Publicidad

Ponete cómodo

Compartir esta noticia

IGNACIO ALCURI

Nadie puede negar que el ser humano sea cómodo por naturaleza. O al menos nadie tiene la fuerza suficiente como para levantarse y negarlo. Esto no es tan malo como parece; gracias a la desidia de nuestra especie es que tenemos tantos ingenios tecnológicos y chucherías.

Alcanza con mencionar al multiprocesador de alimentos, el joystick, y las tarjetas para pagar el ómnibus, que venían trancando desde hace años por el tema de las pérdidas laborales de los guardas, y resulta que igual se precisa de una persona para operar las máquinas.

Entonces, ¿quién presionaba para frenar al progreso? ¿La empresa que imprimía los rollitos de boletos?

Más allá de "lobbystas" secretos, los inventos aparentan hacer nuestra vida más fácil, aunque en realidad la complican aún más.

Porque a quién no le ha pasado de estar tirado en el sofá, comiendo aceitunas con anchoas, cuando suena el celular y hay que encontrarlo entreverado con el control remoto de la tele, el del decodificador, el del DVD, el del home theater y el del aire acondicionado. Al final el tipo del otro lado de la línea corta, y hay que llamarlo de vuelta (no es mi caso personal, ya que no tengo aire acondicionado y prefiero unas aceitunas con ajo).

Justamente la telefonía es la que nos reúne en torno al fuego en esta oportunidad. Dicho sea de paso, no acerquen mucho el diario a la llama. Ni yo ni las autoridades de esta publicación se hacen responsables en caso de incendio.

Todo comenzó con Alexander Graham Bell, un hombrecito tan vago que con tal de no bajar hasta la bodega para hablar con su asistente, creó una máquina que transmitía el sonido a distancia como una señal electromagnética.

Pasarían varias décadas hasta el siguiente gran avance en la industria de la telefonía: el cable largo, que permitía llevar el aparato hasta el sillón, la cama o cualquier superficie horizontal sobre la que el usuario estuviera desplomado. Pero como hay casas muy grandes, tuvieron que inventar el teléfono inalámbrico.

Con él, se hizo popular la práctica de salir por las noches hasta el jardín, acercarse a la pared medianera e intentar robar llamadas a los vecinos con el mismo modelo de teléfono, vampirizando su línea.

Lo mismo que pasa hoy en día con las laptops y las redes inalámbricas. Sólo que antes estaba mal visto.

Claro que también tenían un inconveniente, porque su alcance era limitado, salvo que no fuera enganchándose en las bases de diferentes vecinos al ir caminando por la calle. Qué loco, esa es la esencia de la telefonía celular.

A partir de ahí comienza el clásico proceso de miniaturización, desde el celular que se llevaba en la espalda como la mochila de los Cazafantasmas hasta el que se ata en una pestaña para no perderlo.

En simultáneo le fueron agregando chucherías, como los mensajes de texto, y aplicaciones fantásticas, como una versión del Tetris en donde vas eliminando las piecitas cuando agrupás cuatro del mismo color. Un despelote.

Por último tenemos el "aifoun" (léase iPhone). El intento desesperado por concentrar aplicaciones en un único aparatico, con el antiguo objetivo de no tener que caminar entre el teléfono y la computadora, o entre la computadora y la cámara de fotos, o entre la cámara de fotos y el equipo de audio.

Llegará el día en que le adosen un inodoro y ahí sí, la mayoría de la humanidad quedará para siempre atornillada en el mismo sillón en donde se encontraba cuando el cartero trajo el teléfono inteligente.

Y el mundo será dominado... por los carteros.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad