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Invasión británica

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JORGE ABBONDANZA

Inglaterra es una fábrica de actores. Muchos de ellos siguen lloviendo sobre el cine norteamericano como si la cantera fuera inagotable. Dentro de unos días se estrenará en Montevideo la película Los agentes del destino, filmada en Nueva York, basada en Philip Dick y dirigida por el debutante George Nolfi, donde Matt Damon retrata a un político cuya exitosa carrera es cortada por un episodio de violencia. En el papel de la bailarina enamorada de ese político figura la inglesa Emily Blunt, una joven personalidad capaz de competir en el futuro cercano con compatriotas como Naomi Watts o Kate Winslet, sin duda alguna.

Espectadores atentos habrán detectado el interés que puede despertar Emily Blunt en algún telefilm británico (La hija de Gideon) o en alguna miniserie donde interpretó a la reina Victoria, a pesar de que esa soberana era fea y bajita, lejos de la muchacha alta y hermosa que la encarna. Las invasiones inglesas sobre la pantalla norteamericana han ido extendiéndose a la televisión, como queda demostrado con la presencia protagónica de Kate Winslet en Mildred Pierce, o con el retrato de padre autoritario que Tom Wilkinson aporta a la serie actual sobre la familia Kennedy. En esos y otros casos, los actores británicos se apropian de personajes estadounidenses, imitan el acento con que esos parientes hablan el inglés y pueden poner nervioso al sindicato de actores de Holly- wood, donde hay muchos nativos sin trabajo. No los para nadie, como ha podido confirmarlo desde hace años el aterrizaje en California de Glenda Jackson, An- thony Hopkins, Emma Thompson, Michael Caine, Jeremy Irons o Helen Mirren.

La historia de esa invasión ha sido larga. Lo saben quienes recuerdan la dominante presencia en Hollywood de Ronald Colman, Herbert Marshall, Merle Oberon o Charles Laughton. En 1939, un tema absolutamente norteamericano como Lo que el viento se llevó tenía cuatro estrellas en papeles de aristócratas sureños, pero tres de ellas (Vivien Leigh, Leslie Howard, Olivia de Havilland) eran británicas y debieron entrenarse para hablar como la gente de Georgia, con la solitaria excepción del indígena Clark Gable. En las siete décadas siguientes, el flujo inglés no ha cesado. Cuenta con el respaldo de una notable escuela en materia dramática y con el prestigio que el teatro londinense tiene en el mundo. Los beneficios de la matriz británica se extienden a irlandeses, canadienses y sobre todo australianos, que también han colonizado a Hollywood desde Errol Flynn o Judith Anderson hasta Judy Davis o Cate Blanchett. Ahora la ascendente Emily Blunt (nacida en Londres en 1983) podrá prolongar esa lista de trasplantados.

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