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Justicia ciega

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IGNACIO ALCURI

Decenas de personas comienzan a llegar sobre la medianoche y permanecen juntas hasta la salida del sol. En esas horas se sucederán abrazos, muchas risas y besos en los rostros que conservan restos de maquillaje.

No se trata de una orgía de payasos sino de la Noche de los Fallos, que año tras año baja la cortina de nuestro carnaval.

La cita suele ser en los locales de ensayo de cada agrupación, donde integrantes y seguidores fingen prestar atención a una interminable lectura de números, similar al repaso del balance durante la asamblea anual de un club de fútbol.

Llevaría menos tiempo dar el número exacto de estrellas en el universo utilizando codificación binaria.

Al despuntar el alba, reinará el descontento. Por más sofisticados que sean los coeficientes y más colorido sea el Excel que filman de manera estática durante ocho horas, siempre habrá gente quejándose por el resultado, definiendo "gente" como el total de competidores menos los que ganaron. Cada jornada posterior a la Noche de los Fallos, en todos los bares se hablará de injusticia o al menos las sospechas de ella.

Este inconformismo está presente en todos los órdenes de la vida. Basta con sintonizar Crónica Televisión, durante los minutos en que dejan de transmitir la quiniela bonaerense, con esos niños cantores que hacen que los nuestros parezcan Menudo.

Un informe típico de Crónica muestra a un grupo de señoras protestando en alguna localidad de nombre agradable al oído (como Ranelagh, Berazategui o Remedios de Escalada). Hacen palmas y cantan consignas, mientras el periodista se acerca a una señora gorda y le pregunta "¿ustedes que piden?"

Justicia.

Un pedido que realizamos toda la vida. Primero hacia nuestros padres, que nos tratan como niños aunque seamos unos adolescentes de pelito en pecho. Después al sistema educacional, que no cree que las invasiones inglesas puedan ser resumidas en tres renglones el día del examen. Más tarde será al Estado, que injustamente trata de quitarnos gran parte de nuestro salario.

Pero los mayores atropellos ocurren en la justicia impartida, donde una o doce personas dan un veredicto. El hombre es un ser imperfecto y falible. Ya sea el juez que no cobra penal pese a la fractura expuesta que sufrió el centrodelantero, o el hincha que pide tarjeta amarilla por simular a ese pobre diablo, que verá trunca su carrera futbolística a causa de la mencionada fractura.

Dentro de todo, el único momento realmente subjetivo de un referí será a la hora de medir la intencionalidad de una mano.

En los concursos es mucho más complejo, ya que hay una cuestión de gustos. Como el jurado de un bikini open, que puede inclinarse por el tono muscular de las nalgas de las participantes, o su redondez, o simplemente poner un mayor puntaje al trasero más aplaudido por la caterva. Las lapiceras pesan hasta en la más fea playa de Mar del Plata.

Por eso seguirán existiendo los que se quejen por los resultados del carnaval, como seguirá existiendo la madre que opine que el mejor trasero del verano era el de su nena. "Mírelo nomás, y dígame si no se merece un premio".

No olviden que en otros países, doce miembros de un jurado pueden condenar a muerte a alguien que no se lo merece. Comparado con eso, que la murga que más te gustó haya terminado sexta, parece un crimen mucho menos importante. Aunque dé para calentarse igual.

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