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Basura desde el cielo

Cada día, cae a la Tierra un objeto lanzado al espacio

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EL TIEMPO / GDA y AGENCIAS

¿Sabe qué posibilidad tiene de que un fragmento de basura espacial le caiga en la cabeza? Una en un trillón. Casi imposible. De hecho, es exponencialmente más difícil que lo parta un rayo: ahí existe una chance cada 1,4 millones. Sin embargo, al menos un elemento enviado al espacio por el hombre entra al día en la atmósfera terrestre. Y se espera que en breve ingrese uno particularmente grande: el satélite USA 193 o L-21.

El USA 193/L-21 es un satélite espía construido por la empresa aeronáutica Lockheed Martin. Costó miles de millones de dólares. Fue lanzado al espacio a través de un cohete Delta II el 14 de diciembre de 2006. Como satélite espía, era una herramienta para un nuevo tipo de guerra: no solo podía ser utilizado para realizar ataques lanzados desde el espacio con precisión quirúrgica, sino que era capaz de captar información de inteligencia de valor incalculable. Pero a las pocas semanas, falló. Eso no es lo peor: impulsado por combustible tóxico, se dirige inexorablemente hacia un punto bajo en la órbita terrestre, donde no podrá escapar a la gravedad del planeta. Incapaces de controlarlo, las autoridades estadounidenses decidieron derribarlo con un misil táctico lanzado desde un buque de guerra.

El presidente George W. Bush decidió ordenar por primera vez el uso de un misil para derribar un satélite espía descompuesto. El Departamento de Defensa dijo que esto ocurrirá luego del miércoles, después que aterrice el transbordador espacial Atlantis. El general James Cartwright, segundo jefe del Estado Mayor conjunto, dijo que será un esfuerzo sin precedentes, pero no ofreció las probabilidades de éxito. Si fracasa la interceptación, el satélite, cuya velocidad está calculada en unos mil kilómetros por hora, entraría a la atmósfera alrededor del 6 de marzo.

El episodio recuerda que a diario reingresan a la atmósfera objetos enviados al espacio por el hombre. Claro que la mayoría de éstos son fragmentos menores a un centímetro que se queman y caen convertidos en ceniza. Aquí se habla de un artefacto de 11 toneladas de peso y del tamaño de un ómnibus pequeño.

Cuando la peripecia del USA 193 se hizo pública, las autoridades reconocieron que ya no podían controlarlo desde tierra. Esto es: aunque el aparato no esté, dejó de responder a las órdenes. Según lo explicó un astrónomo a The New York Times, no está necesariamente muerto, pero está "sordo".

Un satélite sordo puede ser muy problemático. Y más en este caso. A su tamaño, peso, componentes electrónicos y ópticos, se agrega que tiene un tanque de combustible con una gran cantidad -media tonelada- de hidrazina, un compuesto químico altamente tóxico y potencialmente corrosivo. La hidrazina, el carburante por excelencia de los satélites "clásicos", puede atacar además el sistema nervioso central. En dosis altas puede ser mortal.

¿Cuál sería el peor escenario? El que el tanque del satélite -que está casi lleno- sobreviva al reingreso a la atmósfera (y al misil) y caiga en una zona poblada. Pese a las altas temperaturas que debe soportar un elemento que ingrese a la atmósfera, lo primero sería muy posible, dado el tamaño del L-21. Lo segundo, por fortuna, es altamente difícil.

El astrónomo Alfredo Quijano, director del Observatorio Astronómico de Pasto, en Colombia, explicó: "Si imaginamos a la Tierra como un todo, las tres cuartas partes son agua, y en la Tierra hay muchas zonas de desiertos y de selvas, así que la probabilidad de que caiga en un área muy poblada es bastante pequeña".

Pero podría pasar. El experto en temas de defensa y seguridad John Pike, director del sitio web globalsecurity.org, dejó desde Alexandria (Virginia, Estados Unidos), una frase que bien puede merecer un bronce: "Es improbable, pero a pesar de eso, es posible. Usted sabe, de hecho hay gente que gana la lotería".

El del USA 193 es un caso peculiar, porque usualmente los satélites que reingresan a la Tierra lo hacen en tiempos y lugares cuidadosamente seleccionados. Ahora, hay que interceptarlo.

"SPACE JUNK". Pero los satélites caídos son apenas una parte de los muchos "habitantes" del vecindario de la órbita terrestre.

En los 50 años que la humanidad lleva lanzando artefactos al espacio, las proximidades del planeta se han convertido en un lugar cada vez más congestionado. La preocupación es tal que ya han acuñado términos en inglés para definir a los objetos ya inútiles: "Space debris", "Orbital debris" o "Space junk".

Se cree que hay unos 9.000 objetos dando vueltas allá arriba. Casi la mitad son fragmentos de satélites o trozos (fases) de cohetes. El 21 por ciento son satélites que han dejado de funcionar, pero que resultan más o menos manejables. Tan solo el 5 por ciento son satélites activos. Hay algunas estimaciones más optimistas. Walter Fury, experto en basura espacial de la Agencia Espacial Europea, habla de un 7% de elementos operativos aún en el espacio.

La mayor parte de la basura espacial se encuentra a una altura de entre 200 y 500 kilómetros sobre la tierra. El porcentaje es imposible de mensurar, ya que hay algunas estimaciones que hablan de más de 50 mil objetos fabricados por el hombre mayores a un centímetro.

Pero el problema no radica exclusivamente en que caigan. También representan un creciente problema para las misiones espaciales; en especial, para proyectos de largo aliento como la Estación Espacial Internacional, que tienen una alta probabilidad de ser alcanzados por uno de estos bólidos.

Cualquier objeto en órbita se mueve a aproximadamente siete kilómetros por segundo, más de 21 veces la velocidad de una bala. Por eso el asunto del "tráfico" espacial se ha convertido en una prioridad para las agencias encargadas de enviar objetos (y personas) al espacio. La Nasa, por ejemplo, cuenta con un programa especial de control de residuos en órbita, ubicado en el Centro Johnson, en Houston (Texas).

El USA 193, mientras tanto, sigue su camino. Hace apenas una semana fue avistado por astrónomos chilenos que monitorean su paso para tratar de averiguar dónde caería si falla la misión con el misil. Los astrónomos calcularon el área posible de reingreso a algún punto entre los 58,5 grados de latitud norte y los 58,5 grados de latitud sur. Eso y decir casi todo el planeta, menos los polos, es lo mismo. Algunos hablan de Polonia, otros del Pacífico chileno; EE.UU. ya prometió "compensaciones por daños".

El USA 193 ya tiene antecesores. En 1978, otro satélite espía, el Kosmos 954, con 31 kilos de uranio, entró a la atmósfera y se estrelló en la zona desértica y helada del norte de Canadá. El Skylab, una estación espacial de 78 toneladas, se salió de su órbita en 1979. La caída, entre el Océano Pacífico y una región oriental de Australia fue controlada. En abril del año 2000, el tanque de un cohete, de 250 kilogramos de peso, se desplomó sobre la populosa Ciudad del Cabo, en el suroccidente de Sudáfrica.

¿Recuerda el uno en un trillón? Bien, la lotería se la sacó una mujer llamada Lottie Williams, de Tulsa, en Oklahoma (EE.UU.). El 22 de enero de 1997, mientras caminaba por un parque, recibió el impacto en el hombro de un objeto metálico de 15 centímetros identificado como una parte del tanque de fuel de un cohete Delta, lanzado desde Texas el año interior. Afortunada, o milagrosamente, no resultó herida.

Pero esto no es "Armaggedon". El astrónomo Quijano comenta sobre el reingreso del satélite: "Cuando eso ocurra, será muy hermoso. Va a parecer un meteorito". Un fin irónico: al final de su defectuosa vida, el L-21 lucirá como una estrella fugaz.

Eso, claro está, si un misil táctico lanzado desde el Pacífico no termina de hacerlo pedazos.

Las cifras

9.000 Cantidad consensuada, y aproximada, de elementos lanzados por el hombre en órbita; entre el 5% y el 7% está funcionando.

7 Kilómetros por segundo es la velocidad a la que se mueve cualquier objeto en órbita; es 21 veces más rápido que una bala.

Europa se sumó a la Estación Espacial Internacional

A primera hora de la tarde del martes pasado, el astronauta francés Leopold Eyharts, como representante oficial de la Agencia Espacial Europea (ESA, por la sigla en inglés), abrió la escotilla de acceso al módulo Columbus que dos colegas de la tripulación habían terminado de conectar durante un paseo espacial el día anterior a la Estación Espacial Internacional (ISS, también por la sigla en inglés). Eyharts entró con la comandante Peggy Wilson e inspeccionó el interior del nuevo laboratorio para comprobar si había algún desperfecto peligroso. Poco después el módulo, que había sido puesto en su sitio por el brazo robótico de la estación quedó abierto al resto de los astronautas que están actualmente en la ISS , unos diez.

Columbus no sólo es una nueva dependencia que amplía la base orbital internacional, sino que es un módulo europeo, el primero -y el único hasta que llegue, dentro de unos meses, el Kibo japonés-, que no pertenece a Estados Unidos o a Rusia. Para la ESA, que nunca ha tenido una instalación tripulada permanente en el espacio, es todo un hito que le ha costado 1.285 millones de dólares, pagados, fundamentalmente, por Alemania (51%), Italia (23%) y Francia (18%).

Doce días dura la actual misión del transbordador Atlantis, que ha llevado el Columbus a la ISS y cuya tripulación tiene encomendada la tarea de activarlo y ponerlo en funcionamiento. Eyharts empezará enseguida a realizar experimentos.

Para los defensores de la base orbital empieza una fase emocionante que han esperado durante años; mientras tanto, los críticos observan con bastante indiferencia este programa internacional que, con un costo de unos 146.000 millones de dólares, es uno de los más ambiciosos jamás emprendidos.

"Es muy importante para Europa tener un laboratorio permanente allá arriba, pero Columbus es más que un laboratorio científico, es un banco tecnológico que proporcionará a Europa experiencia de vida en el espacio", ha explicado Martin Zell, responsable de investigación en microgravedad de la ESA.

Columbus se configuró hace más de 20 años, cuando EE.UU. y Rusia debatían y rediseñaban una y otra vez una futura estación espacial que sustituiría a la célebre Mir rusa y que contaría con la participación de las demás potencias espaciales, sobre todo Europa, Japón y Canadá.

Se espera que cuando esta estación se complete, en 2010, tenga un peso de 415 toneladas, y una extensión de 108 metros de largo por 88 de ancho. Todo eso, a 386 kilómetros de altura. EL PAÍS DE MADRID

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