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La hegemonía cultural de la izquierda

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En las charlas políticas del verano muchas veces se escucha lo siguiente: a pesar de que se reconoce que la gestión de este gobierno es muy deficitaria, el Frente Amplio, con la candidatura de Vázquez, tiene todas las chances de volver a ganar las elecciones.

Algunos argumentan por el lado de la bonanza económica, que no terminará antes de 2014. Otros señalan que no hay una oposición clara que deje entrever una opción de gobierno alternativa. Pero quienes procuran ir más a fondo en tratar de entender este favoritismo del FA sitúan su mayor capital, paradójicamente, lejos de estas variables políticas o económicas. Subrayan, en realidad, la importancia de la hegemonía cultural de la izquierda. Es ella, arguyen, la que está en el sustento de esa fuerte predisposición de los uruguayos a seguir apoyando opciones frenteamplistas (incluso en el caso de la alicaída, desordenada, oscura y mugrienta Montevideo).

Se trata de una hegemonía cultural que tiene un enorme peso al momento de dar contenido a esa especie de sentido común ciudadano que es el criterio clave para la elección de candidatos y partidos. El uruguayo ve con buenos ojos la tarea estatal -independientemente de que se le muestre sus recurrentes y rotundos fracasos en áreas claves. Prefiere la seguridad del empleo, antes que el impulso emprendedor, y apoya toda iniciativa que pueda ir en ese sentido -más funcionarios en el Estado, por ejemplo. Es desconfiado del capitalismo y de los requerimientos que impone la competencia internacional. Prefiere, y se convence rápidamente con sencillos argumentos, refugiarse en la demanda corporativa que le asegure mejoras en su status, y que estará siempre alejada de cualquier aceptación de mayor productividad. Es genéticamente paciente con los resultados de la gestión de gobierno. Se conforma con poco, porque hace décadas que prefiere mirar solamente al vecindario para ver si está bien rumbeado (y ante ese espejo, su imagen siempre sale favorecida).

Toda esta arquitectura identitaria que determina una forma particular de entender la realidad se fue construyendo por décadas de expresiones culturales convergentes. No es que haya aquí una voluntad "complotista marxista disolvente" -como muchas veces se señala desde ciertos círculos conservadores, adjudicando un voluntarismo inapropiado a cierta interpretación gramsciana del contexto cultural.

Es que, en verdad, esta interpretación del mundo ha sido la que ha seducido más al talante nacional, en particular en la segunda mitad del siglo XX. Porque es sencilla de entender -¿hay algo más fácil que culpar de nuestros males al imperialismo internacional?-; porque es cómoda para explicar -¿qué mejor que resguardarse tras ideas que lo dejen a uno satisfecho de su conservadurismo?; porque, en definitiva, es la que han manejado los intelectuales legitimados del país (la cohorte de los Galeano), y es de la cual participan la inmensa mayoría de los músicos, actores, comunicadores y referentes sociales, profesores en los liceos, etc.

La virtud del Frente Amplio ha sido asociar su discurso y propuestas a esa identidad cultural que interpreta el devenir nacional y que, sobre todo, deja sentadas las bases del deber ser moral, porque logra convencer de qué es lo bueno y qué lo malo en política, economía y sociedad.

Así, por ejemplo, es fácil justificar ocupaciones, porque hace mucho que está instalada la desconfianza hacia el empresario -por rapaz y egoísta. Se puede no exigir contraprestaciones sociales legalmente fijadas, porque hace tiempo que el uruguayo reconoce derechos para los ciudadanos pero no se preocupa por exigir sus responsabilidades. Y se hace más probable el triunfo, porque es moralmente superior pertenecer a una izquierda esencialmente justa y solidaria.

Cuando llega el tiempo electoral, los partidos tradicionales no solamente tienen que plantear alternativas inteligentes y posibles. En todos estos años de gobiernos de izquierda nacional y montevideano, tienen que hacer algo más difícil: batallar contra esta hegemonía cultural instalada. Porque ella los deslegitima antes de escucharlos. Los sitúa, casi siempre, en el lugar de tener que dar explicaciones antes de empezar a conversar. Y eso es algo que, evidentemente, favorece al candidato frenteamplista. ¿Será así también en 2014?

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