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Hogar, dulce hogar

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IGNACIO ALCURI

NADA PERSONAL

Los estudios señalan que entre las situaciones que generan más estrés se encuentra la pérdida de un ser querido, un accidente y una mudanza. Así que lo peor que puede pasarle a uno es ir con el tío en auto, chocar, que él se haga pomada y terminar heredando su casa.

De las mencionadas experiencias traumáticas, las dos primeras suelen ocurrir contra nuestra voluntad. Salvo que la muerte del ser querido haya sido idea nuestra; en ese caso habría que rever el concepto de "querido" y estar atentos a las sospechas de la Policía acerca de nuestra participación en el crimen.

Una mudanza sí es premeditada. Alguien toma la decisión de complicarse la existencia, como diciendo: "La verdad es que la agitada vida moderna no me alcanza, quiero vivir más cerca del surmenage". Embrollicidio en primer grado.

Para algunos será más fácil. Esos que se van a un apartamento totalmente amueblado, cargando tan sólo una caja de zapatos con fotos y postales, ya que han rechazado las posesiones materiales. En las antípodas del budismo inmobiliario estoy yo, con una casita para equipar y varias toneladas de basura multimedia que jamás volveré a mirar, oír o leer.

Compactar tu vida en un montón de cajas de cartón corrugado no es lo más difícil. La tarea que más consume y estresa es coordinar los esfuerzos para dejar la nueva vivienda a punto. La sincronización es necesaria porque si no entregan la llave no se puede entrar a pintar, y sin pintar no se puede hacer una limpieza exhaustiva, y sin ella no se pueden instalar los electrodomésticos ni el teléfono, y sin teléfono no se puede pedir el ADSL. Y sin ADSL me muero, hablando pronto y bien.

Ojo que no estoy sacándole el mérito a las decenas de personas que realizarán las tareas mencionadas. Pero no puedo evitar ponerme nervioso, porque donde una sola de las piezas de este dominó se chifle, no caen las siguientes y al final termino con un camión de mudanzas parado en la puerta de un refugio post-apocalíptico, donde sólo faltan Mad Max y Tina Turner.

Pero seamos optimistas. Supongamos que todas las piezas caen en su lugar. Como cuando estás jugando al Tetris y queda una columna entera vacía al costado, y justo te sale la pieza larguita y ¡zas! Borraste cuatro filas de un plumazo. Si todo lo anterior sale bien, llegamos al gran día: la edición charrúa del Cirque du Soleil.

Un escuadrón de acróbatas realizando proezas físicas con objetos que no deben tocar el suelo ni romperse. En esta oportunidad, los objetos son cajas con discos, dvd, libros y una cantidad obscena de historietas (de tan bajo valor de reventa, que significan la peor inversión en la historia desde que los empleados de Enron canjearon su fondo de retiro por acciones de la empresa).

Está bien, hay diferencias con el Cirque original: los uniformes son mucho menos coloridos, los acróbatas tienen panzas prominentes y en lugar de piezas de música clásica se escuchan ritmos tropicaloides con letras que denigran a la mujer de todas las maneras imaginables.

Si es de los lectores tempraneros, en el momento exacto en que usted esté padeciendo esta columna, yo voy a estar en primera fila del mencionado espectáculo circense de transporte de muebles. Será la primera vez que los vea, y por el costo de la entrada (en dinero y en años de vida) espero que no vuelvan a presentarse por mucho, mucho tiempo.

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