MARÍA INÉS LORENZO
Daniel Falagian tiene 43 años. Hace 17, su situación laboral comenzó a tornarse cada vez más complicada, y decidió incursionar en la artesanía, en el diseño y venta de anillos y colgantes de plata. Hoy vive de eso.
Martín, de 34 años, desde joven trabajaba como empleado en un local que vendía calzados. Por mero placer, todos los días dedicaba parte de su tiempo en diseñar llaveros de cuero, y bolsitas de cartón corrugado para guardar inciensos. Hace cinco años se quedó sin empleo, y desde entonces vende los objetos que diseña en distintas ferias de la ciudad.
¿Qué tienen en común ambas historias? Ilustran una realidad social. Como ellos, de la noche a la mañana, muchas personas de las más diversas generaciones se vieron en la necesidad de buscar una salida laboral autogestionada a partir de sus propias destrezas manuales. ¿Qué los llevó a eso? Primero, hace ya cuatro décadas, el desempleo que asoló Uruguay en la década del 60; y luego, más recientemente, la brutal crisis económica que derrumbó el país a mediados de 2002.
De esa manera, la artesanía nacional creció cada vez más en los últimos 40 años, a tal punto que llegó a trasladarse a distintos talleres y escuelas de enseñanza, con centenares de adeptos.
Pero eso no es todo. Los rubros evolucionaron, y además de los tradicionales como la lana o el cuero, hoy día también existen otros: joyería y bijouterie, madera, cerámica, pintura, fibras vegetales, metales y piedras semipreciosas.
Según la Dirección Nacional de Artesanías de Pequeñas y Medianas Empresas (Dinapyme), actualmente en Uruguay existen entre 7.000 y 8.000 personas vinculadas de alguna manera a la artesanía.
Asimismo, cerca del 43% suele vender regularmente sus productos, el 26% trabaja a un ritmo zafral -relacionado a temporadas específicas-, cerca del 17% vende ocasionalmente, y el 13% lo hace en muy pocas oportunidades, según un informe realizado por Equipos Mori y Fundasol, en 2006.
PROBLEMAS. "Si bien la artesanía ha crecido bastante, el sector no está mejor que años anteriores", aclara Helena Almirati, presidenta de la Asociación Uruguaya de Artesanos (AUDA). El motivo, señala, radica en que no existe en el país una legislación específica que regule la comercialización del sector ni que promueva su profesionalización, pese a que en 2002 el Parlamento aprobó la Ley 17.554, que establece un marco jurídico para el desarrollo de la actividad artesanal. Pero hasta el momento no se han percibido grandes cambios, y el concepto de la artesanía no es común para todos los países de Latinoamérica.
Como explica el artesano Daniel Falagian suelen venir personas desde Chile y Argentina, quienes exponen en ferias distintos objetos y los venden como artesanales cuando en realidad están producidos a través de una máquina. "Ellos los ofrecen a precios más baratos porque no tardan tanto tiempo ni esfuerzo en producirlos, lo que luego termina perjudicando al artesano nacional, que cobra sus trabajos a un costo mayor justamente porque los elabora a mano", señala bastante molesto con esa situación.
Lo que sucede, aseguran los artesanos en general, es que una gran proporción de personas no valora el trabajo manual y creativo del uruguayo. Sin embargo, es más complejo de lo que parece a simple vista. No sólo se necesita tener perseverancia, sino también muchísima imaginación.
El proceso de confección y diseño de un objeto puede llevar desde tres horas hasta cuatro e incluso 15 días, expresa Falagian. "A veces, la persona tiene una idea que luego, por diferentes motivos, no se puede plasmar como estaba pensada originalmente. Entonces, hay que diseñar nuevamente el objeto".
Justamente por ello, las artesanías suelen ser un poco más caras. Se encuentran objetos desde $ 15 a $ 1.000, según los materiales y el tiempo necesario para elaborarlo.
DIFERENCIAS. Existen varios tipos de artesanos. Están aquellos que trabajan en forma independiente -en ferias o en el Mercado de los Artesanos y cobran en función de lo que venden-, y otros que están ligados a alguna empresa y perciben mensualmente un salario estipulado de antemano.
Tanto el perfil como la situación de los artesanos son un tanto diferentes. Están quienes con una manta sobre la vereda o en algún que otro muro venden artesanías en los alrededores de las ferias vecinales y la Ciudad Vieja, y por lo general suelen toparse a diario con problemas que no sólo perjudican su trabajo, sino también subestiman su dignidad, aspecto que a ellos les preocupa bastante. "Cada vez más la policía nos echa de todos lados como si fuéramos delincuentes. Nosotros no molestamos a nadie. Todo lo contrario", expresa en tono afligido Juan Pablo, de 25 años, quien vende pulseras y collares en los alrededores de Villa Biarritz.
Por otra parte, las personas que trabajan en el Mercado de los Artesanos no viven esos inconvenientes porque venden los objetos que confeccionan en un espacio físico techado y expresamente acondicionado para ellos. De todos modos, sí comparten las demás carencias que tiene el sector.
ALEGRÍAS. Pero no todo es tan gris en el mundo artesanal. También, y como sucede en todos los órdenes de la vida, existen personas que no lidian con situaciones engorrosas y les va bien. Un ejemplo de ello es el caso de la artesana Elena Druillet, quien trabaja en una empresa que exporta objetos utilitarios, que son confeccionados 100% a mano.
Pese a las diferencias que puedan existir entre unos y otros, en definitiva casi todos trabajan a diario en pos de una necesidad común: que la artesanía logre posicionarse como auténtica representante de la cultura nacional.
No todas las personas confeccionan artesanías por necesidad. Existen varias que tienen un trabajo estable y lo hacen por puro placer, o como terapia, en su tiempo libre.
Algunos son autodidactas y suelen aprender solos, o a veces con la ayuda de amigos experientes. Sin embargo, otros concurren a talleres de enseñanza. En la Escuela de Arte y Artesanía Pedro Figari, por ejemplo, se inscriben por año más de 1.000 personas, de ambos sexos y de todas las edades: desde 15 hasta 87 años, cuenta Elena Vera, directora de la institución. Actualmente, uno de los rubros más requeridos para aprender es el de joyería y bijouterie, agrega.
En el momento de comprar no sucede lo mismo. Por lo general, se venden casi todos los rubros por igual, aunque también depende de la época del año. "En verano, por ejemplo, que es cuando hay más turismo, se vende el doble que los demás meses", finaliza Falagian.
Lejos de lo individual
La vida de la mayoría de los artesanos no es muy convencional, ya que ellos mismos se planean las rutinas de trabajo, de acuerdo a sus prioridades. Sin embargo, ello no significa que sean personas individualistas, como muchos lo creen, aseguran los propios protagonistas.
Por el contrario, existen varios artesanos que trabajan en un ambiente bastante social, y confeccionan sus destrezas manuales de manera colectiva, intercambiando alguna que otra idea.
En la Asociación de Artesanos del Uruguay, por ejemplo, existen 350 talleres, justamente destinados para que ellos puedan desarrollar y vender sus manualidades de manera independiente.
Según un estudio realizado por Fundasol y Equipos Mori en 2006, en Montevideo, se localizan casi 3 de cada 10 talleres artesanales -cerca del 29%-.
A su vez, Canelones es el segundo departamento del país donde se concentran más talleres - el 13% del total nacional-. Le siguen Paysandú, Durazno, Rivera, Maldonado, Rocha, Artigas, Treinta y Tres. Salto es uno de los lugares en los que se registraron menos.
Las cifras
29% De los talleres artesanales se encuentran localizados en Montevideo; le sigue Canelones con 13%.
8.000 Número de uruguayos que se encuentran vinculados de una u otra manera a la artesanía, según Dinapyme.
43% Porcentaje de artesanos que vende regularmente sus productos en el mercado.
26% Dato que representa el porcentaje de artesanos que trabajan sus productos a un ritmo zafral.