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No hay cenas gratis

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El amor y la política no se llevan. La reflexión viene a cuento de la visita del presidente Mujica a Brasilia, y sus comentarios tras la reunión con su colega Lula da Silva, de donde surgieron palabras de elogio y admiración más propias de un culebrón de la tarde que de un encuentro de estadistas.

Es importante no confundirse. La visita es una jugada inteligente del nuevo gobierno, incluso esta especie de "cortejo" político también tiene sentido. Brasil es nuestro principal socio comercial y una vez consumada la desaparición de Argentina como rival regional (basta comparar las cifras de PBI de uno y de otro hace 40 años y ahora) es la única potencia de América del Sur con condiciones de jugar en la primera división de la política internacional.

Por eso, solo cabe apoyar cuando Mujica sostiene que "Brasil tiene que liderar la presencia política de América Latina" y cuando busca afianzar el vínculo con ese país. Pero hay que tener cuidado, porque las emociones exageradas no son buen consejero en materia de política internacional. A diferencia de lo que sostiene Mujica de que Lula "es un amigo", es bueno recordar que los países no tienen amigos, tienen intereses. Y esos intereses a veces coinciden y a veces no.

Un ejemplo es el polémico tema de la importación de carne de pollo. El gran interés que tenía Brasil en este encuentro era solucionar las trabas sanitarias que Uruguay impone al producto, ya que cuando aquel país buscaba introducir el mismo en mercados más apetecibles, le recordaban que si un país insignificante a su costado no se lo aceptaba, por qué lo iban a hacer ellos. Pues bien, Mujica fue, negoció, y habilitó el ingreso a nuestro mercado, pero ¿a cambio de qué?

Según se informó, lo obtenido fue un apoyo bastante indefinido a algunos proyectos de infraestructura (el puerto que ya le habíamos ofrecido a Evo la semana pasada), y una mayor fluidez en el ingreso a Brasil de productos como lácteos, granos y carne. Pero… ¿esos productos no deberían tener ya un ingreso fluido por el amado Mercosur? Da la impresión de que si dejamos de lado la parafernalia, cedimos al vecino en un tema sensible a cambio de aire y promesas.

Está claro que Brasil no llegó a ser lo que es por su generosidad, sino por ser una potencia avasallante y un negociador implacable. Mientras tanto, de nuestro lado, seguimos improvisando y apostando a una vinculación ideológica y emotiva que solo nos ha dado disgustos y decepciones.

Y para confirmar esto, basta leer unas declaraciones del vicecanciller Roberto Conde, publicadas días atrás por el semanario Búsqueda. Allí el jerarca se extiende sobre el trillado tema de las afinidades ideológicas con los gobernantes de izquierda, hace unos comentarios poco coherentes sobre economía, y se despacha con aseveraciones audaces sobre gobiernos de la región, incompatibles con su cargo. Sería bueno saber como piensa manejar el vínculo de Uruguay con Perú, luego de decir que aquel país desarrolla una "economía absolutamente depredatoria", o con Colombia al que acusa de "pretender desconocer la crisis y estar absolutamente alineado a EE.UU.". Pero Conde no se queda ahí. Dice que si no fuera porque en Brasil hay gobierno de izquierda, cuando el conflicto por el gas con Bolivia, "hubieran entrado los tanques". El vicecanciller uruguayo tomando partido en política interna de un país vecino, a días de unas elecciones donde ese partido probablemente pierda. Un fino estratega, lo que se dice. Parece que no aprendimos nada con lo que sufrimos por nuestro "vínculo carnal" con el gobierno Kirchner. Después de escuchar cosas así, hasta dan ganas de gritar "¡volvé Gargano!"

Este tema nos debería dejar dos conclusiones. La primera que la política exterior del país debería estar en manos de profesionales preparados, calculadores y sin agenditas políticas menores. Como hace Brasil.

La segunda, que no se puede pretender aportar emociones a lo que son vínculos políticos y comerciales. Tiene razón el presidente Mujica en reclamar que Brasil por su tamaño y peso regional si quiere ser líder tiene que ser el que "pague la cena". Pero como se dice habitualmente, no hay cenas gratis.

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