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El pozo de Edwin Drake

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Luciano Álvarez

El 27 de agosto de 1859, hace exactamente 150 años se perforaba el primer pozo de petróleo. No distraeré al lector refiriéndome al porte de este hecho en la historia contemporánea. Simplemente pretendo llamar su atención sobre la curiosa cadena de eventos, las búsquedas y personajes que se entrelazan en los sucesos y cómo muchos descubrimientos han sido el producto de la curiosidad, de la afición por fabricar un determinado dispositivo y que sus creadores no previeron su finalidad esencial.

Me apresuro a salvar el hecho de que el petróleo era conocido desde la antigüedad, que aparecía de forma natural en regiones como el Medio Oriente donde se usaba como argamasa, para calafatear embarcaciones, engrasar pieles, y en usos militares. Los griegos y luego el imperio bizantino y el Islam usaron mezclas que incluían el petróleo como armamento incendiario. Muchos otros pueblos usaban los petróleos que surgían naturalmente.

La primera destilación de petróleo se atribuye a Zakariya al-Razi, un sabio persa (865-925), inventor del alambique, con el cual obtenía combustible y otros destilados para usos médicos y militares.

La historia contemporánea del petróleo puede comenzar por Samuel Martin Kier; o por Abraham Gesner, George Bissell, Edwin Drake o el polaco Ignacy Lukasiewicz. Todos en un lugar u otro aparecen como los padres de la industria petrolífera.

Por mera opción narrativa comenzaré en 1840 con Samuel Martin Kier (1813-1874), un hijo de emigrantes escoceses, propietario de una salinera, junto al río Allegheny, Pensilvania.

El negocio no era lo suficientemente próspero y para colmo de males, un buen día, la sal comenzó a contaminarse por la emergencia de petróleo que manaba en la zona. Kier no se desanimó, era un hombre emprendedor que también manejaba una pequeña empresa de transporte y fabricaba ladrillos y cerámicas.

Con mínimos conocimientos científicos y mucha experimentación, comenzó a destilar el crudo de su salina hasta obtener una sustancia a la que denominó "Rock Oil" (aceite de roca) y luego "Seneca Oil" (aceite de Séneca). Era el tiempo de los remedios mágicos vendidos a través del mundo por osados charlatanes que prometían la cura de todos los males.

En 1848, patentó el invento y comenzó a venderlo a $0.50 la botella. Un afiche de la época lo promueve como el "Kier`s genuine petroleum", un remedio natural e infalible contra "bronquitis, pulmonía, hemorroides, diarrea, cólera, reumatismo, gota, asma, neuralgia, la solitaria, las erupciones cutáneas y las inflamaciones oculares".

Había mucha competencia de productos similares e igualmente efectivos, de modo que el negocio no resultó muy remunerativo. Entonces, el empeñoso Kier le buscó otro uso: en 1851 el remedio se convirtió en el "aceite refinado para lámparas". No estaba mal rumbeado.

La búsqueda de sustitutos para los aceites animales como combustible para iluminación era intensa. En 1846, Abraham Gesner (1797 - 1864), un médico y geólogo canadiense anunció que estaba experimentando en un proceso para extraer aceite del asfalto y substancias similares y refinarlas para producir un combustible para iluminación al cual llamó kerosén (del griego keros, cera y elaion, aceite). En 1854 lo patentó.

En medio de esas búsquedas, Samuel Kier, progresaba con su nuevo aceite, estableció una refinería en Pittsburgh en 1853 y atrajo la atención de George Bissell (1821-1884), un abogado de Nueva York que mandó analizar unas muestras del aceite y de la materia prima de la zona, creó una pequeña empresa con su socio Jonathan Eveleth (1821 -1861), compró unas tierras y esperó el informe de Benjamín Silliman Jr. (1816-1885), profesor de química de Yale. En 1855 Silliman entregó su "Report on Rock Oil, or Petroleum, from Venango County, Pennsylvania".

En él demostraba que con una simple destilación del aceite de piedra se producían varias substancias, entre ellas un aceite con una gran capacidad de iluminar. También destacó el potencial uso de las fracciones menos volátiles como lubricantes. No encontraba usos para la fracción líquida más ligera del petróleo: la nafta. El informe concluía anunciando "el nacimiento de la industria del petróleo." Silliman fue nombrado presidente de la nueva compañía: Pennsylvania Rock Oil Company.

Sin embargo los métodos de extracción eran primitivos y no prometían grandes volúmenes. Fue entonces que apareció Edwin Laurentine Drake (1819-1880), un ex conductor de trenes, oficinista, etc.

Se desconoce cuáles eran sus habilidades específicas para el nuevo oficio y corren varias leyendas sobre cómo se encontró con Bissels y sus socios. Lo cierto es que en 1858 estaba instalado, por cuenta de la compañía en Titusville (unos 150 km al Norte de Pittsburg), no lejos de la refinería de Kier, en unas colinas (Oil Creek) donde se producían naturalmente filtraciones de petróleo. Tiene un contrato de mil dólares anuales, contrata mano de obra, y se hace llamar "coronel".

Drake pasó un año en ensayos y errores, procurando una forma eficiente de extraer petróleo: aplicó las técnicas usadas por las salitreras de la zona, probó con los tradicionales pozos artesianos y contrató, por fin a William A. Smith, un herrero con experiencia en la industria salinera, a $2.50 por día.

Drake y Smith, trabajaron en la construcción de una torre y un sistema de perforación basado en tubos de pequeño diámetro, un balancín y un volante pesado para subir y bajar las herramientas de perforación y una caldera de vapor de agua como motor.

El 27 de agosto de 1859 era sábado. Habían llegado a perforar 21 metros, sin resultados. Fue entonces cuando Smith descubrió que por fin manaba el buscado líquido. Comenzaron a sacarlo con cubos, llenaron una bañera, salieron a buscar toneles de whisky, llenaron 24.

Había nacido la industria del petróleo. Su destino fundamental, alimentar lámparas y así sucedió durante varios años, hasta que el 27 de enero de 1880 Thomas Alva Edison obtuvo la patente, con el número 223.898, para su lámpara incandescente.

Cuatro años antes, en 1876, el ingeniero alemán Nikolaus August Otto, perfeccionando el invento del belga Etienne Lenoir, había creado un motor que habilitaría, años más tarde, el invento del automóvil, algo que nadie parecía necesitar por aquellos tiempos. Los ferrocarriles y el barco a vapor se estaban expandiendo notablemente y hacía seis mil años que los caballos cumplían a satisfacción las necesidades de transporte terrestre.

Hasta la primera guerra mundial los automóviles fueron considerados "unos juguetes poco fiables, reservados para algunos ricos".

Fue cuando los militares descubrieron la importancia de utilizar camiones.

Para esa altura todos los personajes de esta historia ya habían muerto, algunos ricos, otros, como Edwin Drake, en la pobreza.

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