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Tiempos veloces

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El País

Carlos Cipriani López

CREADO EN ROMA en 1986, el movimiento slow (lento) ha intentado brindar salidas a la denominada "locura de la velocidad" o "enfermedad del tiempo". Sus primeros militantes fueron unos cocineros italianos irritados por la instalación de locales de fast food o comida rápida. Hoy en Internet ya abundan los sitios dedicados a esta tendencia, que se expande hacia otras áreas. Además de los gastronómicos slow food, han surgido "ciudades lentas" (35 en Europa, desde 1999) y escuelas lentas (slow schools), donde no hay timbres ni campanillas. Y tampoco faltan asociaciones que hablen a favor del sexo lento, ni, como en el ultraveloz Japón, clubes llamados "de la Pereza", cuyos postulados o lemas de algún modo llegan a emparentarse con las conjeturas de Peter Handke en su Ensayo sobre el cansancio (1990). En este breve libro, si algo se sublima no es justamente la velocidad aplicada a todo quehacer humano, y ni siquiera la adaptación a cambios de ritmo, sino el cansancio en la paz, en el intervalo, en la pausa justa, o aun en la etapa posfatiga o posextenuación; un cansancio que "rejuvenece" y da una "juventud" nunca antes conocida .

Un gurú del slow que se hizo famoso por su divulgación (y paradójicamente se benefició a una velocidad bárbara con la traducción a 25 idiomas de su libro Elogio de la lentitud, 2005) es el periodista canadiense (aunque nacido en Escocia y residente en Londres) Carl Honoré. Su ensayo es un perfecto manual de autoayuda para personas tiempodependientes. Entre otras metas establece la búsqueda "de un tiempo para cada cosa", sea para leer a Proust, comer spaghetti o jugar al tenis.

tablas de rapidez. Una década después del surgimiento del movimiento slow y una década antes del boom de Honoré, el checo Milan Kundera, en su novela La lentitud, (1994), especulaba -en forma algo maniquea- con posibles relaciones de causa-efecto entre la velocidad social y la decadencia de una civilización:"...nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar, y para realizar tal deseo se abandona al demonio de la velocidad; si acelera el paso es porque quiere hacernos entender que ahora ya no aspira a ser recordada, que está cansada de sí misma, disgustada consigo misma; que quiere apagar la trémula llama de la memoria".

Este es el sentir centroeuropeo más desengañado frente a una actualidad donde se distancian entre sí los tiempos personales y los tiempos tecnológicos impersonales impuestos por las grandes corporaciones, mientras gana terreno cierto uso político del miedo. Algo similar dijo años después el italiano Claudio Magris, aun reconociendo bondades de la velocidad.

Para Corriere della Sera, escribió Magris en julio de 2000: "La velocidad creciente, tan benéfica en tantos aspectos, puede volverse insostenible y, a menudo, asumir el rol de una tiranía despiadada. En su nombre, el hombre es el blanco abrumado por un sinfín de flechas. Los mensajes de todo tipo se multiplican con un ritmo geométrico y exigen, a su vez, mensajes capaces de activar una respuesta. Todo ello, en un crescendo frenético que no deja posibilidad de reflexionar, de hacer madurar la decisión imperiosamente exigida".

Estas conclusiones de periodistas y narradores escritas desde la última década del siglo XX se vieron en cierta medida reafirmadas por textos de divulgación científica, que sin embargo subrayan variantes según las coyunturas continentales.

Una geografía del tiempo, libro de Robert Levine (doctor en Filosofía y profesor estadounidense), es un buen ejemplo. En él se dibuja un mapa de las diversas maneras de percibir el tiempo en cada cultura. A través de un relato enciclopédico y revelando una metodología sencilla se comparan sociedades de la misma época o ciudades de un mismo país.

Después de realizar -con la ayuda de estudiantes- varios relevamientos de campo, Levine sostiene que entre 31 países de distintos continentes, los mejores puntajes en rapidez corresponden a Suiza, Irlanda, Alemania, Japón, Italia, Inglaterra y Suecia. Ocho de los nueve países más rápidos pertenecen precisamente a Europa Occidental. Entre los más lentos figuran México, Indonesia y Brasil. Para estas mediciones se consideró la velocidad en la forma de caminar, de brindar el servicio de correo, y la mayor exactitud en los relojes públicos.

El mismo trabajo indica que el Noreste es más veloz que el Oeste, donde California asoma como la región de ciudades con ritmos de vida más relajados. Para cuantificar los totales se tuvo en cuenta en este caso la velocidad al caminar, la velocidad bancaria, la velocidad al hablar y la cantidad de relojes. Boston se ubicó en el primer lugar y Los Ángeles en el último.

Más allá de esta gimnasia académica tan propensa a establecer rankings, Levine hace hincapié en la dicotomía que conforman el tiempo del reloj y el tiempo de los acontecimientos. A la vez que cruza informaciones procedentes de distintas disciplinas, acumula ejemplos que permiten comprender que la hora en el reloj gobierna el comienzo y el fin de las actividades, mientras que cuando predomina el tiempo de los acontecimientos las propias actividades determinan el horario.

La diferencia entre estos dos tiempos no se registra tanto por el rango "velocidad" sino por la filosofía de vida elegida. El tiempo de los acontecimientos es alabado por ejemplo entre los mexicanos, tan adictos a responder pedidos con un chispeante "ahorita", como también suelen hacerlo los bahianos de San Salvador, Brasil, o los cubanos con su expresión "¡en un momentico, chico!". Para ellos un almuerzo no dura 15 minutos del reloj, sino lo necesario según la ocasión, la temperatura, la lluvia o el apetito. Esa actitud, (no la velocidad mayor o menor del desempeño) es vista por los angloeuropeos como un seguro motivo para generar "desorden" o lo que se define como "anarquía cronométrica", un tiempo donde "el modelo económico del reloj tiene escaso sentido", separando hasta lo intolerable la entidad tiempo respecto al valor dinero. Para un europeo o un estadounidense si alguien le hace perder tiempo está sencillamente robándole la billetera.

TIC TAC. La concreción de los dos tiempos, el del reloj y el de los acontecimientos, puede verificarse desde que los primeros relojes mecánicos empezaron a marcar las horas, por el siglo XIV. Es también desde este momento que en el idioma inglés se introduce el término speed (velocidad). Levine lo recuerda cuando dedica un capítulo a la historia de todos los modelos de reloj, entre otros el de agua (que precedió al de arena y surgió cinco siglos después que los relojes de sol y permitió medir el tiempo durante la noche), o el de péndulo, creado alrededor de 1700. Fue justamente a fines del siglo XVII que en inglés la palabra punctual (puntual), hasta entonces utilizada para designar a una persona puntillosa, pasó a significar: "persona que llega a un lugar a la hora pactada".

Después de la aparición del primer reloj de pulsera en 1850 (cuando dominaban el mundo los relojes de bolsillo), el desarrollo de los aparatos ha sido imponente. Hoy existe por ejemplo un reloj atómico que no atrasará ni adelantará un segundo durante un millón de años. Esta joya de máximo interés para los físicos se está usando en condados de Estados Unidos para sincronizar los semáforos y evitar embotellamientos.

estrés en japón. Como paradigma de país que en Oriente valora la rapidez y considera estúpidos a los hombres que se mueven lentamente, el estudio de Levine destaca la sociedad japonesa moderna, más concretamente desde la posguerra hasta la última década del siglo XX, cuando después de haber dejado atrás la pobreza, comenzaron las campañas gubernamentales tendientes a conseguir que los ciudadanos trabajen menos horas y tomen más días de vacaciones. Porque está bien cumplir con la receta que Frederick Winslow Taylor impuso en manuales de administración de 1875 (hacer más cosas en menos tiempo, aun dejando de lado la calidad de producción), pero no hay que pasarse de rosca ya que la ansiedad maníaca da pérdidas. En japonés, la palabra karoshi refiere a la muerte por adicción al trabajo. A tal punto aumentó la cantidad de casos karoshi en los años noventa que se creó una línea especial -tipo 911- pero de socorro sanitario, llamada Línea de Emergencia Karoshi. El 4 de julio de 2008 un cable de AFP editado por El País Digital dio cuenta de que una empresa japonesa dedicada al alquiler de materiales diversos, llamada Duskin, se transformó en la primera compradora de un vigilante cibernético encargado de recorrer las oficinas durante la noche para expulsar a los empleados adictos al trabajo. El arrendamiento de este robot de última generación, que sabe tomar ascensores y preguntar la identidad a los infractores, cuesta 2.300 euros por mes.

Por los cálculos de Levine, el promedio de horas pagas de trabajo anuales en Japón llega a 2.159, en Estados Unidos a 1.957, y en Francia a 1.646. Es decir que el asalariado promedio japonés está en su trabajo cinco semanas más que los estadounidenses y casi tres meses más que los franceses.

Aunque sea cierto que estas técnicas cuantitativas son relativas al momento de comparar los ritmos de vida en distintas sociedades, lo valioso de toda la suma de cifras, citas, crónicas de viajes y anécdotas antropológicas y estadísticas que concreta Levine es la motivación que despierta en el lector para entrever que, pese a la "globalización" que se teje entre las grandes ciudades del mundo industrializado -"civilizadas"-, aún en el resto del planeta la mayoría de los hombres y mujeres viven en el tiempo de los acontecimientos, en una época "bárbara", más pendiente de los tiempos de la naturaleza que los del reloj. El propio vocablo "tiempo" no es en todos los idiomas un sustantivo. En muchas lenguas resulta un aditamento o complemento directo.

MUTACIONES. El tema de la velocidad es también considerado por Alessandro Baricco en su último libro Los bárbaros. Pero el italiano no recurre a la oposición "civilizados" y "bárbaros" como equivalentes de "veloces" y "lentos", sino que invierte los calificativos. Presenta a los bárbaros dispuestos a saquear lo mejor de viejas tradiciones y costumbres, de añejos patrimonios. Los nuevos bárbaros serían los que optan por surfear en la cresta de una ola en vez de bucear en las profundidades del mar, aquellos que prefieren vivir a gran velocidad en la superficie de las cosas y saltar de un sitio a otro. El libro reúne casi una treintena de artículos -publicados en La Repubblica en 2006- que revelan a un Baricco multidisciplinario. Por ejemplo, al que fue marcador de punta del club de fútbol Torino, al licenciado en Filosofía, al novelista y al crítico de música.

Baricco sostiene que "el movimiento es el valor supremo de los bárbaros", y que ellos buscan transformar todo en sistemas de paso. Hay cosas que no pueden cambiar, porque oponen una resistencia romántica, por ejemplo la música clásica. Otras cosas en cambio sucumben rápidamente al asedio de los "bárbaros". Entre ellas, el fútbol, que pierde su "alma", que sufre una metamorfosis manifestada por múltiples indicios, pero sobre todo por la prescindencia del jugador número 10, el "entreala" o "volante" izquierdo, el genio "lento", la "manija" del equipo, el talento que hoy solo tiene un lugar, con suerte, en el banco de suplentes. Porque ahora las tácticas (y las pelotas más livianas) exigen jugar a mayor velocidad, porque se vive en un mundo donde la televisión abrió mercados y hace circular cada vez más cantidades de dinero que también se deben multiplicar aceleradamente.

Los bárbaros de Baricco tienen una lógica: nada se da en lo profundo de las cosas sino en el dibujo que se traza sobre la superficie a gran velocidad. "Podría afirmarse que la pesadilla del bárbaro es quedar atrapado en los puntos por los que transita, o ser frenado por la tentación de un análisis, o incluso ser detenido por un inesperado desvío hacia el fondo".

Para afianzar la idea de transformación veloz, Baricco afirma que el bárbaro "va donde encuentra la espectacularidad porque sabe que ahí disminuye el riesgo de detenerse". El gran ejemplo de esto es el cine, en un doble sentido. Porque es un truco basado en la velocidad con que se hacen correr los fotogramas frente al ojo humano para permitir ver imágenes en movimiento cuando en realidad se trata de fotos fijas. Y también porque su esencia es la espectacularidad aunque en este caso el artefacto (es decir, la película) tenga un sentido y capacidad para emocionar.

Cuando Baricco dice "La diligencia para un lector balzaquiano sería más bien despreciable: para nosotros es un clásico", está sosteniendo que casi sin darnos cuenta hoy todos podemos ser unos geniales bárbaros. Y eso no es algo que deba horrorizar a nadie. Se trata de nuevas mutaciones entre la feria teatral y la pantalla LCD.

Esa velocidad que impera de la mano de las revoluciones tecnológicas conduce a que las propias políticas culturales en su afán por conservar la civilización, por ejemplo los museos, apuesten a lo espectacular, con tal de conquistar a los hijos de Internet y de Google, educados (como buenos nuevos bárbaros) en base a secuencias sintéticas y un montaje que oficia de droga.

PAGE Y BRIN. Mientras Baricco reflexiona en torno a la innovación que propuso Google, observa una pulverización de lo sagrado, y por ende una afirmación de la superficialidad, la velocidad y la medianía. Dice que para los bárbaros la velocidad genera calidad y no al revés. El modelo bárbaro reformula así el concepto de calidad, establece qué es importante. Ofrece más comunicación a mayor velocidad, a pesar de que a cambio recorta un poco de verdad.

Google, considerada una reinvención de los principios técnicos por los que antes se regían los buscadores de Internet, sería una herramienta inventada para saltar en el mar de la web, para surfear de ola en ola, entre millones de links. Sin embargo, después de revelar la mutación, Baricco intenta ahuyentar los miedos. Una vez planteadas las objeciones sensatas y descriptos los principios alrededor de los que se implanta la nueva técnica así como el éxtasis comercial que desata entre los inversores, Baricco afirma que esta criatura concebida hace diez años por Sergey Brin y Larry Page (que acaban de obtener, por Google, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación 2008 entre otros 24 postulantes, como la agencia fotográfica Magnum y la BBC), "es de hecho lo más parecido a la invención de la imprenta que nos ha tocado vivir".

En el resto del libro, Baricco no escapa a la lógica bárbara que descubre. Salta de ola en ola, habla de las hamburguesas, la Gran Muralla y la educación. La mayoría de estos temas son propuestos con un tono provocador que interpela al lector con amenidad, aunque a veces deriva en exageraciones (como en el bloque dedicado a la democracia), y otras veces revela una especie de maquillaje o posmodernización de ensayos añejos. Por ejemplo, cuando refiere con nostalgia aquel aburrimiento que parecen haber perdido los niños de hoy a cambio de un movimiento continuo y veloz, lo que para ellos, nuevos bárbaros también, es la única forma de adquirir experiencia. De eso ya habló Kant, si bien no refiriéndose a los niños sino a los hombres modernos y civilizados. En su ensayo "Antropología en sentido pragmático", el idealista explicó que el aburrimiento genera angustia y puede conducir a la patología de la aceleración cuando el hombre fija su atención en su propio vivir y por ello "se siente continuamente impulsado a salir del estado presente", ya que "cuanto más rápidamente pasamos el tiempo, tanto más reanimados nos sentimos".

elogio de aquiles. Por los años setenta, el francés Paul Virilio analizó la existencia del hombre occidental presidida por lo que llamó "dromomanía", es decir el imperativo de la velocidad, o el impulso a la aceleración provocado por la tecnología global y a la vez causante del "síndrome de la prisa".

Esto lo recuerda el catedrático italiano Giacomo Marramao que en su libro Kairós desarrolla con propiedad un estudio que distingue entre prisa y velocidad, para destacar que la primera es el signo decisivo de estos tiempos. "El síndrome temporal que caracteriza la condición hipermoderna no es la velocidad en cuanto tal. El mundo griego valoraba enormemente la velocidad, y la consideraba un factor de virtud; baste recordar que en la Ilíada, el elogio de Aquiles se cimenta en el epíteto ´el de los pies ligeros`. Con todo, la velocidad solo era virtuosa en la medida en que resultaba eficaz para alcanzar el objetivo. Dentro de la cultura griega no había espacio para la dimensión de la prisa, de la precipitación del tiempo. La prisa, la aceleración insensata e imprudente yerra el blanco, lo mismo que la lentitud, la dilación vacilante. Prisa y lentitud, precipitación y vacilación no son más que dos formas especulares de intempestividad".

Para el profesor y filósofo italiano (que rememora a Georg Simmel como un pionero), el problema del hombre occidental es su incapacidad para encarrilarse en el presente en vez de persistir en volver la vista al pasado o en proyectarse continuamente a un futuro que no aparece como dimensión libertadora sino más bien como una rutina innovadora que prescinde de las voluntades individuales.

"Con el paso de la fase industrial a la actual sociedad posindustrial, la innovación tecnológica adquiere un papel protagónico e imprime una celeridad vertiginosa a todos los sectores (...). El proyecto, que antes había sido un medio (...) se transforma en un dispositivo técnico de aceleración del cambio y de colonización del futuro", cosa que lleva a "una hipertrofia de la expectativa, patología que se corresponde con una restricción progresiva del espacio de experiencia".

En la propuesta de Marramao, por un lado, el futuro no debería verse como progreso garantizado sino como dimensión contingente. Por otro, el presente de la experiencia y de la imaginación podría albergar en tensión fecunda al pasado y el futuro, en una concepción cercana a la bíblica del Eclesiastés. De este modo Marramao se conecta con las recomendaciones del movimiento slow para "reconquistar una tempestividad sin precipitación". Porque, como dice el Predicador en el libro del Antiguo Testamento: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora (...). Tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar...".

UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO, de Robert Levine. Siglo XXI Editores, Bs. As., 2006. Distribuye América Latina, 263 págs.

LOS BÁRBAROS. Ensayo sobre la mutación, de Alessandro Baricco. Anagrama, Barcelona, 2008. Distribuye Gussi, 252 págs.

KAIRÓS. Apología del tiempo oportuno, de Giacomo Marramao. Gedisa, Barcelona, 2008. Distribuye Océano, 140 págs.

Deprisa, deprisa

Juan E. Fernández

UN LECTOR que no esté familiarizado con la obra y el lenguaje teórico del filósofo y urbanista francés Paul Virilio, encontrará difícil decir tan siquiera de qué trata en realidad su libro Estética de la desaparición. Probablemente balbuceará que están presentes muchas reflexiones sobre la velocidad y las pérdidas que experimenta el ser humano en esta época..

El derrotero analítico y expositivo de Virilio es extraño y caótico, tal como sucede con gran parte de su obra. Comienza reflexionando sobre la picnolepsia, patología por la cual una persona se ausenta temporalmente de la situación en que se encuentra en un estado de mórbida abstracción involuntaria. Esta patología es usada analógicamente por Virilio para pensar los efectos subjetivos de la aceleración tecnológica y de los procesos sociales actuales. Las masas se despiertan regularmente en entornos sometidos a una mutación permanente, sintiéndose desincronizadas con el mundo.

Bueno, no es que lo diga así tan claramente. Más bien ésta podría ser una posible versión interpretativa de un discurso que comienza por ahí y sigue con una contrastación metafórica de las crisis picnolécticas con las crisis epilépticas, otro tipo de ausencia.

De una forma muy personal Virilio intenta por esta vía retratar las sociedades contemporáneas como desiertos de incertidumbres, revelando algunas de sus contradicciones, como son los intentos hiperprevisores de los Estados y esa nueva cultura emergente del azar y lo aleatorio.

Pero tal vez el goce mayor que encierra este libro no radica en la explicitación detallada de alguna tesis socio-psicológica sino en los diversos comentarios, notas al pie y digresiones cultas (aunque excesivamente eurocéntricas).

Imperceptiblemente el bosquejo de una idea que parece querer cristalizar, se licúa en un comentario (habitualmente impredecible y sorprendente) sobre la tradición hebrea y las peculiaridades subjetivas de la vida en los desiertos de Chemana o Hidbar y de ahí a una observación sobre la obra de Aldous Huxley o a Jean Renoir y el cine. Todo esto hilado con referencias continuas a la velocidad, los motores, los conductores y los efectos del aumento de la velocidad en la percepción visual del mundo.

Para Virilio la tecnología y su aceleración produce olvidos, ausencias temporales que rompen la continuidad histórica de la percepción humana de la vida. Ausencias, olvidos y equívocos de naturaleza cultural antes que fisiológica.

Corresponde recordar que se trata de un libro escrito a fines de los años 70, luego de haber publicado La inseguridad del territorio (1976), y en gran medida da continuidad a perspectivas esbozadas allí y que luego desarrollaría más cuidadosamente. Subyacen inconfesadamente en este errático ensayo, las discusiones que durante años Virilio mantuvo con su amigo Gilles Deleuze sobre los efectos de la velocidad.

Virilio llegó a sostener la necesidad de considerar dos regímenes de velocidad en contraposición y afectación recíproca: la velocidad natural y biológica del ser vivo y la de las prótesis (televisión, Internet, los vehículos que corren mientras el paisaje se escapa a los costados, etc). Distinción equívoca y errónea según Deleuze.

El estado de ansiedad y de temor que refleja permanentemente Virilio en sus consideraciones, y su preocupación obsesiva por los accidentes y catástrofes potenciales han llevado a los críticos a relacionar su obra con la del novelista Ballard (Crash, Un mundo sumergido) quien también se ha interesado por la velocidad, los choques, y las catástrofes masivas.

Hace algunos años, en una conferencia en París, Virilio se sintió en la obligación de aclarar este punto: "Ballard me interesa, pero no me apasiona. Quizá porque él goza con lo que escribe, mientras yo lo sufro".

ESTÉTICA DE LA DESAPARICIÓN, de Paul Virilio, Ed. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 2003. Distribuye Gussi. 128 págs.

Elogio de la pereza

J. E. F.

DESCUBRIR AHORA la obra secundaria del filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel justo a los noventa años de su desaparición física, permite no sólo confirmar su particular ingenio y libertad para pensar fuera de los cánones, sino que también posibilita nuevas reinterpretaciones de su legado.

Fue un adelantado, dotado de una gran intuición para percibir perspectivas de análisis que tardarían décadas en formalizarse. Nunca le gustaron las grandes teorías omnicomprensivas, prefería la perspectiva microsociológica y la observación atenta del detalle, del fenómeno aparentemente menor como la función social del secreto, de lo implícito y de lo no-dicho, que subyace en los vínculos sociales; e indagar en la multiplicidad de la existencia humana. "Todos somos fragmentos no sólo del hombre en general, sino de nosotros mismos", afirmaba.

Tampoco creía en las certezas absolutas derivadas del método o de la evidencia. Para Simmel, la verdad filosófica no era "la concordancia del pensamiento con el objeto, sino la adecuada expresión del ser del propio filósofo". Por eso enseñaba que "el pensamiento filosófico debía objetivar lo personal y personalizar lo objetivo."

Aunque su modo de reflexionar era ordenado, tendía a un desarrollo arborescente y ramificado, desgajando al costado del discurso central ideas perdurables tales como: "Culto es aquel que sabe dónde encontrar lo que no sabe".

Simmel nació el 1° de marzo de 1858, en pleno corazón de Berlín, en la esquina de Leipzigerstrasse y Friedrichstrasse, algo así como el Times Square de Nueva York. Fue un hombre esencialmente urbano, moderno y cosmopolita. Toda su vida parece haber transcurrido en la intersección de numerosos movimientos culturales, justo en el empalme del tráfico intelectual decimonónico europeo, y sin evidenciar raíces en su cultura folklórica tradicional.

Imágenes momentáneas (una suerte de aguafuertes de la vida urbana de su época) y Roma, Florencia, Venecia son dos libros de Simmel donde se explora los misterios de la belleza de esas ciudades. Ambos están alejados del rigor de Introducción a la ciencia moral, El conflicto de la cultura moderna, o Filosofía del dinero, pero propician el descubrimiento de un Simmel ocioso, que gusta de deambular por ciudades, deteniéndose en cualquier rincón cómodo para observar un friso, una mujer, un patinador o un borracho, y para intentar convertir su presencia o conversación en una intervención estética en la dinámica urbana. Un vagabundo elegante y sin prisa que ama "los caminos sin metas y las metas sin caminos", mientras piensa que a las mujeres "se las conoce poco o demasiado, pero nunca lo suficiente"; y que se deja tentar por la idea de que en cuestiones de seducción "hay que dejar de hacer sólo lo que no puedas".

Sociólogo a veces, filósofo siempre, en sus crónicas, retratos y comentarios, Simmel se revela como un transeúnte asombrado que se entrega a las terminales nerviosas de las ciudades y muta con ellas. Un psicogeógrafo que se adelantó varias décadas a los situacionistas franceses, errando con resaca alcohólica por una Berlín que quería emular a la ciudad luz mediante un desordenado embellecimiento estratégico, o paseando por avenidas italianas contemplando el barniz novecentista sobre los muros ancestrales.

Detrás de cada merodeo por plazas y parques asoma un Simmel que cree que "la pereza no ha sido comprendida en su real profundidad" y que intuye que las leyes universales han sido elaboradas simplemente para ahorrarnos el esfuerzo de considerar cada caso en particular. Por esta vía llega a esbozar un gran elogio a la pereza y subrayar su importancia fundamental: "Toda actividad no es más que el puente entre dos perezas y toda cultura se afana para hacerlo más corto. ¿Pues qué sentido, qué fin, tendría el colosal esforzarse y trajinar del hombre moderno sino el de alcanzar de este modo un pasar perezoso más profundo, más amplio, más sagrado?".

IMÁGENES MOMENTÁNEAS, de Georg Simmel, 135 págs. ; ROMA, FLORENCIA, VENECIA, de Georg Simmel, 64 págs.; ambos editados por Gedisa, 2007, Barcelona. Distribuye Océano.

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