Qué le pasa a los gobiernos progresistas de América Latina?. Lo que comenzó con una ola de victorias arrasadoras de partidos "de izquierda", lentamente ha venido cambiando esperanza y optimismo por agresividad y confrontación. Esa irrupción de gobiernos "progresistas" fue recibida con gran expectativa, ya que se suponía que buscarían reducir las desigualdades sociales, lacra que ha impedido una cierta estabilidad política y económica que permitiese el desarrollo de la región. Pero a medida que estos dirigentes han ido ejerciendo la desgastante tarea de gobernar, y han sentido el impacto de chocar con una realidad muchas veces más compleja de lo que habían esperado, comienzan a mostrar inquietantes reacciones totalitarias. Reacciones que ponen en duda incluso su real vocación democrática.
En Argentina, el gobierno del clan Kirchner arrancó con viento en las velas. Impulsado por una fuerte recuperación económica, el mandato de Néstor fue un paseo por el parque. Pero a medida que la situación dejó de ser color de rosa, y coincidiendo con la llegada de Cristina al poder, las cosas empezaron a cambiar. Así, y cuanto más la realidad golpeaba los fastuosos planes de la pareja gobernante, su talante y tolerancia se fue reduciendo en proporción idéntica a sus índices de popularidad. Empezaron a aparecer los fantasmas de golpes de Estado, y a ver las huellas de esa maquiavélica "oligarquía", y las "minorías egoístas y no solidarias" detrás de cada tropezón de su gestión.
Algo similar ocurrió en Bolivia. Mientras el gobierno de Evo Morales tuvo su luna de miel con la comunidad internacional (enamorada del cliché del primer mandatario indio en la historia del país), y los ingresos del tesoro nacional se engrosaron con el producto de las nacionalizaciones de empresas, todo fue alegría y tolerancia. A medida que el gobierno empezó a desgastarse, y algunas regiones se mostraron reacias a agachar la cabeza ante el poder central, la convicción democrática de esa dirigencia comenzó a hacer agua. Llamativas resultaron las palabras del vicepresidente García Linera, ex guerrillero y supuesto monje gris detrás del trono de Morales, quién ante la victoria autonomista de Santa Cruz dijo que el reclamo era fomentado por "elites que impulsan intereses mezquinos".
En Uruguay no estamos mucho mejor. Se vio cuando la Suprema Corte afectó en una primera instancia la reforma tributaria del gobierno, y debió soportar toda clase de ataques. Fue peor aún cuando tras el cambio de integración, le dio la razón al gobierno. En vez de reacciones ponderadas, la ciudadanía tuvo que ver como un exaltado senador Fernández Huidobro, con el rostro desencajado y tono de compadrito mal dormido, amenazaba a los que habían osado desafiar a su "gobierno popular". Y para mostrar consonancia con los casos mencionados, las palabras "mezquinos" y "egoístas" fueron las favoritas en los entornos del poder para describir a quienes resistían sus medidas.
Hay rasgos comunes en estas reacciones. A medida que los gobiernos "progresistas" se chocan con obstáculos, en vez de atribuirlos a la complejidad de la función de gobierno, o a su falta de idoneidad, enseguida comienzan a alucinar con fantasmas de conjuras. Y el enemigo suele ser siempre el mismo: una clase oligarca y egoísta, que busca frenar los generosos planes oficiales de reparto de riqueza. No importa que en Santa Cruz sea una locura pensar que el 80% de la población sea oligarca, que en Argentina los que cortan rutas están lejos de ser todos "cajetillas de Recoleta" o que en Uruguay las maestras jubiladas que accionaron contra el IRPF no se van a ir de shopping a Miami con lo que rescataron de la codicia oficial.
El problema es que la realidad de este siglo XXI es mucho más compleja que el idílico mundo de buenos y malos, propio de los manuales infantiles marxistas en los que la mayoría de esta dirigencia se ha formado. Que los grandes capitales, tienen hoy mucho más movilidad y son más sutiles en sus actuaciones, lo cual hace casi imposible alcanzarlos con medidas fiscalistas. Y que por la tanto, los que suelen caer víctimas de su avaricia tributaria plagada de buenas intenciones suelen ser trabajadores de clase media, que con esfuerzo han logrado un mejor pasar. Y que defienden sus pequeñas conquistas mucho más vivamente que los verdaderos "oligarcas", que la ven de lejos. El que no tome nota de esta realidad, terminará pagando un costo político y electoral muy elevado.