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Todo en orden

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IGNACIO ALCURI

Hasta hace poco tiempo, la tarea de un editor consistía en tomar un montón de piezas y con ellas armar el rompecabezas de un programa de televisión. Como en todo puzzle, había una sola forma de hacerlo bien: uniendo la toma 1 con la 2, siguiendo un orden cronológico, con cierta honestidad y buscando que el espectador comprenda lo que está sucediendo.

Pues bien, eso era antes, porque ahora la televisión es real. Perdón, es reality. Lo que significa que es muchísimo más falsa.

Maldita la hora en que, derrumbando el principio del tercero excluido, los programadores de las televisoras descubrieron un género que está entre la ficción y la realidad. Solamente estaban creándonos un problema.

Durante el período A.R. (antes de los reality) existían los programas guionados, en donde un grupo de personas decidía las historias que soportarían los personajes en pantalla. Y también existían los documentales, que seguían a personas que no actuaban, intentando influir lo menos posible en sus conductas. Pero después llegaron las casas llenas de gente, los trips de supervivencia y las familias de famosos clase C de Hollywood. Prometiendo a la gente realidad, con pleno conocimiento de que la realidad es embolante -ver cualquier documental- y por lo tanto deberá ser sazonada con "sugerencias" de un grupo de notables. Que no son los mismos que reciben denuncias por irregularidades en Aduanas, aclaro.

A esto se le suma el poder de los editores. La columna comenzaba hablando de ellos, y ya era hora de que volviera a hacerlo. Vean cualquier reality show importado desde los Estados Unidos, contemplen las peleas cotidianas entre sus protagonistas, y estén atentos a esos pequeños momentos en que se quedan callados, sin nada que decir.

¿Cuánta tensión, no? ¡Patrañas! Patrañas, digo. Todos esos momentitos tensos son levantados de cualquier instante anterior o posterior, de acuerdo al gusto de los editores y la necesidad de señalar un conflicto. Pero no me crean a mí, miren cualquier reality y noten esos instantes en donde se nota que la acción da más saltos en el tiempo que el DeLorean de Marty McFly (técnicamente era del doctor Brown, pero el que más lo manejaba era el muchachito).

No está llorando porque se peleó con su madre. Está llorando porque se acaba de depilar el ombligo. O porque la sopa estaba caliente. Mientras en el gran papá del Norte los editores se convierten en un poder desde las sombras, en la vecina orilla otros editores colgaron los guantes.

Se trata de los editores de los noticieros, que antes preparaban la información de la manera más clara y concisa para que don José y doña María (en representación de todo el gran pueblo argentino, ¡salud!) entendieran qué cuernos estaba sucediendo de la puerta para afuera.

El auge de los programas de archivo terminó con eso. Porque la gracia, justamente, de programas como TVR, está en la edición. En mostrar los hechos de manera clara y concisa para que don José y... bueno, ustedes me entienden. Eso que hacían los otros.

Hoy los verdaderos informativos son los programas de resúmenes. Ellos son los que pasan horas delante de una mesa de edición, buscando e identificando a los protagonistas de la noticia, y armando informes que suelen tener una claridad mayor que los de sus colegas que ya tiraron la chancleta.

Espero que los editores de todo el mundo no se sientan ofendidos por mis palabras. Y si lo hacen, acomódenlas de vuelta hasta formar frases que los dejen bien parados. De paso les sirve de práctica.

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