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Juan Oribe Stemmer

La transmisión del mando del presidente Bush a su sucesor demócrata, Barack Obama, marca el final de una era en la política de los Estados Unidos cuyo inicio fue marcado por la tragedia del 11 de septiembre de 2001, y cuyo final ha sido signado por una de las crisis económicas más profundas de los últimos tiempos.

Entre ambos hitos se encuentra una sucesión de acontecimientos trascendentes, incluyendo la agresión contra Irak, los abusos contra los derechos humanos cometidos en Irak y, cada vez es más evidente, con los prisioneros en Guantánamo y en otros lugares, los graves errores cometidos después de que el huracán Katrina prácticamente devastase Nueva Orleáns en el año 2005, y la descuidada regulación del mercado financiero, que ha desembocado en esta crisis financiera de dimensiones imprevisibles.

El presidente Bush asumió su primer mandato presidencial el 20 de enero 2001. Pocos meses después se produjeron los atentados contra las Torres Gemelas, en Nueva York, y el Pentágono, en Washington. Fue un golpe aún más conmovedor que el ataque contra Pearl Harbor, que reveló la existencia de un movimiento terrorista islámico difuso y poco conocido por la mayoría, pero con una considerable capacidad destructiva.

Muchos de los acontecimientos en los años siguientes fueron una respuesta frente a ese ataque. También, como sucedió en el caso de la invasión de Irak, aquellos acontecimientos fueron invocados para justificar acciones que perseguían otros objetivos.

La decisión del presidente Bush de embarcarse en una campaña militar contra Irak, enterró a su país en un pantano político del que lentamente comienza a salir. El costo de sufrimiento humano ha sido inmenso, se han perdido cientos de miles de vidas en el Irak, la guerra le ha costado en torno de 600 billones de dólares a los contribuyentes norteamericanos, y el prestigio internacional de esa potencia mundial ha sufrido graves daños.

La invasión, al hacer necesario concentrar recursos en Irak, le dio tiempo a los talibán y a Al Qaeda para consolidar nuevamente su posición en Afganistán.

Los pueblos pueden tolerar los errores de sus gobernantes. En cambio les cuesta aceptar lo que perciben como una falta de sinceridad. La credibilidad del presidente Bush fue otra de las bajas de la guerra de Irak.

Los hechos demostraron que las razones invocadas por el gobierno de los Estados Unidos para justificar el ataque contra Irak carecían de fundamento: el gobierno de Saddam Hussein no disponía de armas de destrucción masiva ni tenía nada que ver con Al-Qaeda (con todos sus defectos, el partido político de Saddam respondía a una corriente laica, enemiga del fundamentalismo de Al-Qaeda). Y, además, los iraquíes no esperaban ansiosos por la intervención liberadora de las fuerzas norteamericanas para establecer una democracia al estilo occidental.

Las cifras sobre la popularidad de Bush son reveladoras. Al asumir, en enero del 2001, el presidente tenía un índice de aprobación de algo más del 50% que se mantuvo hasta el 10 de septiembre de ese año. Los ataques terroristas del día siguiente se reflejaron en un fuerte aumento en los índices de aprobación (entre el 80 y el 90%, según la encuestadora). Hoy, el terminar su mandato, el presidente saliente tiene uno de los índices de aprobación más bajos en la historia de su país: entre el 20-30%.

Entretanto, el nuevo presidente, asume con un índice de aprobación del 70%.

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