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Olímpicos

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IGNACIO ALCURI

El viernes pasado la atención del mundo estuvo centrada en el comienzo de los Juegos Olímpicos de Pekín. Hecho que fue aprovechado por el ejército ruso para invadir Georgia justo cuando los soldados fronterizos estaban mirando un programa especial en un pequeño televisorcito de blanco y negro.

Otros dicen que fue a la hora de la siesta, pero los enfrentamientos en Osetia del Sur son mucho menos marketineros que 10.000 chinos coordinados al ritmo de la música.

Por eso, más allá de los conflictos en el Cáucaso, el hecho destacado de los últimos días fue la majestuosa ceremonia de inauguración del estadio, ese que parece un nido de pájaro, aunque no recuerdo cómo le dicen.

Allí, los peores temores de Mafalda estuvieron a punto de hacerse realidad, ya que si el chino de las Dagas Voladoras hubiera coreografiado un saltito en medio de tanto baile, el planeta Tierra se hubiera salido de su órbita y en este momento tendríamos pedazos de los anillos de Saturno saliéndonos por las orejas.

Después surgirían las polémicas, dignas de un programa de chimentos. Resulta que la niñita que subió al escenario para entonar el himno no era la verdadera que cantaba, sino otra, un poco más gordita y con los dientes chingados. Si me preguntan a mí, fue un ardid para demostrarle al mundo que no todos los chinos son iguales.

Y qué decir de la pirotecnia. Parece que uno de los organizadores se tomó muy a pecho lo de "fuegos artificiales" y agregó varias explosiones para darle un poco de realidad al asunto. Dicen que los fuegos estaban, pero que las cámaras televisivas podrían no captarlos bien. Si estamos hablando de tecnología, mejor confiar en los orientales.

Salvando estas asechanzas (que no acechanzas, listillos) fue todo un éxito.

Más les valía, ya que se gastaron más de 300 millones de dólares. Dinero que podría haberse utilizado para comprar 600 millones de alfajores con mousse de chocolate, que puestos todos juntos son un montón.

Claro que los tipos, que no tienen un pelo de tontos, saben que ese dinero lo recuperan en un tris, en concepto de televisaciones, venta de entradas, turistas y otros ítems.

No sólo lo recuperan, sino que recaudan muchos millones de alfajores (dólares) más.

La amortización inmediata no ocurre en otra clase de eventos, de menor escala pero que horadan tanto o más los bolsillos de sus organizadores.

Me refiero específicamente a las Fiestas de 15, ese aniversario caprichoso en donde las chicas festejan su entrada al mundo de los adultos, sin tener ninguno de los derechos que estos poseen.

Para estas fiestas los padres de la agasajada empeñan hasta las joyas de la abuela, cuando no empeñan a la mismísima abuela.

Cada festejo se realiza a escala del poderío económico de la familia, pero siempre superando las posibilidades reales de cada una.

A falta de escuadrones de hijos de Mao moviéndose al unísono, aquí con mucho esfuerzo, el tío alcohólico comienza un trencito sujetando las caderas de la tía gorda y logra dar media vuelta a la pista con un gorro de telgopor en la cabeza. Whisky en la mano y saludo para las cámaras.

Al otro día sólo quedan los recuerdos. En el caso de Pekín, la imagen grabada en la retina del mayor despliegue de música y baile del siglo.

En el caso de la Fiesta de 15, una foto tamaño gigante de la nena colgada en el living, para recibir a las visitas.

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