas que lo acompañan para aquí y para allá (en realidad una es la novia y las otras dos... bueno, básicamente no lo son).
No hay glamour en ser jefe de hogar.
Lo que sí hay es un malabar constante entre fechas de cobro y fechas de pago, como si la vida fuera un semáforo eterno donde a cada rato se nos caen las pelotitas. Habrá metáforas menos baratas que ésta, pero vengo sin dormir hace varios días y el pago de la tarjeta se está por vencer.
Sin mencionar el diario safari por el mercado (irónicamente, de chico iba a un supermercado llamado "Safari"). Todos los días maniobro un carrito por pasillos tan estrechos como mi presupuesto, con el objetivo de cubrir las necesidades básicas de una casa, y las mías también.
Y hablando de eso, no hay nada más estresante que tener que elegir dos comidas al día por el resto de tu vida.
Yo soy de las personas que pasan quince minutos mirando el menú cada vez que salgo a cenar, así que decidir el almuerzo y la cena de cada jornada me dispara los niveles de estrés hasta límites insospechados.
Alguien podrá decir que mis padres realizan estas tareas desde hace años.
También hay personas que gozan tirándose de un puente agarrados con un elástico, y viven inmersas en nuestra sociedad sin que nosotros lo sepamos.
En definitiva, cuando le conté a mi amigo lo que pensaba de su Cinco Estrellas, me preguntó por qué me había ido de la casa de mis padres.
"Hablemos de otra cosa... ¿viste que se murió el padre de Superman?" dije, saliendo por la tangente.