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Ojo por ojo

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Antonio Mercader

El operativo que causó la muerte de Bin Laden tuvo sabor a revancha, violó normas de Derecho Internacional y concluyó con un festejo callejero por la muerte de una persona. Esos actos serían condenables si no se tratara del líder de Al Qaeda, el terrorista que tuvo en vilo a Occidente en la última década. Porque, reconozcan, cuesta ponerse puntilloso y sentir compasión por un hombre que barrió con miles de vidas de inocentes en aras de una ideología islamita radical y tan perimida como el Califato de Córdoba.

La ley del Talión, ojo por ojo, el que la hace la paga: son frases que evocan la justicia por mano propia y que vienen del fondo de la Historia en contraste con las cortes y tribunales internacionales que la civilización construyó para evitar estos ciclos de crimen y vendetta. El primer país del mundo se salteó todas las formas y entró en otro país -Pakistán- a hacer justicia por mano propia. ¿Tenía otra posibilidad? ¿Pudo obrar de otro modo? Veamos.

Una primera posibilidad para Estados Unidos hubiera sido olvidar a Bin Laden. Total, la revolución democrática que hoy recorre el mundo árabe lo estaba enterrando junto a los fanáticos de la Jihad que invocan el Corán para violar los derechos humanos. Es decir, a Bin Laden lo venían liquidando desde hace meses los jóvenes manifestantes que, desde la "revolución del jazmín" en Túnez, exigen libertad y un porvenir. Si la prédica de Al Qaeda iba camino de la tumba ¿por qué matar a su jefe?

Para contestar esa pregunta vale recordar dos cosas sobre Estados Unidos. Una, que es la primera potencia mundial y que, como tal, no puede resignarse a soportar carnicerías en su propio suelo, como la de las Torres Gemelas, sin dar un castigo ejemplar a los autores de la masacre. Otra, que desde hace diez años pelea contra los jihadistas en una región hostil. Por eso, la operación de caza de Bin Laden debe ser vista como un acto más de guerra.

Otra posibilidad, una vez detectado el paradero de Bin Laden, hubiera sido pedirle a Pakistán que lo arrestara para después juzgarlo públicamente, como se hizo con Saddam Hussein. Todo conforme a Derecho, pero de compleja realización pues las autoridades de Pakistán no son confiables ni se esforzaron por encontrar al jefe de Al Qaeda. Como pasó en otras ocasiones es probable que algún soplón le hubiera dado aviso para que fugara.

Obama debió moverse dentro de esos márgenes y lo hizo con éxito. Un éxito que nunca es seguro en estas operaciones de comando como lo comprobó Jimmy Carter cuando perdió su reelección en aquel fallido rescate en Irán. ¿Con este éxito Obama se aseguró las elecciones del año próximo? Difícil saberlo. Por un tiempo, los dramas económicos que minaron su popularidad pasarán a segundo plano y refulgirá su condición de líder, pero esa ola de entusiasmo, se sabe, dura lo que un lirio.

Terminar con Bin Laden era uno de los grandes objetivos militares de Estados Unidos. Ahora que lo consiguieron tienen una buena razón para acelerar su retirada de la región. Ese podría ser, en definitiva, el efecto más importante de la muerte del líder de Al Qaeda.

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