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El regreso de un tal Marlowe

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Renzo Rossello

POR 25 DÓLARES DIARIOS más los gastos se puede descorrer el velo de la ciudad del pecado y ver lo que hay detrás de la pátina hollywoodense. Eso y el requisito de no hacer nada que sea ilegal, por lo menos a primera vista. Con estas condiciones suele presentarse Philip Marlowe ante sus clientes y ante la legión de lectores que hacen un culto de las siete novelas que entre fines de la década de 1930 y mediados de la de 1950 escribió Raymond Chandler.

Junto a Dashiell Hammett compartió la calidad de "padre" de lo que en Europa se conoce como novela negra y por estas latitudes, simplemente, como novela policial. Chandler admiraba tanto a Hammett como despreciaba a James Cain, el autor de El cartero siempre llama dos veces. Veía en ambos las direcciones por las que debía y no debía discurrir el relato del género y así lo fundamentó en uno de sus ensayos. Bajo la superficie de su estilo mordaz, directo e irónico, Chandler fue también uno de los estudiosos más profundos de esta modalidad literaria, que sólo ahora parece haber ganado su derecho a compartir la mesa con la literatura a secas.

Luego de muchos años de ediciones baratas y, peor aún, de pésimas traducciones al español, la editorial Emecé publica nuevamente su obra. Y para fortuna de los lectores lo hace en traducciones que hacen justicia al maestro norteamericano. Como ejemplo vale apuntar que la versión de Adiós, muñeca está a cargo del prestigioso escritor argentino César Aira. El autor logra llevar a nuestro idioma casi intacto ese estilo que caracterizó a Chandler y que luego fue imitado hasta el hartazgo, cada vez con peores resultados. La misma consideración merece el trabajo hecho por Eduardo Goligorsky, José Antonio Lara y Marcos A. Guerra en los títulos que, por su orden cronológico de publicación original, la editorial viene reeditando.

Las diferencias con las versiones conocidas hasta ahora en español hacen que, para quienes ya conocen la obra de Chandler, valga la pena volver a sus páginas y descubrir que el maestro escribe como si no hubiera pasado un día desde que a paso indolente Marlowe empujó los portones para entrar en la residencia del moribundo General Sternwood, allá por 1939 (El sueño eterno). Para quienes nunca tuvieron la oportunidad de leerlo, sólo queda la envidia de los que se sintieron arrebatados hace muchos años por la fuerza de este narrador inolvidable.

La colección de novelas —aún resta la publicación de tres títulos— se completa con otra joyita: El simple arte de escribir - Cartas y ensayos escogidos. Este volumen, compilado por sus biógrafos, Tom Hiney y Frank McShane, y prologado por el primero reúne algunas piezas inéditas y puede leerse como una mezcla de diario de escritor, epistolario y ensayos sobre la literatura, el cine, la política y la vida en general. El libro resulta casi imprescindible para comprender cabalmente al creador más influyente de la narrativa norteamericana, luego de haber leído sus principales obras.

EL CAMINO DEL DESENCANTO. Chandler nació en Chicago el 22 de julio de 1888. Su madre era irlandesa y su padre oriundo de Pennsylvania, ambos de religión cuáquera. Pero la rigidez de costumbres no impedía a Chandler senior, un itinerante ingeniero de ferrocarriles, tener una marcada afición por la bebida. Es probable que eso influyera de manera determinante en el divorcio que apartó al pequeño Raymond y a su madre de ese hombre, e hizo además que en 1895 se establecieran en Londres, donde transcurrió toda la infancia y primera juventud del futuro autor.

Hemingway sostenía que una infancia infeliz es casi todo el capital que puede tener un buen escritor. Es probable que la de Chandler no fuera un lecho de rosas. De todas formas pudo completar su educación en un colegio de prestigio y alta exigencia como el Dullwich College. Hizo sus primeras armas como periodista, fue reportero en el London Daily Express y en la Bristol Western Gazette. Fue un mal poeta y cometió 27 intentos antes de probar suerte en la prosa con un primer relato titulado "The Rose Leaf Romance". Pero también fue un lector atento y refinado desde muy joven. Prueba de ello son algunos de sus primeros ensayos ("El héroe notable" y "Realismo y cuento de hadas", incluidos en el volumen El simple arte de escribir), donde pasea su ojo crítico por la literatura anglosajona de principios del siglo XX.

En 1907 se hizo súbdito de la Corona, pero no puede decirse que Chandler se sintiera alguna vez otra cosa que norteamericano. De cualquier forma, cuando se desató la Primera Guerra Mundial eligió prestar servicio en el cuerpo Gordon Highlander del ejército canadiense. Sus biógrafos hallaron testimonios que lo pintan como un buen soldado, en el que el arrojo no estuvo ausente y le permitió ascender al rango de sargento. Chandler jamás se vanaglorió de ello, como un "duro".

Pero no fue sino hasta su regreso a Estados Unidos y, más concretamente, a Los Angeles, que Chandler entró de lleno en el fragor de la otra lucha, la que diariamente dan los asalariados. Después de su breve paso por el periodismo fue empleado bancario y de una empresa petrolera, donde llegaría a ocupar un cargo ejecutivo. Chandler tuvo debilidad por dos cosas: las secretarias rubias y el whisky. Si bien eso va muy bien con el mito que él se encargaría de crear unos años después, es más probable que su despido de la petrolera se haya debido a lo que se conoció como "el Crack de 1929", o "La Gran Depresión", que durante mucho tiempo se tomó como la peor crisis económica de la historia. Aunque ése y otros mitos han caído también.

Cuando Raymond Chandler pasó a engrosar la fila de los desempleados ya era un hombre casado y había entrado en la cuarta década de su vida. En 1924 se había casado con Pearl Cecily Bowen, "Cissy", una hermosa mujer que mintió la edad en la partida de matrimonio. Sólo varios años después Chandler descubrió que su esposa le llevaba 18 años. Pero fue su única mujer y la que lo apoyó plenamente cuando en 1933 decidió probar suerte como escritor por contrato. Ese año la revista Black Mask publicó su primer relato corto: "Blackmailers Don’t Shoot" (Los chantajistas no matan). En esas mismas páginas se publicaban los relatos de Hammett, protagonizados por el anónimo "agente de la Continental", de los que Chandler era fanático admirador.

Pero recién en 1939 llega lo más parecido a la consagración en vida para Chandler con la publicación de El sueño eterno, donde Marlowe hace su entrada. Por muchos años los críticos oscilarían entre la indiferencia y la reprobación en relación con las obras de Chandler, como sus propias cartas lo reflejan. Ni siquiera su paso por Hollywood, como guionista respetado por los directores consagrados, revelaría para Chandler otra cosa que desencanto, su íntima rebelión contra un mundo artificial que se levantaba para tapar apenas tanta mezquindad, sordidez y desamparo. Apegado a su esposa y a sus gatos, únicas compañías permanentes de Chandler, se iría hundiendo cada vez más en su infierno personal hasta llegar al final.

LA CUNA DE LOS HÉROES. En 1920 dos editores de revistas crean Black Mask, un pulp como otros tantos de la época del folletín con el que pretendían subvencionar otra revista más refinada, la Smart Set. Lo que allí publicaban H.L. Mencken y George J. Nathan eran principalmente relatos de misterio, casi tan populares en la época como los westerns, para los que existían otros pulps especializados.

Muy pronto surgió un autor que se destacó por encima de los otros, Hammett, cuyo peso en la revista fue tal que en poco tiempo los editores sencillamente rechazaban todo relato que no estuviera escrito "a la manera de Hammett". ¿Cuál era la diferencia entre estas historias policiales y otras? La violencia que campeaba por sus páginas, la rudeza de sus protagonistas, que permitía colocarlos rápidamente a la par de los taciturnos héroes de las historias de vaqueros.

Desde el punto de vista formal, el surgimiento del relato "hard-boiled" supuso una innovación radical respecto de la novela policial clásica. Si bien suele señalarse a otro norteamericano como padre literario de este género, Edgar Allan Poe, fue el muy británico Sir Arthur Conan Doyle el que diseñó su molde definitivo. Desde entonces el detective que protagonizaba estas historias era un caballero sumamente educado, erudito en las ciencias más dispares y capaz de resolver el enigma más desesperante entre dos pipas y la segunda taza de té frente a un público de etiqueta y boquiabierto frente a tales muestras de agudeza intelectual.

"Hammett devolvió el asesinato al tipo de personas que lo cometen por algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar un cadáver", escribió más adelante Chandler en su recordado ensayo "El simple arte de matar". Allí reside entonces una de las claves de las historias que aquella revista de portada chillona publicaba para millones de fanáticos de todas las edades y condiciones sociales. Sin embargo a aquel estilo que el autor de El Halcón Maltés imprimió como marca, Chandler lo reelaboraría más tarde para producir su propia impronta.

Cuando los relatos policiales adquirieron mayor rango y alcanzaron su medida en la novela, la revista Black Mask se extinguió. De todas formas este pulp y otros como Detective Story y Dime Detective Magazine fueron la plataforma de varios autores que construyeron un género totalmente reconocible, tales como el propio Chandler, James M. Cain, Horace McCoy, David Goodis, Jim Thompson, Chester Himes y Ross McDonald, entre los más nombrados.

UN TAL MARLOWE. Si 25 dólares diarios más los gastos y ocho centavos por kilómetro recorrido le parece a usted caro, pronto cambiará de idea. Cuando decida firmar el cheque habrá contratado a un tipo capaz de ir hasta el final y que no revelará detalles molestos a la policía o el fiscal. ¿Parece poco por esa suma? Pues si al final de la historia lo es, el tipo estará dispuesto a devolverle el dinero y volverse a casa silbando bajo.

Philip Marlowe tendrá para siempre entre 38 y 45 años, nunca más o menos. Es un hombre de complexión fuerte, 1,80 de estatura, bastante guapo para las mujeres, suele vestir un traje de color azul oscuro, camisa blanca, corbata al tono y sombrero gris oscuro. Lleva una o dos pistolas en un compartimiento secreto bajo el volante de su auto, un Chrysler, pero no le gusta hacer ostentación con las armas. Fue investigador del fiscal antes de ser echado por indisciplina y ahora posee una licencia como detective privado que lo faculta para meterse en problemas. Tiene una oficina pobremente amueblada en el sexto piso del edificio Cahuenga, cerca de Hollywood y alquila un modesto apartamento de soltero en Laurel Canyon. Además de tomar whisky, le gusta fumar una pipa mientras trata de resolver una partida de ajedrez que toma de un libro de tapas verdes editado en Leipzig. "Tú y Capablanca", se dice a sí mismo con desdén.

Marlowe trata con el mismo desprecio a estafadores de poca monta, hampones a sueldo de hampones mayores, y grandes ejecutivos de Los Angeles. Así le va, claro. Tampoco se lleva bien con los policías, aunque por fuerza tiene un par de amigos que suelen sacarlo de apuros. Confiesa sin ambages ser vapuleado por dos o tres matones y pierde más veces de las que gana. Cada victoria tiene un dejo amargo y ese bouquet se trasluce en cada línea de sus relatos en primera persona.

Con el paso del tiempo, Marlowe utiliza menos sus puños. Incluso parece dejar de hablar por el costado de la boca como en Adiós, muñeca, para adoptar un tono más reflexivo en El largo adiós. Nunca hace creer a su público que es inteligente; más bien se preocupa por que lo tomen por lo contrario, pero sus análisis son extremadamente lógicos. También es un psicólogo natural muy sutil. Cualquier descripción de ambiente o de los personajes con que se topa denotan un conocimiento devastador de la naturaleza humana en sus peores repliegues.

Si bien son muy escasas las referencias a su vida privada en las historias que conforman la saga, el viejo Marlowe parece aproximarse cada vez más a su derrota. Contrariando la idea que el propio Chandler había levantado como premisa para el "héroe ideal" del relato detectivesco, al final de la saga Marlowe se casa con una millonaria. Es la historia inconclusa de Poodle Springs, que habría sido la octava novela. Chandler la estaba escribiendo cuando la muerte se lo llevó en 1959.

En una ocasión un crítico calificó como "amoral" al personaje y ello dio lugar a una encendida carta de Chandler. "Es el combate de todos los hombres fundamentalmente honestos por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta. Es un combate imposible; no puede ganar. Puede ser pobre y amargado y desahogarse con bromas y en amoríos casuales, o puede ser corrupto y amistoso y rudo como un productor de Hollywood. Porque el triste hecho es que sacando dos o tres profesiones técnicas que requieren largos años de preparación, no hay absolutamente ningún modo en que un hombre de esta edad adquiera una cierta riqueza en la vida sin corromperse en cierta medida, sin aceptar el hecho frío y claro de que el éxito es siempre y en todas partes una estafa. Y punto".

APLAUSOS DE LA PLATEA. Para muchos Marlowe tendrá por siempre el rostro de Humphrey Bogart, para otros el de Robert Mitchum. Otros tantos lectores habrán construido la estampa del detective a su gusto. Lo cierto es que la relación entre Chandler y el cine fue más profunda e intensa que el traslado de algunas de sus novelas al celuloide.

Al igual que otros autores notables del siglo XX en Estados Unidos, Chandler trabajó para la industria cinematográfica como guionista. Suyo fue el guión de El Halcón Maltés (John Huston, 1941), con Bogart, Mary Astor y Peter Lorre en los papeles protagónicos. También el de Pacto de sangre (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944) y el de Pacto siniestro (Hitchcock, 1951), sobre la novela de Patricia Highsmith Extraños en un tren.

Pero la relación de Chandler con Hollywood fue, al igual que en la mayoría de sus colegas, una relación de amor-odio. Aunque, a diferencia de William Faulkner, que regresó a su Mississippi con un regusto amargo de su paso por la "tierra de los sueños", Chandler supo adaptarse a las exigencias de la industria, aunque al fin su trabajo comenzó a extenuarlo.

"Es fácil odiar a Hollywood, fácil mofarse, fácil difamarlo. Parte de la difamación más selecta corrió por cuenta de gente que jamás ha traspuesto las puertas de un estudio, y buena parte de la mofa provino de egocéntricos genios que se retiraron malhumorados —sin olvidarse de recoger el último cheque de pago—, no dejando nada tras de sí, salvo el exquisito aroma de su personalidad y una chapucería de trabajo que cansados peones habrían tenido que limpiar". Así escribía Chandler en un artículo, "Escritores en Hollywood", publicado por The Atlantic Monthly en su número de noviembre de 1945.

Su deuda con el cine, entonces, tuvo más que ver con la consolidación de su técnica de escritura. Chandler no fue un gran creador de tramas. A menudo sus argumentos son complejos y la dilucidación del caso es un dato menor que quedará para las últimas tres páginas. Enemigo declarado de los juegos de crucigrama de la novela británica, Chandler reparaba más bien en la peripecia de sus personajes, en los ambientes en los que se debatían y en lo que tenían para decir en diálogos contundentes. El propio autor recuerda que fue la revista Black Mask la que le enseñó a elaborar "escenas", en vez de capítulos. Tal vez tenga que ver con la calidad "cinematográfica" de sus relatos, una ilusión que paradójicamente desaparece o se debilita en sus traslaciones al cine.

Es posible que eso estribe en el engañoso uso de la primera persona con el que Chandler construye sus historias. La voz de Marlowe no es en el contexto la mera "voz en off" de una película. Cuando describe lo que se ve a través de una ventana alta, Marlowe también habla de las miserias humanas, de las ilusiones vanas, y de la forma de buscar la felicidad perdida en el charco formado en una cuneta. Sólo unos pocos directores de cine consiguieron mostrar algo parecido con un puñado de imágenes en movimiento.

La ficción de Raymond Chandler, hay que decirlo, es más poderosa que el cine y su maquinaria cada vez más perfecta. Sólo adquiere todo su sentido cuando se la experimenta en su verdadera dimensión, como literatura. Algo en lo que más de cuatro fabricantes de novedades de catálogo deberían reparar.

UN LARGO ADIÓS."Usted compró mucho de mí y por nada, Terry. Por una sonrisa, una inclinación de cabeza, un saludo con la mano y algunas copas tomadas de vez en cuando en un bar tranquilo y confortable. Fue agradable mientras duró. Hasta la vista, amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final". Otro grande, más cercano e igualmente entrañable, rindió su homenaje al viejo Marlowe tomando las tres palabras finales de este párrafo para titular su mejor obra. Quizá el de Osvaldo Soriano sea el mejor homenaje a las novelas de Chandler.

Ya en plena madurez como escritor —y Chandler fue un escritor tardío—, llega El largo adiós. Se publica en 1953, y al año siguiente muere su amada Cissy. Chandler no encontrará consuelo para la pérdida. Desde un tiempo atrás residía en una apartada casa en La Jolla, un balneario de California apacible y alejado del ritmo cada vez más vertiginoso de Los Angeles. La soledad le cae muy mal al creador de Marlowe, que superaba a su criatura en su capacidad de tomar whisky. Se suceden dos intentos de suicidio. A causa del último permanece internado algunos meses.

Chandler no escribía con rapidez, corregía mucho y se tomaba su tiempo aún antes de llegar al papel. Pero desde la muerte de su esposa se empantanó en una novela que nunca llegó a terminar. En esos últimos cinco años no consiguió que su héroe saliera airoso de la prueba.

Murió el 26 de marzo de 1959 en su casa de La Jolla. Hiney describe el momento en un párrafo muy significativo: "Tras la muerte de su esposa en 1954, Chandler tuvo un final solitario y maníaco en hoteles de Europa y el sur de California. No había tenido amistades duraderas en su vida, y no tenía familia. Sólo diecisiete personas asistieron a su funeral en 1959, incluyendo a un representante local de la Asociación Norteamericana de Escritores de Misterio".

Pero Chandler conocía a fondo el valor de la amistad, aunque su juicio pueda parecer llamativo. Nadie mejor que sus lectores pueden comprender lo que decía en una carta a otro amigo: "A todos mis mejores amigos no los he visto nunca. Conocerme en persona es la muerte de la ilusión".

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