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El marxismo en sus límites

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Hebert Gatto

1 - LA RECIENTE publicación de las Nueve Lecciones sobre economía y política en el marxismo de José Aricó, es un acontecimiento editorial largamente esperado. Tratan sobre un curso dictado en el exilio mexicano en noviembre y diciembre de 1977 y oportunamente corregidas; se mantuvieron sin editar durante treinta y cinco años, lapso en el cual el marxismo comenzó una lenta declinación que alcanzó su clímax luego de la caída del orden soviético. No por esto las Nueve Lecciones... perdieron su fama retadora. En ese período, que visto desde el ahora preanunciaba la catástrofe, se publicaron otras obras de Aricó, entre ellas La cola del Diablo, un celebrado estudio sobre Antonio Gramsci publicado en Buenos Aires (1988), al igual que un trabajo sobre José Mariátegui elaborado por diversos autores, con selección e introducción del mismo Aricó, que revelaba la originalidad del marxista peruano y confirmaba a su prologuista como un poderoso renovador del pensamiento de la izquierda.

En forma simultánea, abocado a escribir y hacer conocer obras inéditas en nuestra lengua, Aricó publicó artículos en revistas teóricas de la época, entre otras un famoso trabajo de 1980, Marx y América Latina, que presentaba a su autor como más atento a las realidades de nuestro continente de lo que surgía en la versión tradicional, sustentada en sus notas descalificatorias sobre Bolívar. Del mismo modo, dando muestras de su adaptabilidad, había sugerido la posibilidad de la revolución en la atrasada Rusia. Con ello Aricó confirmó su propósito de situarse permanentemente en los límites de la obra de Marx, para desde ellos otear nuevos territorios, como era el caso de las problemáticas revoluciones en países atrasados. Todo lo cual incentivó la expectativa por este curso, tan largamente diferida.

2 - JOSÉ M. Aricó, "Pancho", como se lo conoció toda su vida, nació en 1931 en Córdoba (Argentina). Afiliado desde joven al Partido Comunista, comenzó a publicar en 1963 la RevistaPasado y Presente, emprendimiento innovador de naturaleza teórica que le acarreó su inmediata expulsión de ese Partido. Continuada hasta 1965 y retomada efímeramente en 1973, la Revista fue seguida hasta 1983 por los 98 Cuadernos Pasado y Presente. Pese a que Revista y Cuadernos procuraron mantenerse como publicaciones independientes volcados a la cultura política, sus inspiradores, entre ellos Oscar del Barco, Oscar Terán, Juan Carlos Portantiero, Jorge Tula y Carlos Altamarino, no dudaron, llevados por el "clima de época", en brindar apoyo personal en 1963 a la guerrilla cubana de Salta encabezada por Jorge R. Masetti, rápidamente desarticulada. Años más tarde, pero con similar espíritu, procurando captar el sustrato obrero y revolucionario del peronismo, se relacionaron con la guerrilla de Montoneros. Al punto que Aricó dirá: "En los setenta, unos más, otros menos, todos fuimos montoneros" (La cola del Diablo, p.78). Eso supuso, como para tantos intelectuales latinoamericanos de la época, un compromiso militante aun más desastroso que el anterior.

En 1971, Aricó fue designado Director de la Biblioteca de Pensamiento Socialista de la editorial Siglo XXI, cargo que mantuvo en México -donde se exilió luego del golpe militar de 1976- y desde el cual se convirtió en el principal difusor de las novedades que sobre el pensamiento de la izquierda se publicaban en Europa. Las tiradas en ocasiones alcanzaron miles de ejemplares. Fue precisamente en este período mexicano cuando Aricó consolidó su bien ganado prestigio siendo considerado el más reputado "marxólogo" de América Latina, con logros como la cuidada reedición de El Capital que, desde 1971, emprendió Siglo XXI, la importante publicación de los Grundrisse, por primera vez traducidos al castellano y la edición mexicana de los últimos treinta y cuatro números de los Cuadernos de Pasado y Presente. También, en colaboración con peronistas exiliados, dirigió con Beatriz Sarlo la revista Controversia. En 1982 intentó articular la invasión de Malvinas con los conceptos de soberanía argentina, antiimperialismo, etc., lo cual decepcionó a muchos de sus seguidores. Vuelto a la Argentina en 1983, junto a su grupo fundó el Club de Cultura Socialista y la revista Laciudad futura, cuya intensa vida se prolongó hasta el 2008.

Por esos años, los ahora conocidos como "los gramscianos argentinos" comenzaron su colaboración con Raúl Alfonsín, paulatinamente convencidos de que el socialismo -del que no obstante no desertaban- sólo podría ser producto del afianzamiento de la democracia liberal. En ese complejo lapso, que se prolongó hasta el fracaso parcial del gobierno radical y su entrega anticipada del poder a Carlos Menem en 1989, tanto el Club como su revista, al asumir el compromiso democrático, fueron abandonando el marxismo descreídos de la clásica asimilación entre revolución y la toma del poder.

3 - CUANDO en 1977 el Curso del Colegio de México fue dictado, Aricó, exiliado poco antes, vivía con angustia las terribles experiencias de las dictaduras militares en el cono sur latinoamericano. Aun con sus posiciones críticas, su aire renovador e inconformista y su temprana pugna con la esclerosis comunista, en esos años mexicanos Aricó continuaba siendo un pensador raigalmente marxista pese a los toques gramscianos, maoístas y guevaristas comunes en la época.

De esa combinatoria emergió un Curso original, pletórico de sugerencias, que proyecta los conceptos para retornarlos y superarlos en un mismo movimiento, en un juego dialéctico que parece reproducir los meandros del pensamiento del mismo Marx, rompiendo con esquemas expositivos canónicos. Con ello elude el determinismo económico que anula la productividad de la política y la somete al fatalismo de las leyes históricas. A su vez, el marxismo de Aricó rechaza la tesis del obligado "derrumbe" del capitalismo maduro de la lectura soviética (hipnotizada por el dudoso desplome de la tasa de ganancia), para rescatar la voluntad de las masas explotadas en ser artífices de su destino. Una visión, en síntesis, que rescata la unidad de la formación económico-social en la etapa imperialista del capitalismo y prioriza la capacidad del proletariado para dirigir un proceso político cultural hegemónico que supere el "fetichismo de la mercancía". Eso revela en qué grado Aricó continúa adherido en este período a las claves más profundas del marxismo, y aún del leninismo.

De allí su insistencia, quizá ingenua, en que el marxismo, a diferencia de cualquier otra concepción política, permite, en función de su originalidad teórica, analizar el capitalismo a través de dos ángulos muy diferentes: a) desde sus determinaciones locales, en la misma forma en que lo percibe el conocimiento burgués; b) desde fuera de ellas, en un plano general y suprahistórico que sólo el marxismo alcanza. Con ello accede a la realidad capitalista en su entramado nacional e internacional y entiende la explotación en sus múltiples manifestaciones. Esto es, descubre la oculta impregnación de los fenómenos sociales por la forma valor no sólo en la realidad nacional sino en el sistema entero.

Esto significa que, para Aricó, el verdadero marxismo es aquel capaz de trascender el determinismo económico y el etapismo para priorizar una política que asuma al capitalismo como unidad en su diversidad, tanto histórica como geográfica. Raúl Burgos sostiene que, en un exilio impregnado por el sustrato de Pasado y Presente, el pensamiento de Aricó, si bien ya incursionaba en teóricos tan heterodoxos como Foucault, Habermas o Apel, tensionando al máximo su marxismo, aún se resumía en los siguientes puntos que combinaban pasado y futuro: 1) La revolución en las periferias resultaba posible y necesaria, incluyendo en ellas al Sur del continente americano: "El imperialismo la hacía posible al crear y mantener el subdesarrollo" (id.); 2) El proletariado seguía siendo el sujeto histórico para articular la convergencia de fuerzas revolucionarias tanto a nivel local como regional. Ello obligará a una toma de conciencia progresiva de la que surja un "espíritu nacional y popular" capaz de penetrar en las ubicuas contradicciones del capitalismo. 3) "La actividad consciente y organizada" del proletariado no se confunde con ningún vanguardismo partidario, sino que implica: a) el rechazo de las tesis clásicas respecto al hundimiento del capitalismo tanto a nivel político como económico; b) la asunción de que la historia carece de etapas, ciclos o secuencias o estaciones terminales predeterminadas, en ese sentido el archicitado Prólogo de 1859 a la Introducción a la Crítica de la Economía Política, fue sólo un esquema de coyuntura, equivocadamente generalizado como ley aplicable a cualquier época y lugar; c) la crítica al "socialismo real", centrada en el autoritarismo y las minorías ilustradas resulta ineludible; d) para la transformación revolucionaria de la sociedad es necesario articular, a la manera de Gramsci, un bloque de poder alternativo: "el bloque histórico revolucionario", producto de la praxis popular y apto para unificar a los heterogéneos protagonistas de las diversas luchas sociales en una estrategia común dirigida al socialismo.

Hasta esta frontera crítica llegaban los gramscianos argentinos en su exilio mexicano, estirando al marxismo hasta límites impensables, pero cuidando de no rasgarlo ni desnaturalizarlo para poder seguir invocando sus claves irremplazables: el proletariado, la revolución y el socialismo. Aunque para llegar a ellas fuera necesario pactar con sectores no socialistas pero con llegada a las masas, una capacidad de la que carecían los intelectuales por sí solos y para el que Gramsci se revelaba como instrumento indispensable.

4 - SITUARSE en los límites de una ideología o una doctrina no supone evadirse de ella. Gramsci, pese a su heterodoxia, seguía siendo esencialmente un leninista, al igual que Mariátegui. Cuando en 1983 Aricó retornó a la Argentina, la lucha por una convivencia civilizada y la eliminación de los brutales resabios de la dictadura castrense con sus miles de muertos y desaparecidos, se le fue revelando progresivamente como el primer imperativo. Así lo entendió el Club de Cultura Socialista, quien terminó por aceptar que primero estaba la democracia, pese a sus remilgos, sus requerimientos institucionales, sus retardos y sus inevitables concesiones, y que recién luego venía el socialismo, si es que lo exigía la ciudadanía. A ello se sumó que luego del regreso de los exiliados implosionó el mundo soviético y aún para sus críticos más acerbos, la caída tuvo efectos traumáticos. A ojos vista, el socialismo parecía más inestable que el capitalismo (cuya crisis se anunciaba desde hacía ciento cincuenta años) y sus costos humanos quebraban cualquier contabilidad. Al respecto decía Aricó, dando cuenta de su evolución: "El desengaño de los sesenta, la conciencia de haber sido parte de un movimiento cargado de esperanzas y de ceguera, llevó a muchos de nosotros a descubrir en Gramsci algo más que un hombre de cultura y un ciudadano virtuoso. Porque el reconocimiento de la derrota y la constancia de los ideales, nos obliga a pensar en otras formas de acción que fueran capaces de conjugar política y ética, realismo y firmeza moral…".

En ese estado de espíritu, donde los medios comenzaban a pesar tanto como los fines y la ética (que Marx ignoraba), Aricó y la mayoría de los integrantes del Club se acercaron a Ricardo Alfonsín, un hombre empeñado en reestablecer la institucionalidad. Juan Carlos Portantiero, su amigo de siempre y un teórico gramsciano de primera magnitud, se convirtió, a través del grupo Esmeralda, en consejero permanente del Presidente. La mayoría de sus allegados también se acercó en diferente grado. Aricó, pese a algunas vacilaciones, dudando entre la social democracia y el alfonsinismo, terminó por ceder, expresando que "el ideal socialista se sostiene como tal sólo a condición de admitir el método democrático como camino de su efectivización."

De hecho, desde el comienzo de los setenta, el marxismo había comenzado su callada involución, aunque las dictaduras impidieran ver este proceso por aquí. La involución culminó veinte años más tarde con la debacle soviética. El complejo ocaso fue acompañado en América por eminentes intelectuales de izquierda, como Norbert Lechner, Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulian y José Joaquín Brunner, en Chile; Fernando Henrique Cardoso y Helio Jaguaribe en Brasil; y Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola, Oscar Terán, José Nun y Oscar del Barco en Argentina, por sólo citar los más connotados.

Si, como sostiene Erik Olin Wright, el marxismo se apoya en tres pilares básicos, hoy los tres lucen erosionados. Ni el primero, la teoría de clases y sus complementos como la explotación, la alienación y el fetichismo de la mercancía se sostienen, ni la fundamental teoría del valor, luego de las profundas críticas de Piero Sraffa, se conserva saludable. Tampoco lo hace el segundo, la teoría de la historia junto al determinismo y la sucesión prefijada de los modos de producción, puestos en duda por la propia caída del socialismo que, como escándalo teórico, inaugura su impensable pasaje al capitalismo. Ni por supuesto se conserva intacto el desacreditado socialismo como meta del devenir histórico: muy pocos aceptan hoy que la historia tenga fines. Por más que no sea ése su único problema como programa político.

Aricó comienza sus Nueve Lecciones... con una afirmación asentada en una preocupación: "analizar el marxismo como teoría de la revolución". No es una inquietud epistemológica que busca confrontar la realidad con la teoría. Su desvelo en las Nueve Lecciones... se centraba en la revolución; es un enfoque, que con distintos acentos, se reiteraba en casi toda la izquierda de ese momento. Pero este objetivo práctico plantea un interrogante: ¿su socialismo, es compatible con la democracia liberal?

El marxismo se define como una compleja concepción del hombre, la historia, la sociedad e incluso la propia naturaleza, y de su avance hacia una sociedad ideal destinada a la transformación y realización del hombre. Es obvio que dadas estas características que se alegan científicas, sus diferencias con la democracia, que se declara neutral en todas ellas, son notorias. La democracia es un procedimiento para elegir gobiernos o adoptar decisiones; el socialismo marxista, un estado de cosas, reglas e instituciones, afianzado en oscuros (y discutibles) presupuestos filosóficos tanto cognitivos como éticos. Esta diferencia de naturaleza impide su compatibilidad. El estado democrático tiene vedado interferir en los planes de vida de sus ciudadanos, mientras los marxistas sostienen una particular filosofía de vida, tanto en lo social como en lo individual, tutelada y promovida por el estado y afianzada en una cultura pública coincidente. Un estado y una cultura que, en definitiva, son ajenos al liberalismo político.

No sabemos si José Aricó y su grupo fueron conscientes de esta incongruencia que debilita eslóganes, como el que sostiene que socialismo y democracia son la misma cosa. Sí sabemos que, como corolario de un largo periplo pleno de vicisitudes, ellos terminaron optando por la democracia liberal y apoyando a un gobierno de este carácter. Nunca creyeron que con ello abandonaran la izquierda, aunque sí supieron que cerraban el ciclo marxista de ésta, al que, no obstante, aportaron lo mejor de sí mismos. Así lo sugirieron en 1988, al clausurar sin alegría el Club de Cultura Socialista. NUEVE LECCIONES SOBRE ECONOMÍA Y POLÍTICA EN EL MARXISMO, de José Aricó. Fondo de Cultura Económica, 2012. México, 410 págs. Distribuye Gussi.

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