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Plata surreal

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Carlos Cipriani López

CUANDO ERA veinteañero, Stan Lauryssens (1946) trabajó en una fábrica de quesos de Bélgica. Su labor consistía en calibrar la calidad en productos de la línea emmental, un preciado queso suizo semejante al gruyer, ambos caracterizados por tener agujeros, formados por las burbujas de aire que quedan atrapadas durante la fabricación. En la misma época, pero fuera de la cámara frigorífica y a la noche, el muchacho belga cantaba canciones propias acompañado por una banda de rock y a veces recitaba poemas, también de su autoría. Ese contacto con el mundo del espectáculo fue justamente lo que le permitió conseguir un segundo trabajo, muy distinto al de quesero. Lo contrató una revista de Amberes llamada Panorama para que realizara entrevistas a famosos de Hollywood, sin viajar nunca a California, instalado en una pobre oficina de su ciudad natal, dotado apenas con unos cuantos ejemplares de Variety y Hollywood Reporter. Así, antes de la existencia de Internet, "cortó" y "pegó" declaraciones de famosos aparecidas en diversas publicaciones y fue armando su colección de entrevistas falsas, por ejemplo con Robert De Niro, Nick Nolte, Anne Bancroft o Anita Ekberg. En plena impunidad, lo primero que aprendió fue que las tapas dedicadas a actrices vendían más ejemplares que las dedicadas a actores, así como que las dedicadas a rubias superaban a las de las morochas. Su segundo hallazgo tuvo que ver con la idea de que en otras artes podía haber personajes que hicieran vender más revistas que las propias estrellas de Hollywood. El conejillo de indias, que a la postre le permitió confirmar la hipótesis, fue Salvador Dalí, quien ya en los años cuarenta había obtenido grandes éxitos económicos en Estados Unidos. La entrevista con el pintor, trucha como todas, le abrió sin embargo otras puertas, en primer lugar las de una financiera norteamericana habituada a traficar con diamantes e inmuebles y entonces embarcada en planes de reestructura que implicaban la incorporación de nuevas ramas, como ser las artes plásticas. El plagiario y timador de poca monta dio así el gran salto hacia el inicio de su carrera como agente de inversiones. O dicho de manera más concreta: como vendedor de falsos Dalí. Entre sus principales clientes terminarían figurando nuevos ricos y muchos negociantes interesados en sacarse de encima su dinero "negro", desde carniceros contrabandistas hasta imitadores de ropas de marca.

DE MEMORIA. En su último libro, con singular desparpajo, al borde de un caradurismo tan gentil como malicioso, Lauryssens reproduce mil recuerdos. En ningún caso trabajó con grabaciones, ni notas de prensa, ni documentos públicos o privados. Todo lo que recrea es producto de su memoria, por ejemplo las declaraciones que debió hacer ante jueces penales, las conversaciones con John Moore (representante y secretario de Dalí), los pormenores de remates en salas internacionales como Sotheby´s y Christie´s, los detalles de cómo organizó exposiciones fraudulentas en salas de casinos y de cómo llegó a venderle a un político una fotocopia barnizada de un Dalí en 250 mil dólares.

Lauryssens también habla hasta por los codos de los viajes más o menos fugaces en avión que su trabajo le exigía, y se regodea en describir de manera frívola algunos de sus gastos en hoteles de fama internacional.

Por otro lado, todo lo que dice sobre Dalí, basado también en testimonios de personas que casualmente se cruzó en el camino y en algún momento se codearon con el pintor, nunca deja de estar sostenido por un tono chismográfico, a veces obsceno. Casi al final del segundo bloque del libro, en una veintena de páginas se plantea un ejercicio pornográfico donde las anécdotas (algunas ya conocidas, como el despliegue de las fiestas sexuales organizadas por Dalí y Gala) se suman para subrayar que el artista y su pareja fueron sujetos de moral y costumbres infames o "sucias".

Las historias del peluquero Francesc, quien le hizo a Dalí una peluca a lo Velázquez y le agregó extensiones a sus bigotes, más allá de ser ciertas, en manos de Lauryssens parecen integradas a un gran embuste, o por lo menos a una gran confusión, sin el rigor de una biografía creíble. De algún modo, lo que Lauryssens parece querer demostrar desde el caos narrativo es que no pocos integrantes de los círculos que rodearon a Dalí y Gala aprobaron y fueron en muchos casos cómplices de maniobras fraudulentas peores que las que él mismo ejecutó y lo condujeron a la cárcel. En este sentido, las respuestas que habría conseguido de parte de Manuel Pujol Baladas, conocido como el Joven Dalí y artista del estudio Walt Disney de Barcelona, son alarmantes, por lo menos lo fueron para la Fundación Gala-Dalí, que públicamente expresó su malestar. Según Pujol, el 75 por ciento de los Dalí son falsos. Sólo él, entre 1975 y 1982 pintó quinientos óleos surrealistas a la manera del mejor Dalí, y dos o tres mil acuarelas. A esto, Lauryssens agrega que hacia mediados de los años setenta ya Dalí no podía sostener un pincel a raíz de padecer la enfermedad de Parkinson. Y por si fuera poco, al final del libro, reconstruye supuestas confesiones del pintor Isidro Bea, ayudante de Dalí durante treinta años, desde 1955. La gran experiencia de este pintor de decorados teatrales estaría volcada, -por lo que retransmite Lauryssens- en todos los cuadros de mayor tamaño de Dalí, quien apenas si agregaba algún toque surrealista: una mariposa, por ejemplo.

Lauryssens, en verdad, vio una sola vez en su vida a Dalí, cuando éste ya estaba en silla de ruedas. Y ahora, no bien aparecieron las críticas a su libro, reconoce que acaso el veinte por cierto de lo que se dice en él es mentira. Pero por supuesto que no asume responsabilidad, le tira las culpas a sus fuentes, personas ya casi todas muertas.

Antecedentes. Mientras la edición original del libro del belga se produjo en 2007, en marzo de 2008 la prensa de Barcelona dio cuenta de los detalles de la operación "Picture", que en realidad comenzó a desplegarse en 2006 y terminó desarticulando una red internacional dedicada a la falsificación de pinturas de varios artistas, entre ellos Dalí, que se distribuían por todo el mundo a través de Internet, en un fraude que habría afectado a mil compradores. La investigación de la policía autonómica de Cataluña (los Mossos d´Esquadra), la policía norteamericana de Chicago, el FBI y los Carabinieri italianos involucró entre más gente a tres responsables de galerías de arte de Barcelona. El origen de las falsificaciones se situó en Cataluña e Italia.

A principios de los ochenta ya se sabía que Dalí había firmado papeles en blanco que autenticaban obras falsas. Y también que firmó miles de hojas en blanco que luego se imprimieron en grandes tirajes. Las falsificaciones en general se vieron facilitadas por el hecho de que Dalí utilizó entre 666 y 679 formas distintas para firmar sus trabajos. Antes de la aparición del libro de Lauryssens (quien desde hace un tiempo está dedicado a escribir novelas policiales) ya se había documentado que la cotización de los Dalí comenzó a bajar desde 1994. Precisamente en febrero de ese año se presentó un libro para el que se catalogó la obra gráfica del pintor, con la intención de poner fin a la era de las falsificaciones. Dos intervenciones policíacas en Nueva York resultaron empero fulminantes para los precios de galerías y casas de subasta. En un procedimiento se incautaron sesenta mil falsificaciones; y en el otro, trece toneladas de falsos Dalí. Y eso no es nada, porque hoy se calcula que el 90 por ciento de la obra gráfica firmada por el artista sólo tiene de él una de sus tantas firmas. Mientras las acciones legales se sucedían en el mundo, desde Moscú hasta Tokio, por esa época en Estados Unidos se llegó al punto de acordar la creación de tres museos de falsos Dalí, para de ese modo poner a disposición del público toda la información recopilada sobre las series de grabados impugnados, unos cien mil ejemplares.

DALÍ Y YO. Una historia surreal, de Stan Lauryssens. Ediciones B, 2009. Barcelona, 252 págs. Distribuye Ediciones B.

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