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Antropofagia

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Alfred Jarry

LA ANTROPOFAGIA, esa rama demasiado olvidada de la antropología, no muere, no ha muerto en absoluto. Como es sabido, hay dos maneras de practicar la antropofagia: comer a otros seres humanos, o ser comido por ellos. Y hay dos maneras también de probar que a uno lo han comido. Por el momento sólo nos ocuparemos de la primera: si La Patria, en su edición del 17 de febrero, no ha tergiversado las cosas, la misión antropofágica que la citada publicación envió a Nueva Guinea habría tenido el mayor de los éxitos, a tal punto que no habría vuelto ninguno de sus miembros a excepción, como es de rutina, de los dos o tres ejemplares que los caníbales acostumbran respetar para que transmitan sus saludos a la Sociedad Geográfica.

Es probable que, antes de la llegada de la misión de antropofagia, esta ciencia estuviese en pañales entre los papúes; nos atrevemos a decir que carecían de elementos, de materia prima. En efecto, los salvajes no se comen entre sí. Más aún, de los informes de nuestros valientes exploradores militares en el África, surge que las razas de color no son comestibles. No hay que asombrarse, pues, del caluroso recibimiento que los caníbales tributaron a los blancos.

No obstante sería un grave error no ver en la masacre de la misión europea más que baja glotonería o pura especulación culinaria. Creemos que ese acontecimiento pone de manifiesto una de las más nobles tendencias del intelecto humano: su propensión a asimilar todo lo que encuentra bueno. Una de las más antiguas tradiciones de la mayoría de los pueblos guerreros consiste en devorar tal o cual parte del cuerpo de los prisioneros, en la suposición de que encierra una virtud determinada: el corazón, el valor, los ojos, la perspicacia, etc. El nombre de la reina Pomaré significa "Come ojos". Esta costumbre cayó un tanto en desuso cuando se empezó a creer en localizaciones menos simples. Pero se la vuelve a encontrar intacta en los sacramentos de muchas religiones basadas en la teofagia. Al devorar a los exploradores de raza blanca, los papúes sólo se proponían realizar una especie de comunión con su civilización.

Si en el cumplimiento del rito se han mezclado algunas vagas concupiscencias sensuales, éstas les fueron sugeridas por el propio jefe de la misión antropofágica, el Sr. Enrique Rouyer. Se observa en su relato que menciona insistentemente a su amigo como "el bueno del grandote de Vriès". A menos que se les atribuya una inteligencia fuera de lo común, los papúes debieron comprender únicamente que bueno significaba bueno para comer, y grandote, abundante, que alcanza para todos. Era muy difícil que no vieran al Sr. de Vriès como una viviente reserva de alimentos embarcada por los exploradores. ¿Por qué habrían de decir éstos que era bueno si no hubieran apreciado su calidad y la cantidad de su corpulencia? Por otra parte, quienquiera haya leído relatos de viajes habrá podido comprobar que los exploradores se lo pasan soñando con comida. El Sr. Rouyer confiesa que algunos días en que el hambre apretó demasiado, tuvieron que "calentarse el estómago con larvas, gusanos, langostas, hembras de termes... insectos de una especie rara y desconocida para la ciencia". Esa búsqueda de insectos raros debió parecer a los indígenas un refinamiento de glotonería; en cuanto a las cajas donde llevaban sus colecciones, resulta imposible que no las tomaran por extraordinarias conservas, requeridas por sus estómagos, tan pervertidos como nosotros, los civilizados, suponemos que son los de los antropófagos.

Foitar, el jefe de los papúes, le ofreció al Sr. Rouyer cederle dos prisioneros de guerra a cambio del Sr. de Vriès y del boy Aripan. El Sr. Rouyer rechazó horrorizado esa proposición... Pero se apoderó en secreto de los dos prisioneros de guerra. No vemos diferencia alguna entre este proceder y el del pillo que rechaza, no menos horrorizado, la invitación a pagar una suma de dinero por uno o varios jamones, y que cuando el carnicero se ausenta, confiado en su palabra, le roba esas piezas comestibles. Cuando el Sr. Rouyer se llevó a los dos prisioneros, ¿qué hizo Foitar, el jefe papú, al tomar a su vez al boy y al Sr. de Vriès sino cobrarse el legítimo importe de su factura?

Según lo dijimos al principio, hay una segunda manera de que una misión antropofágica no vuelva, y éste es el método más rápido y seguro: que la misión no salga. l

El autor

ALFRED JARRY nació en 1873 y murió en París en 1907. Perdió ambos padres en pocos días en 1895, en un período donde ya había comenzado a hacerse notar en los medios literarios de París. Desde entonces hasta 1903 escribió sus obras principales: El amor absoluto, Gestos y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, Mesalina y El supermacho. Al principio de ese período montó la obra de teatro que haría su gloria póstuma: Ubú rey, disparate de prodigiosa energía anárquica, que influyó sobre buena parte del teatro de vanguardia del siglo XX. En cuanto a la Patafísica ("ciencia de las excepciones"), inventada por su personaje el Dr. Faustroll, tendría una fecunda continuidad en numerosos discípulos que a lo largo del tiempo siguieron su huella. El texto de esta página está tomado de Gestos y especulaciones (Rodolfo Alonso editor, Buenos Aires, 1973). El País Cultural publicó en su No. 707 una nota de Mónica Belevan sobre su vida y su obra. l

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