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García Lorca: la muerte (sin resolver) de un poeta

Aporte. Un libro recoge nuevos y valiosos testimonios

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ELPAÍS-MADRID | F. VALVERDE

En la madrugada del 18 de agosto de 1936, el poeta Federico García Lorca fue fusilado junto a un olivo en la carretera que une las localidades granadinas de Víznar y Alfacar.

Fue una noche sin luna y los gallos del amanecer huyeron de los fusiles, que acompañaron el golpe hueco de cuatro cuerpos que arañaron la tierra. Se trataba del final de una historia llena de rivalidades políticas en la ciudad en la que habitaba "la peor burguesía de España", como dijo el granadino. También fue el comienzo de otra plagada de silencio, un tiempo de fosas cerradas sobre las que se dejaban piedras, desmemoria y vergüenza.

Sobre el antes y el después del fusilamiento del poeta, el investigador Gabriel Pozo aporta nuevos datos en su libro Lorca, el último paseo, que se distribuirá en pocos días. Si los investigadores lorquianos habían tenido acceso a una parte importante de los testimonios que eran útiles para la reconstrucción de lo sucedido, uno de los protagonistas guardó silencio hasta su muerte. Ramón Ruiz Alonso es para la mayor parte de las fuentes el responsable de la detención y el fusilamiento de Federico. Unos días después de la muerte de Franco huyó a Estados Unidos, pero antes explicó el porqué de su viaje a su hija mayor, la actriz Emma Penella. El libro incluye el testimonio de Penella, que dejó a su autor una carta firmada que da fe de la autenticidad de sus declaraciones, con las que siembra muchas dudas y nuevas luces sobre del porqué de la muerte del poeta granadino.

confesión. "Prométeme que no vas a publicar nada hasta que me muera", pidió Penella a Pozo antes de comenzar su relato. "Mi padre quiso que yo supiera la verdad, toda la verdad, antes de morir", explicaba la actriz, que conoció la implicación de su padre en el asesinato en una fiesta, cuando tenía 30 años: "Quién se habrá creído que es, si es la hija del que mató a García Lorca", dijo alguien a gritos tratando de humillarla. Al saberlo, su padre se aisló en una habitación y nunca volvió a mencionar el tema, hasta que decidió huir de España y se sinceró con su hija.

"Al comenzar la guerra la situación era muy confusa. Queipo de Llano estaba al corriente de lo que pasaba con Lorca. Llamó a Granada porque antes lo habían llamado desde el Gobierno Civil para consultarle y ordenó que dieran un gran susto al poeta para que confesara todo lo que sabía de Fernando de los Ríos y firmara una denuncia contra él", explicó la actriz. Por tanto, la detención de Lorca habría sido el último intento de localizar a Fernando de los Ríos. "Él era el pez gordo que buscaban", declaró. ¿Y cómo sabían que Lorca estaba escondido en casa de los Rosales? La versión oficial mantiene que fue su propia hermana la que confesó en la Huerta de San Vicente, al venirse abajo en uno de los registros y al tratar de proteger a Don Federico, su padre.

Sin embargo, la versión de Ruiz Alonso, en boca de Penella, suena muy distinta. "El mayor de los Rosales le dijo a mi padre en un desfile de falangistas que Lorca estaba en su casa. Le comentó que no estaba de acuerdo en que estuviera invitado y que él procuraba no ir mucho porque quería que se fuera". Tras esta conversación, Ruiz Alonso informó a los jefes de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y decidieron "darle un escarmiento al niño mimado de Fernando de los Ríos".

El relato de Penella también dista mucho de la versión oficial en lo relacionado con la detención, que no se habría producido en la casa de la calle Angulo con un amplio despliegue de hombres armados. "Acudió con el mayor de los Rosales. Mi padre no sacó a Lorca de la casa de los Rosales, fue entregado por el hijo mayor y se lo llevaron al Gobierno Civil sin esposar ni nada". Después se produjo el fusilamiento, que Penella achaca a la lucha por el poder en Granada entre la CEDA y la Falange Española (FE, el partido fascista español). De esta última eran miembros destacados los Rosales, a los que se quiso desprestigiar con la muerte del poeta. "García Lorca no fue sino el despojo que dos perros rabiosos trataban de arrebatarse", explica Gabriel Pozo en el libro.

pruebas. Cuando triunfó la sublevación militar, los aplausos recibidos por Ruiz Alonso por deshacerse del poeta se convirtieron en rumores que aullaban como lobos. "Mi padre firmó la denuncia junto a otros, pero él dio la cara, después no se escondió, era un hombre echado para adelante, con coraje. En la denuncia se afirmaba que Lorca era el secretario de Fernando de los Ríos y que era muy rojo". Al acabar la guerra, Ruiz Alonso recibió una llamada telefónica inquietante. "En el extranjero habían empezado las quejas por lo que había ocurrido con Lorca y el asunto irritó a Franco. El Caudillo quiso saber lo que había pasado y llamó a mi padre, que le contó lo sucedido". Desde entonces, nunca más se habló del tema. Se destruyeron todas las pruebas y cualquier rastro que pudiera aportar luz al asesinato de Lorca y Ruiz Alonso empezó a temer por su vida. "Es muy posible que la policía lo tuviera controlado, quizás tuvo miedo a que le hicieran algo si hablaba. Cargó con las culpas de todos, purgó su pena en vida, durante casi cuarenta años de abandono y soledad", contaba Emma Penella con lágrimas en los ojos.

El incierto destino de los restos

Al puzzle inacabado de la historia, Gabriel Pozo ha sumado nuevas piezas. Una de ellas es una fotografía inédita en la que puede verse a la cuadrilla de enterradores que trabajaban en Víznar. Agachado, con una niña en los brazos, puede verse a Manolillo el Comunista, el joven que indicó a Gibson el lugar donde supuestamente enterró con sus manos al poeta. "Manuel Castilla señaló una fosa situada en el lugar en el que hoy se está excavando. Sin embargo, después confesó a otros que no estuvo allí el día del fusilamiento y que a Gibson le señaló el primer lugar que se le ocurrió", explica Pozo.

"Martínez Bueso, uno de los guardias de asalto y hombre de confianza del Capitán Nestares (al mando en la matanza de Víznar) presenció la ejecución. Describió a su mando que habían sido enterrados en fosas individuales y que Federico era el segundo por la izquierda". Pese a este testimonio, Pozo dice que los restos no están tampoco allí. Según él, la decisión de Franco de sepultar todo lo vinculado con el asesinato de García Lorca se llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias.

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