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El Franklin de los US$100

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LEONARDO GUZMÁN

Después de largos años, regreso a EE.UU. En la capital de Georgia, vuelve a impresionarme todo lo que funciona bien. No tanto en los grandes números, amenazados por la deuda externa, la crisis europea y la competencia china.

Estremece lo que aquí funciona a la medida del hombre, desde la limpieza hasta los servicios.

Por encima de una estructura siempre criticable, vive y sigue realizándose el sueño integrador que recorrió desde la Cabaña del Tío Tom hasta el martirio de Abraham Lincoln y de Martin Luther King. Vive y se realiza en la igualdad de gente educada, que trabaja con entusiasmo y circula con el rostro sonriente, sin el rictus acusador del resentido ni la mirada perdida del que ya se abandonó. Gente que sigue admirando al triunfador en vez de sospecharlo y murmurar. Gente que distingue al otro sin fijarse en su origen, respetando sus talentos y virtudes y aplaudiendo el éxito. Gente.

Por cierto, no todo está mejor. Tras más de una década después del 11-S, la seguridad sigue respondiendo aquí con inspecciones obsesivas, que llegan al límite mayor de la paciencia y hasta rozan la dignidad.

El pueblo estadounidense le debe esa desgracia al fundamentalismo de ciertos grupos musulmanes: y cabe esperar que, a pesar de las tensiones que ese mismo fanatismo sigue sembrando en Oriente Medio, la seguridad vuelva a asentarse aquí mucho más en la confianza que en la aplicación de rayos X a todo pobre diablo que vaya a subirse a un avión.

Ese es el ideal. Afirmarlo no es ser utópico ni ignorar las razones que postergan su realización.

En cambio, olvidarlo y no luchar por ese ideal, significaría entregar en silencio pedazos de una libertad y un estilo de vida que no deben perderse en las brumas del ayer, pues todos se lo debemos al mañana.

Al fin de cuentas, EE.UU. debe su existencia a inmensas aventuras de la imaginación y el pensamiento: utopías.

Eso no lo enseñan las teorías materialistas y deterministas denunciadas y fustigadas por Sorokin 60 años atrás y enseñoreadas sobre la enseñanza en países como el nuestro.

Pero si se aprecia la historia como la gestión de los visionarios liderando el espíritu de los pueblos, se siente claro que el sueño del Mayflower se abrió camino a pesar de todo. Y entonces el Benjamín Fran- klin del billete de cien dólares pasa a ser mucho más que un símbolo de poder económico.

Es que si al billete de 100 dólares lo preside esa venerable efigie no es porque Franklin inventó el pararrayos ni porque supo prosperar entre la colonia y la independencia. Es porque definió y realizó un modelo de persona en lucha, yendo del pensar al actuar y viceversa en un quehacer circular y virtuoso, donde el deber y el trabajo dominaban y el Derecho surgía de la condición humana.

Todo lo cual se refleja en sus notas personales, recogidas en el Libro del Hombre de Bien.

Flanqueados por la pasta base y la marihuana, absorbidos por el debate sobre la manera de computar los homicidios, degradados temas y lenguaje ¿cómo no vamos a perder en el Uruguay lo esencial del mensaje de un coloso universal como Franklin?

Empeñados en depositar la culpa en el colectivo y en el enemigo de clase, ¿cómo vamos a darnos cuenta que hasta el billete de cien dólares enseña que lo fundacional es la persona?

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