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La cosa está brava

| Algunos hinchas del fútbol llevan al extremo su fanatismo; los barra brava reivindican los combates y su "ley" indica que hay que vengar a los muertos; la mecha está encendida en la tribuna y los referentes dicen que no pueden controlarlo

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"Si pierde Peñarol, apártense, porque se arma lío. No se sorprendan hasta si se agarran contra los jugadores y los dirigentes", aconsejó un hincha aurinegro, un día antes al partido que se disputaba el domingo pasado en Jardines del Hipódromo. Ganó Peñarol aquel día, pero el jueves le tocó perder por penales y a la salida del Centenario, un grupo de hinchas mirasoles protagonizó desórdenes que terminaron con siete integrantes de la barra detenidos, según dijo el jefe del operativo policial, el capitán Walter Latour, de Coraceros.

Más de 500 policías trabajaron en cada uno de los cotejos porque como ocurre en casi todos los encuentros decisivos del país, la posibilidad de episodios violentos está a la orden del día. Las autoridades hallaron hasta ahora una única receta contra la creciente violencia en fútbol: incrementan la presencia de policías en las canchas. "Con eso, ya prevenimos gran parte de los disturbios", dijo el jefe del Estado Mayor de la Policía, Luis Mendoza.

Ocurre que las drogas, sobre todo la pasta base, y cierta crisis de liderazgo de los referentes históricos de las barras bravas está haciendo menos manejable la eventualidad de desbordes, coinciden conocedores desde dentro y fuera de las tribunas.

El domingo, gran parte de la hinchada aurinegra se reunió dos horas antes del partido en la esquina de 8 de octubre y 20 de febrero. "Los que venimos siempre, siempre, somos unos 100", dijo Guillermo, uno de los referentes de la barra.

Un grupo tomaba vino en caja Glorioso, en su versión amarilla y negra. Del otro lado, algunos se pasaban un porro; otros colgaban banderas en las rejas de la plaza. De ahí salieron por 8 de octubre, rumbo a Jardines. El viaje fue de al menos 25 cuadras, se fueron sumando manyas hasta llegar a la tribuna visitante, ocupada en total por 3.000 del equipo. Atravesaron de punta a punta el barrio Curva de Maroñas, territorio enemigo, por cierto. Pero los de Peñarol sienten el placer de caminarlo con toda impunidad.

"Nadie nos hace frente, sólo la policía, y a veces los de Cerro, pero esos juegan sucio, sacan el revólver enseguida", aseguró Guillermo, de 27 años y 15 de aurinegro. Y empezaron a cantar: "A pesar de los años, los momentos vividos, yo te sigo queriendo, carbonero querido".

Las gargantas eran buenas, se sentían como si fueran muchos más, y la gente en paradas de ómnibus y veredas se fue apartando. La hinchada tomó la calle hasta la mitad de 8 de octubre, y los enemigos directos quedan claros en los cánticos: "vamos a quemar el Cerro pa` festejar... también al Parque Central". La humillación hacia el tricolor tiene lugar de privilegio en las rimas: "cancha nueva vos podrás tener, muchos palcos porque sos mujer, lo que nunca vas a tener son los huevos.... de los carboneros.... los del bolso son todos putos".

En la tribuna, aún más enfervorizados, cantarán otra: "cómo me voy a olvidar, cuando matamos a una gallina, cómo me voy a olvidar, fue lo mejor que me pasó en la vida". Se refieren a Diego Posadas, un adolescente hincha de Nacional, asesinado en 1994.

Una semana antes, durante el clásico Nacional-Peñarol, el combate verbal entre los bravucones también incluía esa muerte "que las gallinas no se animaron a vengar". La respuesta se escuchaba ya antes del partido: "el bolso va camino p`al Centenario, el manya pide custodia porque es cagón, mandamos a los villeros pa`l descenso, y vamos a mandar a un manya pa`l cajón. Somos tricolores, tricolores".

Lo que más enfurecía a los bravos de la Colombes, en ese momento, no es que sus archienemigos en la Ámsterdam se enorgullecieran de la muerte de Posadas; hasta eso lo pueden aceptar. "Pero fijate, lo cantan todos los de la Olímpica, familias con niños, ¿qué ejemplo están dando?," dice uno mientras grita pese a la derrota: "carbonero, carbonero, carbonero ¿dónde estás? Yo te busco por la Copa (Libertadores), y no te puedo encontrar".

Pero ejemplo también fue cuando semanas antes, en el Parque Central, se disputaba un partido entre Nacional y Vélez de Argentina. Una madre tuvo la mala idea de tomar Jaime Cibils para dejar a su hijo y un amigo en la cancha, cuando llegaban dos ómnibus con la barra de la vecina orilla. "Tuve que dar una marcha atrás impresionante, pensé que pisaba a alguien, hasta vi muebles volando", señaló asustadísima. Aún eso no intimidó a los dos adolescentes de ir a alentar a los bolsos y se unieron a los cantos: "¿y dónde está... dónde está? la pandillita de Liniers... de acá no se van... de acá no se van...."

MÁS TRANQUI. Los Danu Stones, núcleo de la barra de Danubio, son alrededor de 30 y viven de otra manera el fútbol, más allá de que en la cancha también corra, entre algunos, la marihuana o el vino en botella de plástico de refresco. De todas maneras, minutos antes del primer pitazo arbitral, los más fanáticos rezan, y a los pocos segundos vuelven a agitar banderas, entre algún que otro insulto, hacia los aurinegros.

"Nosotros no somos de armar lío, pero estamos prevenidos. No somos nenes de pecho. Tratamos de no meternos con nadie, ni que se metan con nosotros. Pero suponete que la hinchada de Peñarol quiere venir a robarte una bandera, vos no te vas a quedar de mano atada. No forzamos la violencia, vamos a alentar a la institución, a dar apoyo y aliento, a mirar el partido. Nos juntamos por Danubio, pero tampoco vamos a perder una bandera porque es como perder un hijo. Los Danu Stones nunca perdimos una bandera. Somos de la idea de que, el que la pierde, no merece llevar otra nunca más. Es sagrada. Porque si sos descuidado con tu bandera, sos descuidado en la vida. A diferencia de otros, no nos interesa tener las contrarias. Si tenés una bandera mía, me estás publicitando", señaló Pablo Peduto, de 29 años.

Al contrario, mientras la barra aurinegra se dirigía a Jardines, y pasó un auto con la bandera de Danubio en la ventanilla, un grupo salió corriendo y se la sacó. Los demás festejaron y otros habían parado el tránsito para concretar la maniobra sin contratiempos. Consiguieron así el primer "trapo" de la tarde, seguramente para quemar a su tiempo. A diez metros, una camioneta se paró en el semáforo. Dos niños de unos cinco años van en la caja, cada uno con una banderita de Danubio. Algunos de Peñarol se ponen nerviosos, iban a gritar, se les notó, pero se callaron. Guillermo levanta la mano y les grita: "¡déjenlos!". Y después se dirige a los niños: "bajá esa banderita pibe, esta es la gloriosa hinchada de Peñarol".

Hay códigos, pero con todo la hinchada de Peñarol es una de las más difíciles de manejar, según Luis Mendoza, de la Policía. A diferencia de Nacional, no tiene un referente claro; son muchos, opinó el policía. "Hablamos con los referentes, que controlen a sus hinchas, pero nos dicen que hay algunos `zafados` que no pueden mantener a raya", agregó.

El propio Guillermo lo reconoció. Este año, Peñarol sumó más hinchas asiduos, atado a mejores resultados. "¿Cómo hacemos nosotros para controlar a 5.000 personas? Encima, con el problema de la pasta base".

CÓDIGOS. Varios cánticos de las hinchadas nombran a la marihuana y el vino, pero ninguno a la pasta base. "Marihuana y mucho alcohol, la banda del tricolor siempre está de la cabeza...". Es que muchos de ellos creen que la pasta base es una porquería. "Está quemando todo,", dijeron palabras más, palabras menos, tanto referentes de Peñarol, Nacional, Danubio como los más veteranos del Cerro.

La socióloga Nilia Viscardi, experta en juventud y violencia, considera que el fenómeno mundial de los barra brava se sustenta en la propensión que tienen algunas personas a identificarse con el fútbol a través de la violencia y de su escenificación. "Es un ámbito donde el conflicto social, la lucha y la guerra está permanentemente en juego. La presencia de las cámaras de televisión activa a muchos a incrementar esos niveles de agitación".

El aumento de la violencia de las barras es producto del crecimiento de ésta en la sociedad, agrega Viscardi. "Se suma el ingreso de la pasta base al mercado. Las características de los barra brava cambian junto con la sociedad y también con la desintegración social."

No existen datos sobre la pertenencia cultural y económica de estas personas, pero la socióloga entiende que estrictamente la condición socio-económica no está ligada a la violencia en el fútbol.

RUDEZA. Los barras bravas no van a la cancha a ver el partido. O, por lo menos, no exclusivamente. La prioridad es intimidar, según los resultados, a los jugadores y a los colegas rivales; es el juego sobre el juego que se plantea cada fin de semana, y para eso hacen una demostración de rudeza, aunque pocas veces pasan del dicho al hecho. Se jactan de los "combates" que protagonizaron, e incluso de las muertes. En la web de la hinchada de Peñarol, se recuerda la refriega con Nacional en Maldonado, otras con Cerro, River argentino y otros. Es la ley del más fuerte, así se mueven y buscan demostrarlo en cada partido.

Unos y otros, se encuentran muy organizados. El domingo pasado en Jardines, por ejemplo, la decena de referentes manyas se repartió en el centro y bordes de la tribuna. Eso tiene el doble objetivo de formar un solo bloque de aliento, coordinando cánticos y banderas, y también vigilan los puntos. A cualquier problema con la policía en algún sector de la tribuna, había cerca uno de ellos para ponerse en la primera línea y reaccionar en bloque. "Hay que proteger a la gente", dice uno de ellos.

Son los mismos códigos que se observaron en la barra del Parque en el clásico: mucha organización, las banderas se abren o los bombos suenan cuando los referentes lo creen oportuno, los papelitos caen cuando ingresan los jugadores. "Acá, si uno tiene un problema, lo tenemos todos", dice uno, defensa colectiva de la que militan todos.

Y siempre hay que alentar, más allá de la derrota. En el último clásico, mientras el sol se escondía y el frío bajaba duro, los manyas festejaban y decenas de "bolsos" (los demás ya habían partido 10 minutos antes, luego del tercer gol), seguían cantando: "Porque al bolso lo quiero, lo vengo a alentar... en las buenas.... y en las malas mucho más".

A los 22 minutos del primer tiempo de Peñarol-Danubio, el domingo pasado, el jugador Rúben Capria, tiró un buscapié contra el área de Danubio, rebotó en un rival y se coló en el arco. Explotó la tribuna de Peñarol, pero no hacia la cancha para saludar a los jugadores, si no para los costados, donde estaban las populares de Danubio, separadas por alambrados y cerco policial. Fueron a echarles en cara el gol, les dijeron "gallinas", que son "cuadro chico", y así "morirán", que no llenan la "popular", y tienen poco o ningún "huevo" y demás.

"Entre el público que concurre están los espectadores activos, que es la hinchada, y dentro de ésta se encuentran los más pasionales, quienes su estado de ánimo es cuantitativamente más intenso que lo común, y en los que a veces aparece la irracionalidad, el desborde emocional, la transgresión a las normas. Socialmente se los denomina barra brava. No todos los clubes deportivos cuentan con esos grupos. Es bien claro, y si uno concurre al estadio se da cuenta, que sólo Nacional y Peñarol tienen barras bravas. Las demás son hinchadas fuertes", aclara el presidente de la Sociedad de Psicología y Deporte, Jesús Chalela.

Para Mendoza, de la Policía, no existen las barras bravas. "Todas las hinchadas, todas, tienen algún grupo que raya con la delincuencia y son los que protagonizan los desórdenes, pero no se les puede llamar barra brava; son delincuentes directamente y que muchas veces no pueden ser controlados, ni siquiera por sus compañeros", dijo.

Héctor "la Chancha", 39 años, es hincha de Cerro desde que tiene memoria e integró la barra pero los nuevos códigos lo alejaron del agite. "Los barra brava ahora son los giles. Es muy distinto a cuando yo tenía 20 años. Ahora van armados, se drogan... nosotros nos tomábamos un vinito y si teníamos que pelear, nos peleábamos siempre, pero con las manos. Hoy se tiran piedras de lejos, no se acercan ni locos. O sacan un revólver, un cuchillo. Van predispuestos para la batalla. Además, si las cosas salen mal, insultan a los jugadores. A veces tenemos que andar peleando con los botijas porque vemos cada injusticia. No te respetan, nos han amenazado", dice, y señala que junto a sus colegas "viejos hinchas", no llegan a 50.

"Los más pesados son cerca de 300, y la pica más grande se tiene con Peñarol y con Rampla, por odio de barrio", dice la Chancha.

El psicólogo Chalela aclara que por lo general las barras bravas viven sentimientos que sólo se pueden expresar de manera colectiva, no individualmente, aunque existan excepciones.

"El deporte en sí saca un montón de exigencias del instinto humano, que se depositan sobre el atleta que triunfa, el que agrede o el que se caracteriza por un esfuerzo máximo. Al individuo que lo está mirando también le gustaría triunfar, agredir o sacrificarse de la misma forma que lo está haciendo su ídolo. La hinchada nace de ese mecanismo de identificación proyectivo".

La violencia estalla justamente de esa interacción entre jugadores e hinchada, cuando se pierde un partido, peleas en la cancha.

Sin embargo, en ocasiones el barra brava es patológico. "Dentro de esos grupos de barras bravas, también se encuentra gente que hace una descarga de euforia o presión en la cancha, y después se va a su casa muy tranquilo. Se vuelve patológico o anormal cuando el hincha vive por y para su cuadro, dejando de lado lo demás, es una adicción por la fuerza, la violencia y el autoritarismo, y se observa una pérdida de control".

Cualquier hincha puede volverse violento, asegura el terapeuta, porque pertenece a una forma de ser y vivir las cosas. "Existen factores desencadenantes. Una victoria o una derrota, una decisión arbitral controvertida, son factores desencadenantes, una suerte de cortocircuito en donde aparece el contagio sugestivo y existe como una sincronización de la muchedumbre, la masa".

(Producción: M.Bardesio, M.I.Lorenzo, G.Vaz, C.Notargiovanni, M.Herrera).

Más policías, receta para evitar incidentes

El jueves, durante la final del Campeonato Clausura entre Peñarol y Danubio, había más de 500 policías asignados a la seguridad del encuentro.

Luis Mendoza, jefe del Estado Mayor de la Policía aseguró que la receta que han encontrado para evitar incidentes es incrementar los policías.

Después de la muerte del hincha de Cerro Héctor da Cunha, que revolucionó el ambiente, a la fecha, no hubo mayores desmanes.

"No son policías para reprimir, sino para marcar presencia. Con solo estar, ya se evitan posibles incidentes", dijo.

Mendoza agregó que varios clubes ayudan a la seguridad, identificando líderes y referentes de la hinchada. Otros, sin embargo, no cooperan tanto, dijo sin dar nombres.

Los barra brava cantan contra la policía, que en cambio tiene la orden de no actuar. "Solo cuando se pierde el orden. Nosotros no hablamos de reprimir, sino de restablecer el orden".

Amor incondicional y total hacia los colores de una bandera

El domingo pasado, en Jardines, había un solo vendedor de Coca-Cola en la tribuna de Peñarol. "Ninguno de mis compañeros quiso venir acá, tenían miedo que los robaran", dijo el hombre que se hizo la tarde con cada botellita a $ 35.

Desde Salto, vino un matrimonio con su hijo de 4 años. El marido estaba tranquilo, pero a su esposa se le notaba cierto temor. Es que la hinchada con sus insultos, piedras, mete miedo a veces. Antes de finalizar el partido, la familia se fue. Al mismo tiempo, en el centro de la tribuna, una señora de unos 60 años se llevó un almohadón amarillo y negro para estar cómoda. "No tengo miedo, vengo a todos los partidos y los conozco a todos".

La hinchada danubiana pudo tomar refrescos, café y comer choripán sin problemas. Los bravucones se instalan abajo y no se meten con nadie, salvo los gritos con los contrarios o hacia la cancha.

Teresa, del Movimiento Barras y Banderas tricolor, no pudo evitar las lágrimas el martes pasado. "No soy barra brava ni mucho menos, aunque voy a la popular sin problema. Nuestra labor es social, de colaboración con el club, ahora estamos recaudando para los inundados. Pero mi hijo es la luz de mis ojos, y Nacional mi vida". ¿Selección? Primero Nacional, segundo Nacional, tercero Nacional. Como dice el canto: "el día que me muera que pinten mi cajón de rojo, azul y blanco, como mi corazón".

El asesinato que cambió las tribunas

La relación con las fuerzas del orden es malísima, según comentarios que llegan desde todas las barras bravas. A la salida de Jardines, una línea de coraceros andaba a los empujones con los hinchas aurinegros. "Nunca te dicen señor córrase, no, a los empujones, somos ganado", dijo uno.

La relación empeoró aún más tras la muerte del hincha de Cerro y conductor de Coetc, Héctor da Cunha, frente a su propio hijo, el 12 de marzo de 2006. Del caso, los aurinegros hablan muy poco, y al contrario del joven tricolor Diego Posadas (asesinado en 1994), el nombre de la víctima no está en ningún cántico. Por lo bajo dicen que estuvo mal, pero que se veía venir y la policía no hizo nada para evitarlo aquella tarde.

Además de la muerte de Da Cunha, un joven aurinegro de 17 años resultó herido aquella tarde por simpatizantes de Cerro.

Según la hinchada aurinegra, el asesinato terminó con la ayuda económica, y en entradas, que recibían del club, incrementó el cerco policial sobre ellos y deterioró la imagen de la barra.

"Nosotros no somos asesinos", dice Guillermo, uno de los referentes de la hinchada de Peñarol. Para él, el homicidio fue un desborde de un grupo de hinchas, desconoce quiénes, pero que era "previsible". Tanto, que él prefirió no ir a ese partido. "Me fui al casino con mi esposa, un lugar con cámaras, porque sabía que se iba a armar lío". Meses atrás, se había producido un tiroteo entre hinchas de Cerro y Peñarol en los alrededores del Tróccoli.

El jefe del Estado Mayor de la Policía, Luis Mendoza, era el encargado de la seguridad del partido en aquel 12 de marzo de 2006. "Subimos a la gente de Cerro en los camiones y se fueron escoltados. Lamentablemente, se nos escapó uno, que fue el que hirió al joven de Peñarol", dijo.

Según Guillermo, un grupo de hinchas se enteró del ataque al simpatizante aurinegro y, según las leyes de la hinchada, había que vengarlo. Así fue cómo se encontraron con Da Cunha.

Mendoza dijo que los asesinos no eran hinchas, sino delincuentes. "Nosotros estábamos protegiendo a la gente de Cerro, que salía para el otro lado, pero este señor iba por otro camino, todo una mala suerte".

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