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El mundo portentoso de un gran dibujante llega a la Ciudad Vieja

Lanzarini. Revela un maravilloso universo al que se accede con una lupa

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Dibujos de Ricardo Lanzarini se están exponiendo en la galería Xippas Arte Contemporáneo (Bartolomé Mitre 1395), de lunes a viernes entre las 14 y las 19 horas. Se podrá visitar hasta el 21 de julio.

Lanzarini es un fantástico dibujante, pero es también el hombre que descubrió la manera de retener al visitante de su exposición, atrapándolo durante más tiempo que cualquier otro colega. El truco responde a su manejo del miniaturismo, una dedicación que ha mantenido durante años con indomable fervor y que lo lleva a componer sus obras a partir de figuras diminutas trazadas con lápiz y pluma. El método obliga al observador a empuñar una de las lupas facilitadas por la galería, para que el ojo ya fascinado por los vistazos iniciales pueda internarse con ese aumento en los detalles del universo que el artista ilustra con microscópica tenacidad y con una imaginación descomunal.

El propio dibujante señala que una obra de 35 x 43 centímetros puede exigirle un mes y medio de trabajo, lo cual no es sorprendente cuando se repara en el virtuosismo que aplica a un personaje de siete milímetros de altura o a los objetos que lo rodean. Esa frondosidad ilustrativa resuelta en semejante escala, provoca una sensación y después una reflexión. La sensación es el asombro ante su hormiguero de formas, y la reflexión es la de que sólo así -refugiándose en imágenes minúsculas- Lanzarini está dispuesto a volcar su visión del hombre, atravesada por una gozosa sexualidad, un humor social, una sátira política y un sarcasmo cultural.

La pequeñez como clave de esa iconografía trasluce la reserva de un carácter personal que se abre afectuosamente en el trato, pero luego de vencer una naturaleza retraída. Un hombre así debe recurrir en su obra a la discreción de los gestos menudos que sólo se descubren a través de la aproximación y el detenimiento, que es lo que sucede con su fauna sobre papel a medida que se la recorre con una sorpresa gradual, parecida a la que debe sentir el propio artista mientras su mano se desliza para producir ese mar de personajes y ornamentos cuya frondosidad es un espejo donde hoy podría mirarse el Bosco con la satisfacción de que 500 años después sus engendros han tenido descendencia.

Ese espejo es doble, porque Lanzarini refleja en él la realidad del mundo en que vive, una procesión donde desfilan las notabilidades, desde Bin Laden hasta el chino Wei Wei, aunque también figuras emblemáticas (el clero, los príncipes orientales) perversamente satirizadas, sin que falten la promiscuidad, la ridiculez del fasto o el sexo oral como indicios del doblez moral en que se debate ese mundo y en que operan sus dirigentes, a los que el artista clava su aguijón de tinta para hacerlos sangrar en blanco y negro. Lo consigue con la técnica infalible de su trazo o sus recortes (porque también hay figuras recortadas y pegadas para que el espesor las destaque), y con las delicadas notas cromáticas de la viruta que deja el lápiz al sacarle punta, que agrega como ocasionales abanicos para condimentar sus estampas, donde algunas siluetas delineadas en lápiz se intercalan como presencias fantasmales en medio del paisaje de tinta.

Y todavía está el buen humor que pasea constantemente, divertido y un poco salvaje para filtrar las caricaturas, o el alarde de gestualidad con que de pronto altera su pulso para volverlo más tenso en la secuencia del karateca, abandonando por un momento (sobre hojitas de cigarrillo como soporte) la boscosa sensualidad de sus multitudes, donde los cuerpos se amontonan, las cabezas germinan como hongos o florecen con ramajes mecánicos. No hay límite para esa inventiva liliputiense, que ya se abrió camino más allá de las fronteras del país. De hecho, esta exposición anuncia la que Lanzarini realizará dentro de poco en París, que será otra escala en una trayectoria internacional gracias a la cual se ha divulgado la modalidad del artista a través de bienales y muestras individuales en Brasil, Estados Unidos, España, Cuba, Francia, México o Australia. Valió la pena el viaje de esos pigmeos.

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