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Las vidas después de la muerte

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Oscar Brando

¿ES POSIBLE que Roberto Arlt no supiera el día en que había nacido? ¿Miente Arlt, busca despistar o, sinceramente, nunca tuvo en sus manos su partida de nacimiento? ¿Qué decía su documento de identidad?

Al comenzar su biografía El escritor en el bosque de ladrillos (2000) Sylvia Saítta recuerda las palabras de Roberto Mariani en el homenaje que la revista Conducta le hizo a Arlt en 1942. Mariani profetizó las dificultades que iban a tener los biógrafos futuros de Arlt, enredados entre los engaños del propio escritor y las mistificaciones que ya habían comenzado a circular y seguramente aumentarían a medida que pasara el tiempo. La sinceridad de Arlt no se asentaba en sus datos biográficos; contaba, incluso, con la evitación de estas precisiones para ahondar en otras exactitudes. Su autenticidad estaba en otro lado, no pendía de una biografía verificable sino que caminaba por lugares más inciertos. José Marial, en el temprano 1948, llamó a esta situación "olvido de sí mismo", "despreocupación por cosas que realmente poco debieran interesar".

LA FUGA EN EL ESPEJO. Roberto Arlt, durante su vida, eligió dos días distintos de abril de 1900 como fecha de nacimiento. En la "Autobiografía humorística" publicada en la revista Don Goyo (Buenos Aires, 14-12-1926) dijo haber nacido el 26. Fue la primera de sus erráticas afirmaciones y obtuvo gran difusión. Un tiempo después, en la nota de presentación de su intervención en la antología Cuentistas argentinos de hoy (Buenos Aires, Claridad, 1929) dejó constancia: "He nacido el 7 de abril del año 1900".

Cuando, luego de la muerte de Arlt, Raúl Larra escribió la primera biografía del escritor, Roberto Arlt, el torturado (Buenos Aires, Futuro, 1950) se atrevió a decir: "Según los papeles, el dos de abril trae su angustia y su alegría Roberto Godofredo Christophersen Arlt. Después dirá, con esa manía de confundirlo todo, de borrar la pista de sus zapatos, que fue el siete, y más luego la noche del veintiséis".

Las dos biografías más recientes, que aparecieron en el año 2000, tampoco coinciden. Omar Borré en su Roberto Arlt. Su vida y su obra asegura que Roberto nació el 7 de abril de 1900 a las once de la noche, mientras su familia vivía en el centro, calle De La Piedad 677. Agrega que el 26 de abril lo anotaron en el Registro Civil de Buenos Aires con el nombre de Roberto Godofredo Christophersen. Sylvia Saítta en El escritor en el bosque de ladrillos proporciona los datos de la partida de nacimiento, No. 512, folio 322703, otorgada por el Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas, Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, República Argentina. Dice que "Roberto Arlt nació el 26 de abril de 1900 a las once de la noche en La Piedad 677, según consta en la partida de nacimiento". Y aclara: no fueron inscritos los nombres Godofredo Chistophersen, aspiración quizá de su madre, que su padre ignoró u olvidó cuando fue a inscribir a Roberto el 2 de mayo.

2, 7, 11 y 26: parecen números para una tómbola. Juan José Sebreli había descubierto en 1953 el juego de la mosqueta con las fechas y había escrito: "En Arlt encontramos, tanto en el lenguaje de los libros como en el de todos los días, un mismo y único deseo de vivir otra vida no real sino imaginada, que se manifiesta, por ejemplo, en su manía de querer confundir los datos de su existencia, de borrar o desvirtuar hasta la fecha de su nacimiento". Con Sartre a cuestas, a Sebreli le interesa "la imaginación como el taumatúrgico poder de irrealizar la existencia". Casi 50 años después Sylvia Saítta confiesa: "En cualquier caso, en El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt no me propuse como objetivo prioritario corregir esos datos equivocados de su biografía, sino sobre todo, interpretarlos. Porque las mentiras de Arlt, sus falsas declaraciones, tienen significado en sí mismas precisamente en tanto mentiras, ya que es en ellas donde es posible leer, como en ningún otro lado, las operaciones que Arlt realizó en la configuración de su imagen pública de escritor".

¿Qué papeles vio Larra, cuáles Borré? ¿Por qué Sylvia Saítta no reprodujo en su libro una fotocopia de la partida de nacimiento? ¿Qué cosas sabía Mirta Arlt, cuáles escondió por ignorancia y cuáles por pudor? ¿No son ellos, al fin de cuentas, los que con sus imprecisiones, la vergüenza de confesar lo que no saben o la pereza de perseguir el dato "construyen la biografía" o "configuran la imagen" de Roberto Arlt? ¿No son ellos los responsables de nuevas pistas falsas que sustituyen los despistes que dicen combatir?

MIRTA ARLT, EL TEATRO DE MI PADRE. Poco antes de morir, Roberto dejó en las manos de su hija Mirta el original, todavía inconcluso, de su obra teatral El desierto entra en la ciudad. El acto resultó simbólico: con esas hojas le legó la responsabilidad sobre el futuro de su literatura, en especial de su teatro, y le dejó esbozado su papel en el drama que se estrenaba el día de su muerte. En 1942, cuando su padre murió, Mirta tenía 19 años.

Diez años después Mirta aceptó prologar la primera edición que se hizo de El desierto.... Comenzó con reticencias: "es poco interesante", dice, que una hija hable de su padre. Siguió con resistencia: la redacción de páginas escritas sobre su padre le ha quedado siempre trunca; cree que son una búsqueda de consuelo por la ausencia; agrega, dando esperanzas, que quizá algún día, cuando la asistan la comprensión y la madurez afectiva...

Mirta confiesa que su padre la quiso, que ella lo quiso a él, que no pasó a su lado todo el tiempo de su infancia, que quizá por ello algunos detalles que la costumbre borra le hayan quedado grabados. Pero ¿cuáles? Silencio. Mirta no duda: "creo en mi padre como personaje". Solo admite la recreación en el orden de lo estético. Y se zambulle en el estilo, que puede revelar las emociones que estallan, y en el mundo inventado por su padre, porque en ese drama de máscaras que escenifica los sueños es posible reencontrarlo afantasmado. Se ancla en la obra que, cree, devela las preocupaciones éticas, políticas, sociales de su padre. Entre las hendiduras, Mirta ve los sufrimientos y la infelicidad. Lo máximo que se atreve a decir de su padre es "infancia destruida por la humillación, la soledad y el desasosiego", "infancia violada por el odio, la angustia y la miseria pequeño burguesa..."

En 1958 escribió Recuerdos de mi padre. A propósito de algunas cartas. El plural engaña: los recuerdos son escasos y la carta es una. El artículo, brevísimo, parece un expediente de descargos: mi padre no bebía, mi padre amó la vida, mi padre no se suicidó, mi padre trabajó infatigablemente y "nunca se tomó unas vacaciones para escribir". Mirta se desliza por la apología: mi padre era un gran padre. Aparecen algunos detalles: escribía recostado sobre la cama, escuchando música. En la carta que Mirta reproduce (circa 1941) Roberto putea contra "el viejo de mierda" que le hizo perder el examen de gramática a su hija: eso ocupa apenas un párrafo. El resto de la carta, llena de desesperado optimismo, se refiere con obsesión conmovedora a los trabajos sobre las medias irrompibles de mujer, que trata de inventar para salir de pobre y poder escribir, entonces, lo que le venga en ganas. Junto a la carta, según se deduce de ella, le envía un pedazo de media tratada con su procedimiento para que Mirta juzgue sus virtudes: "Querida Mirtita: todos los días trabajo en esto para dejarlo a punto industrialmente y ya faltan muy pocos detalles..." Roberto fue, sin dudas, el primer locoide arltiano" que Mirta conoció.

En 1963 Mirta prologó la edición en tres tomos de las Novelas completas y cuentos de Roberto Arlt. El principio es decepcionante: se me ha reprochado por negarme a hablar de mi padre; en verdad, no me gusta hacerlo, etcétera.

Cuando se decide a dejar la palabrería inicial escribe las mejores páginas que han quedado sobre su padre. La presentación del "pastor de fantasmas" es imperdible. Mirta sigue imaginariamente a su padre durante una jornada, mientras este va dando forma, en su mirada y en su cabeza, a la nota diaria, y se deja impregnar por la realidad que lo recorre. Un poco después se atreve a recostruir algo del hogar infantil de Roberto. La marca de la inmigración, el español mal hablado, el esoterismo de la madre, la enemistad con el padre serán marcas indelebles.

Mirta ahonda más: ahora habla de sus padres. "Es muy difícil ser definitivo sobre los sentimientos de los padres" dice, valiente. "No tenían nada en común, eso era evidente, pero también lo era que si mi padre necesitaba soledad para escribir, no toleraba ser solo; era esencialmente comunicativo y bastante absorbente". Roberto era irascible pero seductor. Soñaba con liberarse de la miseria con un golpe maestro de su inventiva.

Un trabajo reciente de Mirta sobre su padre fue publicado en el 2000. Mirta regresa a lo biográfico pero de la mano de lo autobiográfico. Entiende que ha llegado la hora de ponerse en el primer plano de esos recuerdos. Recorre la obra de su padre en el orden de sus lecturas. Primero los aguafuertes, que leyó de la colección que su abuela guardaba en un fascinante baúl de inmigrantes. Después el teatro, visto, no leído, que presenció desde niña en los ensayos de Teatro del Pueblo ("escueta y destemplada salita de inclementes bancos largos en Corrientes 445"). Finalmente los cuentos y las novelas.

Mirta recuerda: mientras su padre escribía ella dibujaba, leía, le cambiaba la púa al tocadiscos. Se identifica con ese padre que los otros ven como vago, fracasado y loco. Ella se reconoce, como su padre, fastidiando el orden de su madre con el traslado de libros, papeles, máquina de escribir. Es hija de esos padres mal avenidos. A los 77 años recorre una vez más, como guardián de su padre, ese escenario impreciso que ella interpretó y en el que actuó como pudo.

RAÚL LARRA, EL TORTURADO. Raro, contradictorio empeño el de Larra. Es un lugar común afirmar que la biografía de Larra —Roberto Arlt, el torturado— estuvo dictada por la intención de acercar la figura de Arlt a las huestes militantes a las que Larra perteneció: el Partido Comunista Argentino.

Tuvo Larra a su favor la colaboración de Arlt en el diario partidario, Bandera Roja, en el año 1932. Esa participación se cortó abruptamente en la cuarta entrega, luego de una áspera polémica que sostuvo, en las dos últimas notas, con autoridades y personalidades del partido. El balance no resultó muy favorable. Sin embargo no le impidió a Larra dibujar algunas líneas de fuga que le permitieran poner a Arlt en perspectiva política, aunque no fuera partidaria: dice que tuvo un instinto de clase que lo llevó siempre a definirse por la "causa sagrada del pueblo", resultado de haber sufrido la cuestión social y de haberla profundizado después con el estudio.

Es la imagen de un Arlt imperfecto, torturado, la que predomina en el libro. Dos páginas magníficas comparten con el lector la mirada por una serie de fotografías. De la primera, una foto de los padres recién casados, Larra roba los gestos que heredará el hijo. En las siguientes persigue los rastros del legado paterno, un sentido autoritario que sume a Roberto en el abismo de la angustia y el fracaso. Larra descubre la mueca sutil de desubicación que se asoma siempre en el rostro de Arlt: una mezcla de ambición y frustración que le quita la paz. En el menos patético de los casos, el desajuste tiene la forma de unos zapatones negros y porteños y un cigarro, que se escapan por debajo y por fuera de la chilava marroquí que lo recubre. Pero son las líneas de tortura interior las que dominan. Las trazas del desasosiego alternan con destellos de maravilla que se encienden en sus ojos. De esa tribulación solo lo sacará la muerte.

Larra tomó la ficción de Arlt como sustancialmente autobiográfica. Por eso comenzó la biografía por el final: los personajes de ficción asisten a la cremación de su creador. "Era un pecador que buscaba la pureza", dice una de las criaturas de humo. Una y otra vez en su libro, en clara concordancia con la lectura de Arlt en clave realista, insistió en la referencias vivenciales de las ficciones.

De acuerdo a la interpretación autobiográfica de su literatura la decisión de ser escritor se le reveló a Arlt muy pronto. Como a Silvio Astier en El juguete rabioso, a Arlt lo asaltó la idea de una literatura transgresora con la que escapar de la pobreza. La imaginación y el sueño le permitirían vencer a la injusticia como lo hacían los personajes de folletín. Larra no arribó a la idea de la literatura como delito. Vio en la invención arltiana una apetencia de gloria y de realización y planteó la angustia como deseo de afirmación ante la vida que se corona con la "alegría de vivir". Astier-Arlt, dijo Larra, luchó contra la "vida puerca" que recibió, afirmando su convicción de un destino grandioso que superara la mediocridad gris que todo lo nivela.

Lleno de méritos, Larra interpretó a Arlt a veces muy mal. Lo vio, en rapto afiebrado, fatigar con violencia la Underwood, pero no llegó a entender el doble signo de sobrevivencia que el acto contenía: el del trabajo a destajo, encadenado a la máquina de escribir, que lo alienaba en una tarea expoliadora; y el del milagro, que convertía esa esclavitud en liberación porque conseguía que la escritura fuese la signatura inseparable de la vida. "Si no escribiera, me volvería loco", dijo Larra que Arlt confesó a un amigo. "Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad, y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos". Larra resolvió sortear el cinismo atroz e interpretar que Arlt "está adelantando testimonios que obren a modo de revulsivo y saquen a la gente de su quietismo". Y, como si el yerro fuese poco, concluyó: "Su inmadurez conceptual en todo caso responde a la misma inmadurez del país".

Un balance de luces y sombras de la torturada biografía de Raúl Larra debe cerrarse con dos aciertos rotundos. El primero, la excelente, casi insusperable presentación del aguafuertista. La vista aguda de Arlt, según el biógrafo, se paseaba por las calles, recogía el detalle, penetraba en el interior de los personajes que presentaba, atravesaba su exterioridad y profundizaba en los recovecos del drama humano. Esto Arlt lo ponía a macerar en un acre sentido crítico, en un afán de mejoramiento social.

El segundo acierto de Larra fue la justeza con que ubicó la figura de Arlt inventor. Supo ver las proximidades entre el inventor y el creador, entre la media engomada y la rosa cromada, entre la utopía de los siete locos y la lucha feroz del octavo loco por sobrevivir. Con esto Larra construyó su mito definitivo de Arlt: siempre al borde del éxito, a Arlt le faltó un tiempo que no existía y quedó instalado en la ucronía de la que lo sacaría la lectura siempre viva de sus obras.

NIRA ETCHENIQUE, "BIOGRAFÍA DEL CORAZÓN". Prodigio de concentración, el Roberto Arlt (1962) de Nira Etchenique más que agregar a la biografía de Larra quita de ésta el afán constructivo que la diligencia partidaria impuso al pionero. Etchenique no investiga: compra todos los errores de Larra y las leyendas creadas por el propio Arlt. Pero atisba con sutileza algunas cosas.

Su punto de partida, igual que en Larra, es que la biografía se desprende de la obra. "Biografía del corazón" llama Etchenique a la que se puede leer a través de la obra de Arlt. No biografía de los datos, sino relevamiento de una subjetividad que va dando a su vida la forma de sus sentimientos, a través de símbolos, fantasmas, imágenes.

Etchenique dice que Arlt no fue un torturado sino un desesperado. Desesperado por la sinceridad, buscó captar el hecho inmediato, vivo, en su literatura. En la cornisa de este desvío Etchenique llega a afirmar que Arlt, más que un novelista es un cronista, que realiza la crónica interna de sus sentimientos, la confabulación de sus angustias que reparte entre personajes con los que se funde íntimamente.

En otros momentos Arlt ya no es un desesperado sino un indiferente y un apático sin energías para cambiar el destino. Más que un cronista de sus sentimientos, urgido por el material en bruto de la vida, Etchenique ve en Arlt el escritor de un laberinto sin salida al que asedia un deseo de luz, de pureza, de estabilidad, de salvación, que nunca se alcanza. Como Balder en El amor brujo Arlt se ve, lúcidamente, desde afuera. Esa duplicación no hace más que ahondar la visión de la degradación, su desintegración y su soledad, y proyectar el absurdo sobre el "realismo doloroso" de la novela de su vida.

"¿Cínico, cruel, piadoso, justiciero, revolucionario, grosero, loco en definitiva? ¿De qué manera componer el cuadro de un solo rostro cuando este Arlt terminante parece vivir en constante discordia aún con lo que él mismo siente?". Hay una imagen de estampita: "Mechón rebelde sobre la frente, un par de cejas espesas y revueltas, dos ojos claros de conmovedora candidez. Alto, desaliñado, cargado de espaldas, llevaba sobre los hombros la ansiedad de todos los personajes a los cuales iba dando vida....

Arlt necesitaba provocar para existir. Pero su ferocidad, dice Etchenique, era más pueril que peligrosa: había sido desdichado en el amor. Su enorme caudal de ternura se había quedado sin compensación. Arlt tuvo un corazón generoso y dulce que ni los más duros reveses consiguieron endurecer. Debajo de sus desplantes, de sus malos modales, en la furia de sus personajes, en su misoginia y en sus diatribas contra el matrimonio y las formas perversas de los convencionalismos sociales, tras todo eso, dice Nira Etchenique, se ocultó el niño incomprendido, el "hombre aparentemente fuerte pero vencido de antemano por el terrible peso de su angustia".

LAS NUEVAS BIOGRAFÍAS. Dos biografías de Arlt se conocieron en el año 2000 al cumplirse cien años de su nacimiento. La de Sylvia Saítta, El escritor en el bosque de ladrillos, apareció ufana de ser, a cincuenta años, heredera de la primera biografía de Arlt. La de Omar Borré, Roberto Arlt. Su vida y su obra se publicó poco después.

Sylvia Saítta es muy cuidadosa con los datos y quiere además interpretarlos. Busca seguir la pista trazada por Larra, Masotta, Viñas, Prieto, Jitrik, Piglia, Beatriz Sarlo, a quien le dedica el libro. La precisión en los detalles y el recorrido de algunas fuentes son sus mayores virtudes. Con titánico tesón acomete la empresa de leer los cuarenta volúmenes de las aventuras de Rocambole. Para reconstruir la vida de Arlt se devora todas las aguafuertes, que son como 2.000. De ellas va extrayendo los datos biográficos. El esfuerzo obtiene su recompensa: no hay, seguramente, mejor recorrido para biografiar la vida adulta de Arlt. La completa con un testimonio valioso y original que otros investigadores casi no habían usado (tal vez por influencia de Mirta): el de la segunda esposa de Arlt, Elizabeth Mary Shine. Ella confirma, con los detalles de su infierno matrimonial, rasgos del carácter endemoniado de Roberto. Es ella quien confiesa, también, que el invento fabuloso de la media irrompible estaba muy lejos de ser un éxito: que en realidad era un masacote de goma que ninguna mujer podía usar y que nada garantizaba que lo llegase a mejorar. Saítta promete arrancar lo verdadero de lo falso: la intención no se cumple del todo y la desmitificación se hace a medias.

Omar Borré sigue también pistas documentales, pero se anima a novelar. Inventa diálogos y situaciones, muchos de ellos desafortunados. En los datos, a veces le erra por apurado o por distraído. Trabuca los tiempos en que Arlt termina de escribir Los siete locos teniendo en su mismo libro todo como para no equivocarse. Discrepa, sin argumentos, con algunas fechas proporcionadas por las demás biografías. A la hora de ficcionar macanea: presume un diálogo entre Arlt y Güiraldes en el que este recomienda usar la imagen del "juguete rabioso" como metáfora de la vida. A diferencia de Saítta se desordena.

Sobre Arlt se ha acumulado un denso acopio de comentarios. En su obra han afilado sus herramientas los existencialistas, los psicoanalistas, los marxistas, los estructuralistas, la crítica sociológica, fenomenológica, la teoría de la recepción, la crítica feminista. Este aparato tan nutrido hizo que la figura de Arlt creciera con solidez desde el interior de su obra y que, desde allí, fuera muy difícil desprenderla para intentar una biografía que no fuese literaria. ¿Cómo desligar la infancia del narrador de El juguete rabioso o el fracaso matrimonial de El amor brujo?

La nuevas biografías quisieron echar afuera los mitos construidos sobre Arlt: la fábula del escritor no reconocido, la imagen de un marginal lunático, la idea del inventor al borde del éxito. Para ellas tampoco fue fácil librarse de las redes de la infelicidad, la angustia, el desamparo y la desilusión que se tejen en la obra. Han hecho un esfuerzo y han marcado los límites de lo posible. Cierran un período y abren la posibilidad de seguir leyendo a Arlt con el acicate y la resignación de los misterios.

Obra de Arlt

ROBERTO Arlt (1900-1942) fue narrador, dramaturgo y periodista. Además de su serie de crónicas que tituló Aguafuertes publicó las novelas El juguete rabioso (1926) Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932), y los libros de relatos El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1936). Entre sus piezas de teatro se encuentran: 300 millones (1933), Saverio el cruel (1936), El fabricante de fantasmas (1936), Africa (1938), La isla desierta (1938).

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