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Murió Antonio Frasconi, un grabador magistral

Excelencia. Falleció en Nueva York a los 93 años de edad

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La semana pasada murió Antonio Frasconi, uno de los artistas plásticos uruguayos más destacados del siglo XX. Su fallecimiento se produjo en la casa del norte de Nueva York, donde vivía con su familia desde hace décadas.

Frasconi había nacido en 1919 en Buenos Aires, pero sus padres lo trajeron a Montevideo en sus primeros años de vida. Aquí se radicaron definitivamente y Antonio se formó como uruguayo, trabajando desde su juventud como ilustrador de semanarios (Marcha, La Línea Maginot).

Eso ocurría a partir de 1940, realizando sus primeras exposiciones de grabados sobre madera desde 1944. Su talento le permitió destacarse velozmente, de manera que en 1945 ya obtuvo una beca de la Arts Students League y viajó a Nueva York. Poco después presentó sus trabajos en el Museo de Brooklyn (1946) y a continuación en la Weyhe Gallery de Manhattan (1948).

Hacia 1951 comenzó a enseñar grabado en la neoyorquina The New School y al año siguiente llevó a cabo una muestra retrospectiva en el Cleveland Museum of Art, que abarcaba obras de la década precedente. En plena juventud conquistó un reconocimiento del medio norteamericano, que era el umbral de la consagración posterior y denota la fuerza expresiva, la extraordinaria soltura de lenguaje y el dominio técnico que acompañaron la labor del grabador.

El vínculo de Frasconi con los libros fue siempre fundamental en su actividad, porque él sabía que a través de esas ediciones -y de su papel de ilustrador- podía llegar a un público más vasto que el de visitantes de museo o compradores de xilografías. En 1954, el Museo de Arte Moderno de Nueva York publicó sus grabados en un tomo sobre Doce Fábulas de Esopo, que fue elegido entre los libros del año por el Instituto Norteamericano de Artes Gráficas.

Su presencia en los libros tendría una culminación en el homenaje que rindió hacia 1963 a Pier-Paolo Pasolini a través de un volumen ilustrado con sus retratos del artista italiano, en quien admiraba el lazo popular que siempre mostraban sus poesías o sus películas, "algo que en Estados Unidos no existe, porque los artistas trabajan para las galerías o los museos, y no con el pueblo".

Luego Frasconi mantendría esa presencia libresca a través de ediciones para niños, pero también con libros de artista en los que dio la medida plena de su sensibilidad y sus destrezas gráficas.

En 1961 volvió a exponer en Montevideo con una vasta retrospectiva que se convirtió en un acontecimiento, por una invitación que se le formuló a escala oficial. Hizo muestras posteriores en el Museo de Baltimore (1963) y en el de Brooklyn (1964), pero representó al Uruguay en la Bienal de Venecia (1967), a una altura en que ya era una celebridad internacional. Como reflejo de esa estatura, su obra se exhibió en la National Gallery de Washington (1981) y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (1984).

En 1999, por invitación del Banco Central del Uruguay, figuró entre los artistas convocados para el Premio Pedro Figari que recompensa el conjunto de una trayectoria en el campo de la plástica uruguaya, oportunidad en que sus grabados en color, de formidable seducción cromática, permitieron al medio local disponer de un nuevo acceso a su obra.

La muerte de Frasconi, a los 93 años, cierra esa fulgurante carrera y priva al Uruguay de uno de los mayores artistas vivos con que contaba. A pesar de su lejanía geográfica y su radicación en Estados Unidos desde hace siete décadas, él nunca perdió contacto con el país ni dejó de sentirse parte del medio local, en el que había levantado vuelo hace tanto tiempo.

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